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Penumbra de la música / Penombra della musica

De/di Santos Domínguez Ramos / (trad. Marcela Filippi)

Nació, como un conjuro,

del miedo de las noches,

de un ritmo sin palabras que era el del corazón

y el del tiempo asustado de los astros.

Siguen estando aquí, bajo las delicadas

notas de algún piano

o en el viento afinado de una orquesta,

el que encauzó el aliento en un hueso sin tuétano

para imitar la brisa o al animal furioso.

Quien chocaba un guijarro contra la roca dura

o golpeaba a compás un madero con otro

como quien interpreta el corazón del mundo,

el ritmo de los pasos

o el latido constante de la alta luz del día.

Aquí siguen estando,

con sus piedras sonoras o los pies en el suelo,

con su caña armoniosa

o el tambor que era un tronco que convocaba al trueno.

Aquel que una mañana sopló una caracola

como si respirara el mar, como si duplicara

el rítmico jadeo del combate o la cópula,

la emoción de la caza, la angustia en la carrera,

la vibración del viento o el canto de los pájaros.

Nació, como un conjuro,

del pánico ante todo lo que no tiene nombre,

ni cuerpo, ni mirada.

Del terror al sol negro

y a una luna que hunde para siempre en el mar.

Y sigue estando aquí, como está en cada día

la oscura sucesión

de minutos y olvidos que completa la tarde,

la tarea de penumbra que oscuramente somos.

Italiano

Penombra della musica

Nacque, come un sortilegio,

dalla paura delle notti,

da un ritmo senza parole che era quello del cuore

e del tempo spaventato degli astri.

Continuano ad essere qui, sotto le delicate

note di un pianoforte

o nel vento armonizzato di un’orchestra,

chi ha incanalato il respiro in un osso senza midollo

per imitare la brezza o l’animale furioso.

Chi lanciava un sasso contro la pietra dura

o batteva a tempo un legno con un altro

come chi interpreta il cuore del mondo,

il ritmo dei passi

o il battito costante dell’alta luce del giorno.

Sono ancora qui,

con le loro pietre sonore o coi piedi per terra,

con la loro canna armoniosa

o col tamburo che era un tronco che convocava il tuono.

Colui che una mattina soffiò una conchiglia

come se respirasse il mare, come se duplicasse

il ritmico affanno del combattimento o della copula,

l’emozione della caccia, l’angoscia nella corsa,

la vibrazione del vento o il canto degli uccelli.

Nacque, come un sortilegio,

dal panico dinnanzi a tutto ciò che non ha nome,

né corpo, né sguardo.

Dal terrore al sole nero

e da una luna che affonda per sempre nel mare.

Ed è ancora qui, com’è in ogni giorno

l’oscura successione

di minuti e oblii che la sera completa,

il dovere di penombra che oscuramente siamo.

(de El viento sobre el agua, XXXVI Premio Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez)

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