Escucho noticias en la radio desde siempre. Mi abuela la encendía en la madrugada, y comenzaba su jornada sintonizando en onda corta noticiosos de España, Francia o Moscú. De modo que crecí con un oído radioescucha. Mi emisora cotidiana es una que se fundó en Bolivia allá por 1939, como la primera radio jesuita de Iberoamérica. La elijo por su amplia cobertura y su gama de corresponsales nacionales, que reportan “desde la bella Perla del Acre”; “desde la hermosa Joya de la Amazonía”; y “desde Oruro”, que bien podría explotar su distinción de “capital del folclore” (que no “capital folclórica”, se les ruega).
Además, estimo que es la única estación radial que repica a las 12:00 del mediodía, “las sagradas notas del himno nacional”. Un himno que suena muy parecido al chileno. Y es que Leopoldo Benedetto Vincenti –hijo del capitán de los húsares del ejército de Napoleón y compositor de nuestra emblemática pieza-, vivió muchos años en Chile y habría trabajado (¡ay!) en la banda musical del ejército chileno. Lo que hace pensar que se afanó (de buena fe, ya que no hay prueba de plagio) unos cuantos acordes del himno de ese país… y pues así nunca vamos a lograr recomponer las relaciones diplomáticas. Pero ese es tema de otra programación.
Cada día hallo una noticia que me recuerda la picardía del alma boliviana. Un alma que no se permite colapsar frente a la adversidad. Que convulsiona, pero siempre encuentra una vía de reconciliación consigo misma y mejor si es con música o sentido del humor.
El viernes, en su primer bloque informativo, un productor tarabuqueño lamentaba los destrozos que la granizada de la noche anterior había provocado a los sembradíos de papa, trigo y cebada en su región. Hasta ahí, nada extraordinario -pues las lluvias en estas épocas traen más infortunios de los que quisiéramos-, pero mientras el campesino gimoteaba, se oía de fondo un pujllay, acompañado de una banda y una bulla que parecían festejar algo. Pese a que la reportera trataba de darle la pauta trágica, ya no había modo de ocultar que la desgracia no era taaan desgracia.
Hace unas semanas, como “noticia de último momento”, escuché a través del dial, que un reo había intentado escapar de la cárcel de Chonchocoro disfrazado de oveja. El convicto fue atrapado mientras se arrastraba por los pastizales. Al principio desconfié de mi atrofiado oído, pero luego recordé que estaba en Bolivia y que era perfectamente posible. Me fui a Google y encontré periódicos internacionales que hablaban de la hazaña que, aunque fallida, nos retrataba. Los bolivianos podemos ser lobos y ovejas en un solo cuerpo. Solo depende de las circunstancias. Pasé al siguiente reporte informativo.
Recientemente nos hemos topado en los medios de comunicación con manifestaciones del Magisterio. Los maestros urbanos reclaman en las calles más presupuesto e ítems, y rechazan la nueva malla curricular. Ese tipo de protestas –petardos incluidos- son históricas en este país. Solo que ahora, la “asonada” contra el ministro de Educación llega al son de Shakira: El puesto quedó grande / y por eso estás / con una marcha fuuuuull / Una profe como yo no está / para ministros como túúúú...
En otro orden de cosas, entrevistaron hace poco en Tarija a un ginecólogo. El “galeno del nosocomio” había traído al mundo a una bebé de 1 kg de peso varios años atrás. Cuando la periodista le pidió más datos (que hicieran de la nota un digno reportaje de exportación a los demás departamentos del país) él, con la rigurosidad del caso, contó que la entonces recién nacida era hija “de una ucraniana y un Pantoja”, y que gracias al carácter fuerte de la madre “como todas las ucranianas”, esa niña sobrevivió y ahora era “toda una señorita”. Los datos científicos quedarían para otro momento.
Quizás no escuchemos en ningún noticioso que un grupo de científicos bolivianos inventó la vacuna contra el SIDA, pero tampoco oiremos de estudiantes incendiando iglesias. Y en vez de observar las paradas militares -tan imponentes como temerarias- vistas en los noticiarios de Corea del Norte o de China, nosotros nos enteramos, por esos informativos, de algún desfile de funcionarios gubernamentales que no marchan como soldados implacables, sino que bailan una coreografía creada por un ministro de Estado bajo una tonada tan jocosa, que hace olvidar incluso la noticia previa de que nos estamos quedando sin plata.