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Poesía y silencio

Iván Jesús Castro Aruzamen

En una habitación de hotel en la andaluz Tarija, una tarde fría de junio, mientras el pálido sol de la tarde se colaba por la ventana y el aire que principia el inverno corría por las calles, pensé en la poesía y su relación con el silencio o el silencio de la poesía. En ambos casos, poesía y silencio son inseparables, porque todo acto poético siempre está acompañado del silencio del poeta y al mismo tiempo, por más que la poesía haga hablar a los objetos y lo impronunciable, tiene un silencio que es incuestionable, ante el ser último de las cosas.

Ahora que hago memoria, no fui un lector impenitente de poesía, sí la necesaria, sobre todo durante mis estudios universitarios; pero sí pervive en mí una larga lista de novelistas y filósofos a quienes guardo celosamente del olvido. Uno de ellos es Gabriel García Márquez quien me arrastró al mundo del boom latinoamericano; un libro fundamental es Doce Cuentos peregrinos, en él un hombre le dice a una mujer que está en el balcón: “Quiero quedarme en tus sueños hasta la muerte”; ese fue el inició de mi amor por la poesía y la narrativa; de este modo la literatura se convirtió en un manera de salvación, por supuesto que no sé de qué salva, pero indudablemente me ha salvado muchas veces y de momentos insufribles. Cuando la muerte o el llanto se imponían en mi vida, aparecía el silencio de la poesía, de la palabra, esa palabra que grita silenciosa en el fondo del corazón humano. Sin duda, el silencio ha sido un compañero inseparable de mi viaje por esta vida; hasta le dije a la mujer que hoy es la más importante en mi vida: “voy a escribir un cuento con la historia de un hombre que no habla los domingos y por esa razón está olvidando algunas palabras”.

Ocurre con el misterio de la vida que uno se pregunte el por qué y para qué, en distintas etapas del desarrollo humano, aunque unas veces de manera más radical que en otras; luego de un pequeño paseo en el silencio de la poesía en algún momento me hice preguntas ineludibles: ¿Por qué la poesía? ¿Qué tiene de exuberante o maldición? En mi respuesta caí en la cuenta de que la poesía podía ser la voz de mi silencio. Recuerdo que me era muy difícil y hasta quizá imposible decirle a una chica de mi inagotable amor por ella; en pocas palabras, tuve un miedo atroz a hablar. Ahora estoy convencido que esa es la razón de mi escritura y sobre todo, de mi poesía. Después de leer a García Márquez, siempre quise decirle a alguna mujer que llegara a ser imprescindible en mi vida, que quería quedarme en sus sueños hasta la muerte; la persistencia es un buen antídoto contra la melancolía o el mismo silencio. Ese momento llegó un día de Julio en pleno invierno oriental porque encontré esa dama y no dudé en pedirle quedarme en sus sueños; sin duda que la poesía me ha servido para viajar por la órbita celeste de esa mujer, sin miedo alguno pues aprendí a hablar con ella.

Está vivo en mi mundo poético un enorme  poeta peruano al que no dejo de volver la mirada: el Cesar Vallejo del aguacero en París y el recuerdo que tenía de ese día de su muerte; su melancolía se quedó en mi alma. Los Epigramas de Ernesto Cardenal ese gran teólogo y poeta nicaragüense de esos versos siempre recordados: “Pero de nosotros dos, tú pierdes más que yo:/ porque yo podré/ amar a otras/ como te amaba a ti,/ pero a ti nadie te amará/ como te amaba yo”. O el Thomas Merton de Eighteen Poems que dice en el poema “Canción de mayo”: “Es Mayo, perdidos estamos/ Entre la luz del sol, las hojas/ El musgo y el espino” (It is May we are lost/ In sunlight and leaves/ Briars and moss). Con ellos entré a la poesía y desde entonces busco construir palabras de amor para poder curar mi larga soledad y ese silencio que me habita en todo instante.

Los poemas de mi libro Secreto inescrutable los empecé a escribir por esa necesidad irrenunciable de contarle a una mujer que no pude resistir su mirada o que la amé desde el primer momento sin que ella lo supiera. Slovan Zizek, filósofo esloveno, dice que aquello que sucede entre dos personas que se aman, nadie conoce con exactitud lo que pasa y pasó, sino solo los amantes. La poesía de amor es un intento por desvelar ese secreto entre dos; por eso la palabra se eleva por encima de la razón para divinizar o endiosar las cosas y personas, por tanto, estoy convencido que la palabra poética siempre diviniza el amor, el único amor, el humano.

Enseño literatura desde hace tres lustros, pero los poetas y la poesía me han enseñado mucho más de lo que yo puedo dejar en mis clases, y aunque eso me apena un poco, no tengo duda de que seguiré por los caminos de la literatura mientras el silencio y la palabra o el silencio de las palabras broten de mí como el pasto en un extenso campo verde. Leer y escribir son dos caras de una misma moneda: la imaginación creadora de los seres humanos. Mientras escribo poesía sigo sin pestañear al pie de la letra esos memorables versos del poeta romántico italiano, Giacomo Leopardi: “Así que en esta/ inmensidad se ahoga mi pensamiento/ y naufragar me es dulce en este mar” (Immensitá s’annega il pensier mio:/ E il naufragar m’é dolce in questo mare).

Iván Jesús Castro Aruzamen es Filósofo, teólogo y poeta

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