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‘Nietzsche y la dinamita’

Carlos Battaglini

Siete patadas en la cabeza con saña, mucha saña. Cuando Alex DeLarge entra en aquella mansión dando puntapiés en la cabeza a los inofensivos residentes, al ritmo de I’m singing under the rain, uno no puede más que estremecerse. Aire, aire. La escena tiene lugar ¡claro que sí! en La Naranja Mecánica, soberbio film de Kubrick basado en la novela homónima de Anthony Burgess. Burguess había recibido su inspiración mecánica de una violación sufrida por su propia mujer de manos de unos marines norteamericanos, en pleno final de la segunda guerra mundial. Estremecerse.

Observar cómo a un presidente de Liberia le cortaron las orejas. Estremecerse. Observar como apedrean a una muchacha árabe por cometer adulterio. Estremecerse. Volver a estremecerse. Algo parecido al estremecimiento estoy experimentando al leer de nuevo a Friedrich Nietzsche. He vuelto a abrir Así habló Zaratustra, tras una pausa de casi 12 años.

No recuerdo bien por qué, pero en 1998, interrumpí de súbito la lectura del filósofo alemán. Quizás fuese por la falta de complicidad de la traducción de Francisco Javier Carretero Moreno, pero lo cierto, es que, raro en mí, aparté la obra para otra ocasión. Y si los fanáticos joycianos del club de algo Finnegans Wake, se tomaron 5 años para leer la novela más oscura de Joyce, y les pareció una lectura precipitada (han empezado ya la segunda) yo me tomé casi 12 años para volver al polémico pensador de Röcken.

Y es que como dice Manuel Oliveira, “el tiempo carece de movimiento, el movimiento está dentro del tiempo”. Una frase que no acabo de entender, pero que estoy empezando a aplicar. Estremecerse. He dicho.

Pero las sensaciones van más allá del estremecimiento. Nietzsche, Zaratustra, le da la vuelta al mundo, niega los valores, las costumbres, las creencias occidentales y propone como alternativa indiscutible al superhombre. Un ser que reniega del sometimiento a la religión y todos los corsé tradicionales.

Leer Así habló Zatustra, requiere mucha paciencia, concentración, relectura, anotación, tiempo…sólo así se puede saborear la esencia del mensaje nietzscheano, que se torna en un discurso polisensitivo. Es decir, no sólo nos puede producir estremecimiento la lectura de este libro, sino que, otro tipo de sensaciones salen a relucir tales como la violencia, la pena, el gusto, el disfrute, el erotismo etc. etc.

Zaratustra es Nietzsche, y éste, a medida que uno va leyendo los discursos, es un ser digno de lástima. Por un lado. Por otro, es un tipo digno de admiración, una boca como dice él, que habla a unos oídos que aún no están preparados. Un hombre solitario que busca a los suyos para llegar al culmen de la posibilidad humana. Un hombre que odia a los hombres, pero que los ama intensamente. Un defensor de la libertad, del amor, pero también un vocero que propone eliminar a los que no están a la altura moral, física etc. del superhombre.

El hombre, el cuerpo, la tierra, lo empírico es lo único que importa. Todo lo demás son construcciones mentales que la religión, el estado, el poder y demás entes fácticos, han tratado de introducir en nuestro cerebro.

De esta manera, estos poderes han moldeado nuestra conciencia. Una conciencia temerosa, sospechosa del disfrute, obsesionada con la posibilidad de pecar en cada momento. Víctima de la responsabilidad y las cadenas. Somos presas de las costumbres equivocadas, de mentes erróneas, de un ‘sí mismo’, un self que hace con nosotros lo que le da la gana.

Buf, me pongo a cien cada vez que leo estas líneas. Y aunque hay considerables aspectos con los que no estoy de acuerdo con Friedrich, reconozco que tiene una capacidad envidiable de hacer pensar y plantearse el todo que nos rodea.

Uno se puede tomar todos estos discursos como quiera. Nietzsche es una llave maestra que puede abrir tanto la puerta de la libertad, del amor, de la fiesta, como la cancela del odio y de la destrucción. El hippy y el nazi se besan. Cada uno decide como utilizar esa llave. Un tal Adolf abrió portones que casi acaban con el mundo. Un tal Camus creó un clásico de la literatura, El Extranjero, que debió por cierto influir a Sam Mendes a la hora de dirigir American Beauty. Tal vez el misantropismo encontró su expresión artística, gracias a las contribuciones del Friedrich. Es posible.

Lo cierto es que la filosofía o como se quiera llamar a todo esto, ha vuelto a entrar en mi vida, removiéndome hasta los cimientos más estáticos del cerebro. Se plantea una revolución en el pensamiento, se despiertan todos los instintos y se ayuda a eso que denomina Michael Wood como el ‘understanding’. El entender, en comprender consiste casi todo. La densidad y las posibilidades reflexivas que Así habló Zaratustra rezuman son imposibles de abarcar en este humilde post. Posiblemente sea imposible acabar el debate una vez abierta la senda Nietzsche; nunca llegaría a agotarse, siempre se podría volver a replantear un paradigma, un pensamiento, una posibilidad… A veces, cuando me asomo ligeramente a esa parte de la mente que se frivoliza nominalmente como ‘lo oscuro’, siento el temor de volverme loco si ahondo más allá. Siento un vértigo. Me acuerdo de Murakami cuando dice que hay que sumergirse en las tinieblas, pero luego hay que volver, regresar a la superficie.

Tengo miedo tal vez de volverme loco, o quizás, de convertirme en el centro de un exceso de lucidez, ¿a eso lo llaman locura? De convertirme en un superhombre.

Estremecerse. O no.

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