Irma Verolín
La intangible vida
sobrevoló demasiado alto
por encima de mi cabeza
junto a ese pájaro que una vez
mi padre fotografió
alzando sus brazos para enfocar
con la cámara el cielo. Miramos
sus alas temblorosas y oscilantes
sobre un liso color celeste, aquel pájaro giraba
para nosotros
que tan solo mirábamos
con los ojos agrandados y los hombros tensos.
Pienso en los brazos abatidos de mi padre
en la oscura máquina de fotos
en el clic que hizo el obturador hasta quebrar el aire
y en nuestros ojos abiertos
hacia la altura más grande.
Muy alto
tan alto
volaba el pájaro que ahora en la foto
es un ridículo puntito negro
perfecto
inamovible.
Aquel pájaro se llevó fuera del mundo
todos mis pensamientos
y acaso los brazos extendidos de mi padre
y también sus ojos claros y lo que le quedaba por mirar
si es que algo había aún
para él
para nosotros
que mereciera una fotografía, algo
que relampagueara entre lo ordinario
algo que pidiese ser rescatado,
eso que se ve solo una vez, una vez
y suficiente para alumbrar lo más oscuro
eso que nos rescata al ser rescatado
un embrión de la luz que se fuga y se fuga
de la incomprensión de la mirada.