Miguel Sánchez-Ostiz
Un personaje (sombra) de alguna de mis novela dijo aquello de que se había gastado mil duros en libros sobre mariposas y se iba a hacer como Nabokov, tal vez fuera uno de mis alter egeos que disputaba sus guasas de Augusto con el Cariblanca, su doble… Habría sido en los años setenta y comienzos de los ochenta, cuando hubo pasión por Nabokov. Yo la tuve, de la mano de un amigo de entonces que hace un tiempo me pidió que no hablara de él en mis recuerdos (Viaje alrededor de mi cuarto). Quedará así, fundido en negro, aunque mucho contara en mi vida y en mis lecturas de aquellos años, y hasta en recuperar mi afición a la montaña y las caminatas. Le estoy agradecido. Me he acordado de él esta mañana cuando hemos pasado por unos caminos que estaban plagados de mariposas, modestas si las comparo con los enjambres que vi por las orillas del Beni, en Cachuela Esperanza. A Nabokov creo habérmelo leído entero en aquella época, tanto en castellano como en francés, y raras veces he vuelto a sus novelas y ensayos. Me falta aquella edición española de Barra siniestra, cuyo paradero ignoro (de forma involuntaria), aunque me acuerde ella cuando trato de ilustrar alguna crueldad policial gratuita. Nabokov contó mucho más en mi vida de escritor que el de las zapatillas de amortajado. De mariposas a día de hoy no sé nada y lo de la caza sutil, al modo de Jünger, no se me da bien. Cada cual en su mundo, admirable el de los dos autores citados, el mío es como es… no se pue contimparar, canta como puede el avejentado Augusto que sestea a mi sombra.