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¡Ojalá nunca dejemos de ser poesía!

Todo se verifica en la palabra. También nuestra propia historia, unida al lenguaje melódico del universo. Cuesta entender, por tanto, ese afán de viciar, inclusive nuestras entretelas. Cada latido es único, nosotros también. Lo vital es hacer comunidad, donde siempre habrá un lenguaje que nos rescata y nos reintegra. Es cuestión de poner oído y ser más clarividentes. Para empezar,  la atmósfera no puede estar más anclada en la ordinariez. Tanto es así, que se ha desvirtuado totalmente la familia por muchas proclamas que se hagan, pues no pasamos de los deseos a las realidades. El interesado dinero todo lo acapara y el centro de la vida social es el egoísmo sobre todo lo demás. Por eso, es muy importante conciliar sueños y recuperar el auténtico amor a través de la ilusión de cada amanecer.

¡Ojalá nunca dejemos de ser poesía para los nuestros!. Sí, para nuestros progenitores  y también para nuestros descendientes. Ha llegado el momento de conciliar léxicos con silencios, de tener tiempo para amar y de olvidarse de uno mismo para donarse, de construir un hogar donde descansar del ajetreo diario, de aprender a ir más allá de nuestras propias necesidades para reencontrarnos con nosotros y los nuestros, cuando menos para ser más generosos y despojarse de esta cultura de lo efímero, que todo lo borra a su antojo. Aún así, podrá no haber cantautores, pero siempre habrá inspiración para recordar.

Sin duda, nuestro mundo necesita referentes de estirpes perdurables, donde todo se armoniza; familias sanas y unidas que han hecho de su vida un encuentro con la poesía, pues todo lo embellecen con sus acciones sustentadas por el perdón permanente y la viva pasión de custodiarse unos a otros. Siempre el nosotros en la boca del alma, respetando y respetándose, proclamando la poética de toda vida humana desde su concepción hasta el fin del trayecto. ¡Qué gran sueño para la sociedad vivir en linaje, sin exclusión alguna!. Para desgracia nuestra, la coherencia ha dejado de ser un valor en nuestro caminar. Todo se mueve en lo inestable. Hemos borrado de nuestras vidas la balada y la voz, la ayuda espiritual y nos hemos despojado de la sólida guía moral, hasta convertirnos en verdaderos destructores de nuestra  propia lírica de fidelidades y entusiasmos.

De nada sirve que Naciones Unidas, en su resolución del 17 de septiembre de 2012 haya declarado el 1 de junio como Día Mundial de las Madres y de los Padres, ya que hay un interés a que todo se resquebraje, a que todo se separe, se rompa y se repudie. El poder de la falsedad impide que podamos ser esa estrofa de manos limpias, de corazón puro y de horizontes claros, para poder ofrecer a los nuestros la ternura del abrazo. Nuestros interiores están corrompidos y así no se puede avanzar en comunicación, deshumanizándonos hasta el extremo de que cada día la convivencia familiar es más temible y terrible. Fiel a la poesía, donde un vocablo es una raíz de verdad, la idea se conjuga con otras, sin imponer nada, pero de manera acorde al mundo de los valores, de los que no podemos desmembrarnos. Por consiguiente, tenemos que proyectar un mejor orfeón, evitando fortalecer desamores, de manera que podamos  ser más constructores de cadencias.

En estos momentos, de tanta incomunicación y aislamiento, es más necesario que nunca crear espacios de concordia para comunicarse pulso a pulso, o lo que es lo mismo, corazón a corazón.  Saber perdonar y sentirse perdonado es una experiencia única, que en familia, ha de convertirse en algo diario. Los humanos, que somos tan frágiles como el cristal, necesitamos el apoyo y el sostén del acompañamiento en todo camino. Al fin todos nos reforzamos con el poema, incluso más allá de la muerte permanece ese espíritu familiar, de comunión trascendente, pero que está ahí, invitándonos a glorificar toda existencia humana. En consecuencia,  es la respiración la que nos anima a ser parte del verbo, donde todo ha de conjugarse familiarmente, a pesar del tiempo y las edades, para que nadie se sienta solo. Desde luego, es una honda experiencia poética contemplar que tras un verso, está el siguiente, y tras éste, el que le sigue… y, que al fin, la poesía es el presente, pero también la eternidad. Quiera nuestro autor existencial que la descubramos, porque será que nos hemos vuelto tan genuinos como veraces.

Víctor Corcoba Herrero/ Escritor

corcoba@telefonica.net

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