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Nueva Rayuela

El lugar común sería decir que -como al menos a tres generaciones previas de bastardos- Rayuela me cambió la vida, la forma de leer y las maneras de sentir. Pero los lugares comunes son tediosos y faltos de artilugios así que mejor hablar del otro designio que tuvo la novela de Cortázar en mi perra vida: Me introdujo la noción del libro como fetiche. Tomado de la biblioteca pater-materna, obvio, ese volúmen salido de la Editorial Sudamericana en 1963 (creo recordar) estaba ahí con la tapa ajada, algunas hojas sueltas, con remiendos hechos de scotch y algunos otros inposibles utensilios, todo sucio, todo usado, hecho mierd4 y traginado quién sabe cuántas veces y desde cuántas manos. Pero estaba ahí, y todavía sigue, como una reliquia expuesta a los ojos forasteros y dispuesta a ser una vez más hojeada y retenida. El objeto es tan mágico como la Maga que vive dentro. Y ahora tiene un bello complemento.

La RAE ha sacado una flamante edición conmemorativa de los 50 años que cumple este fetiche. Como ya lo hicieron con el Quijote, Cien años de soledad y La región más transparente, entre otras piezas, los buenos académicos nos regalan (175 lucas es un regalo) una gordita versión que incluye un comentario inocuo y lacrimal de García Márquez, una estupenda lectura de Vargas Llosa, un bellísimo texto de Carlos Fuentes (extractado de su magistral ensayo La gran novela latinoamericana) y un raro comentario de Sergio Ramírez. Pero también, hay otros cuatro magistrales ensayos de gentes no tan ilustres, una biobibliografía copiosa y un glorioso glosario que va a provocar el baile de tregua y catala por no pocos cronopios y esperanzas. Exquisito.

Pero la verdadera joya de este acierto, es que incluye el mítico Cuaderno de bitácora en una versión facsimilar que reproduce anotaciones hechas por el Corti con sus propias descomunales manos, dibujitos varios, páginas vacías que dicen «no va» y borrones y tachas, cientos de borrones y tachas que no sirven nada más que para regocijarse en ese oculto y bárbaro ritual que impone la religión cortazariana. Sin duda, en éstos tiempos de tan pocas novedades, el viaje a la nostalgia es de los pocos placeres que nos queda y ¡que mejor! que hacerlo en tan fino ejemplar, tan cálido fetiche, tan glamoroso objeto. Los carnales de Encantalibros (Colombia y Aurelio Melean, por si acaso, put0s) lo tienen fesquito en sus estantes siempre prestos, ellos, a propiciarte tales encantamientos.

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