Puede o no tener razón en algunas consideraciones que Adolfo Pérez Esquivel contempla en su carta abierta a la Nobel de la Paz, María Corina Machado. Como la misiva es extensa y de varios temas que, de todas maneras, son inocultablemente resultado de su tendencia marxista, solo voy a referirme al párrafo donde de forma escueta pero clara hace una valoración de la democracia venezolana.
El quinto párrafo de la nota en cuestión comienza diciendo: “El gobierno venezolano es una democracia con sus luces y sombras”. Pérez Esquivel, a no dudarlo, tuvo una actuación descollante en su lucha por las libertades colectivas, sobre todo contra las que las tiranías militares argentinas impusieron, causando retraso, dolor y muerte en su país. Lo que no tiene justificativo político ni fáctico alguno es eso de que, a partir de Hugo Chávez, Venezuela vive una democracia con luces y sombras. Salvo en países altamente civilizados como Noruega o Suecia, gobernados por regímenes socialistas muy moderados, la historia evolutiva de la democracia ha ido progresando aliada del liberalismo unas veces y otras, asidas del constitucionalismo, pero el mundo no ha conocido una democracia auténtica desde el socialismo (strictu sensu). Podrá argüirse que sistemas políticos como el uruguayo o el chileno, con gobiernos izquierdistas, gozan de plenas libertades y sistemas de justicia sólidos. Es cierto, pero en casos como esos, que tampoco son los únicos, la práctica democrática se sustenta en expresas limitaciones al poder público con procedimientos de control de sus atribuciones, adquiridos desde tiempos inmemoriales a través de un proceso histórico de regulación del Estado. Eso, sin embargo, solo es aplicable en sociedades altamente educadas, cuyos componentes no solo tienen la capacidad de entender que la política es para ser ejercida por quienes están preparados para asumir el poder, sino que también saben que la democracia consiste en someterse a sus estrictas reglas.
En una sociedad como la venezolana, donde el caudillismo, la ambición de poder y el autoritarismo han sido el común denominador de las últimas décadas, mejor dicho, desde que el entonces Tcnl. Hugo Chávez irrumpiera en el contexto político de su país para hacerse de la Presidencia, no puede hablarse de democracia ni siquiera de que ella tiene “luces y sombras”.
Es que una democracia verdadera es la que el presidente Abraham Lincoln definió: “Es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”, de donde podemos inferir que la democracia reside en la idea capital del poder político radicado e identificado en el pueblo. Y este último presupuesto, tal y como el mundo sabe de Venezuela, no concurre ni por equivocación, en tanto en cuanto hay serias discusiones acerca de cómo identificar el poder con el pueblo. La idea de un gobierno que representa al pueblo, a sus intereses y que es el que ha de llevarlo a su bienestar, tiene que ver con la visión ideológica de quién se cree un demócrata.
Y no únicamente desde mi personal punto de vista, sino desde el de millones de venezolanos, y muchos más millones en el mundo, a partir de Hugo Chávez, y mucho más desde la sucesión de Nicolás Maduro, en Venezuela solo se ha visto, no autoritarismo, sino dictadura; no pobreza, sino indigencia; no apropiación indebida de bienes del Estado por parte de los que detentan en poder, más bien saqueo de sus pobres recursos.
Las precedentes sinrazones impiden considerar, aun con beneficio de inventario, que en Venezuela pueda practicarse algún grado de democracia, pues el hecho de haber salido un mandato de las urnas (un triunfo totalmente cuestionable, por otra parte) no amerita que el ejercicio mismo del “mandato” esté inscrito en los cánones de la democracia; por tanto, no se puede hablar de su empañamiento por sombras, y por todo lo sucintamente anotado mucho menos se puede hablar de “luces”.
Es que Pérez Esquivel, quizás acosado por los rigores de la senectud, haya perdido la capacidad de visibilizar a los millones de venezolanos que han tenido que migrar a países como el suyo, en los cuales las grandes ciudades, como Buenos Aires, Córdova o Rosario, están llenas de menesterosos que escaparon de las garras del socialismo que les ha obligado a buscar mejores días. En general, en América Latina los inmigrantes del país caribeño, están tratando de sobrevivir, como en el nuestro, que con toda su pobreza aún es mejor que permanecer en la tiranía de Maduro. La democracia es un bien, pero, al igual que la virtud, se trata de algo escaso; por tanto, si tiene sombras, no es democracia. La democracia verdadera reside en el verdadero Estado de derecho, que en Venezuela es un ejercicio solo aparente.
Augusto Vera Riveros es jurista y escritor