(Discurso pronunciado en la inauguración de la IX Feria Internacional del Libro de Ayacucho)
Homero Carvalho Oliva

Excelentísimo Señor Juan Carlos Arango,Alcalde de la Municipalidad Provincial de Huamanga; Eva Chuquimia, Encargada de Negocios de la Embajada de Bolivia en Perú; Gary Marroquín, Director de la Casa de la Literatura Peruana; Yuri Abad, Prefecto Regional de Ayacucho; Willy del Pozo, Director de la FILAY y Carmen Aroni, Presidenta de la AEDA.
Es un honor estar hoy en el Salón Consistorial de la Municipalidad Provincial de esta hermosa y antigua ciudad de San Juan de la Frontera de Huamanga (25 de abril de 1540), hoy Ayacucho (15 de febrero de 1825), en quechua: «rincón de los muertos» o «morada del alma»; cuna de batallas decisivas; recordemos que la Batalla de Ayacucho (librada en Pampa de la Quinua) es un hito crucial en la historia de América Latina, porque representa la culminación de las guerras de independencia sudamericanas y la expulsión definitiva del poder colonial español del continente. En una carta de Antonio José de Sucre a Simón Bolívar, afirma: “Ayacucho ha dado a la América su libertad; la espada ha concluido lo que el pensamiento inició”. Para decirlo con palabras de Gabriela Mistral: “Ayacucho suena como una campana rota que aún repica en nuestras venas”, y Vargas Llosa: “Ayacucho fue la última gran escena del drama de la independencia. Fue teatro, historia y destino”.

El año pasado, esta emblemática ciudad de Los Andes, celebró su bicentenario y este año del Señor de 2025, celebramos el de Bolivia. Un dato que también nos hermana es el nombre de la sede del gobierno de mi país: Nació como ciudad de Nuestra Señora de La Paz y, después de la Independencia, se rebautizó como ciudad de Nuestra Señora de La Paz de Ayacucho.
Un honor, como escritor boliviano participar de la inauguración de IX Feria Internacional del Libro de Ayacucho (FILAY, que tiene el propósito de fortalecer los vínculos entre las literaturas del continente, en general y con Bolivia en particular. Que busca promover la literatura y la lectura, además de fomentar el diálogo entre autores y público. Agradezco a Willy del Pozo, responsable de esta magnífica cita literaria, extraordinario gestor cultural, editor, escritor y poeta, discípulo de Fernando Pessoa, por la invitación a nuestro país a una feria que, años anteriores, tuvo como invitados a Chile, Argentina, México y Uruguay. Destaco las gestiones realizadas por Sisinia Anze y Jorge Abastoflor, escritores, gestores culturales e historiadores que hicieron posible nuestra presencia en este encuentro literario. Especialmente para que autores independientes puedan difundir y promocionar sus obras. En lo personal, renuevo mi agradecimiento a Perú, país al que le debo mucho, pues he sido publicado por varias editoriales y he sido invitado a las ferias del libro de Lima y Cusco, así como a encuentros literarios sobre la Amazonia en Pucallpa.
Vengo de mi amada Bolivia, que, para mí, es más que un país; es una forma de mirar el mundo: es un territorio simbólico, una patria íntima y colectiva que se entrelaza con mi memoria, palabra e imaginación. En mi obra literaria —que incluye poesía, cuento, novela y ensayo— Bolivia aparece como una geografía afectiva, una raíz ineludible, un espacio de luchas, contradicciones, belleza y esperanza. Territorio en el que he explorado los mitos y las voces ancestrales, las tradiciones orales de los pueblos indígenas, los paisajes amazónicos y andinos, y la complejidad de la identidad boliviana.
Esta cita, en la Plaza Mayor de Huamanga (antiguo y poderoso nombre de esta bella ciudad), es, sobre todo, una forma de reencontrarnos en la memoria, en la cultura y en la esperanza. ¡Qué privilegio y qué júbilo!
Nuestros pueblos están enlazados desde mucho antes de que existieran las palabras “Perú” y “Bolivia”. Además de la historia colonial, nos une una ancestral. El quechua y el aimara, lenguas milenarias que aún hoy nos permiten hablar con nuestras raíces y nombrar el mundo con dignidad. Como dijo Franz Tamayo, “el quechua y el aimara nos dan la clave de una civilización compartida. Perú y Bolivia son dos lenguas que sueñan lo mismo”.
Ya antes de la Colonia nos cruzábamos en los caminos del altiplano y del lago sagrado. Y cuando llegaron los siglos oscuros del sometimiento, compartimos también la resistencia. Las voces de Túpac Amaru y Túpac Katari todavía se elevan juntas como parte de un mismo fuego. En las guerras de la independencia, combatimos con ideales comunes, y en la República intentamos hacerlos realidad a través de la Confederación Perú-boliviana, ese hermoso y breve proyecto de integración que aún habita en la imaginación de quienes soñamos una patria grande.
Pero si los acuerdos políticos a veces se disuelven, los lazos culturales permanecen. Nuestra literatura es testigo de esa hermandad silenciosa y constante. Ricardo Palma escribió: “La literatura no conoce aduanas. Si mis tradiciones han cruzado a Bolivia, ha sido porque los pueblos hermanos leen con el mismo corazón”.
Y fue en Lima donde Ricardo Jaimes Freyre, nacido en Tacna, Perú, uno de nuestros grandiosos poetas modernistas, escribió: “El Perú no fue un país ajeno, fue una casa abierta para la poesía boliviana”. Gamaliel Churata, puneño y andino universal, vivió y escribió parte de El pez de oro, su gran obra, en Bolivia, país que lo acogió como a un hijo. En ese libro magistral afirma: “Yo he nacido en el altiplano. En ese páramo donde el aire se vuelve idea, y donde el sol —y no la historia— ha sido el gran escultor de los hombres. Allí, donde Bolivia y Perú no son dos patrias, sino un mismo silencio lleno de dioses”.
También José María Arguedas, que vivió muchos años en Ayacucho, al caminar por mi país, dijo “Cuando estuve en Bolivia, sentí que caminaba por una prolongación de mi propia memoria”. Qué profunda y sencilla manera de decirnos que la cordillera no nos separa, sino que une, y así lo escribió en su texto “Una isla de humana hermosura”: “La aparición de la ciudad de La Paz ante el viajero es quizás el más bello e impresionante espectáculo que el hombre americano moderno puede ofrecer en el Nuevo Mundo. ¿Cómo es posible que esta aparición sorprenda al viajero después de haber andado bajo los cielos de altiplano que no dejan descansar al corazón con su abrumadora y a veces tenebrosa hermosura?”
Recordemos a Mario Vargas Llosa, Premio Nobel, cuyo lazo le viene de su infancia, porque, en un colegio de Cochabamba, aprendió a leer y vivió allí muchos años y siempre recordaba “los diez años de su infancia boliviana como una Edad de Oro”. “Bolivia no es ajena a mi imaginario. Sus conflictos, su geografía, sus voces también han sido parte de esa América Latina que intento comprender y narrar”.
Las ferias del libro no son simples encuentros de autores o editores. Son verdaderos actos de integración. Aquí la palabra nos hermana más allá de las fronteras. Aquí las historias, los poemas, los ensayos y las novelas hablan con acento andino, amazónico, mestizo, indígena, urbano y universal a la vez. Como dijo nuestro poeta Óscar Cerruto: “El escritor peruano y el boliviano que de verdad sienten a su país están condenados —y bendecidos— a mirarse en un espejo mutuo”.

Mención especial al poeta ayacuchano, Sixto Sarmiento, autor de varios poemarios y de un canónico libro de entrevistas titulado Chirapaq 51 Entrevistas Sobre Cultura Contemporánea, que reúne las voces y miradas de algunos de los mejores poetas iberoamericanos. Con Sixto descubrí que la misma piedra que nos miran desde tiempos inmemoriales: “Es la predestinada para ser tu eterna compañera/Es la predestinada para ser tu lápida”, en eterno alabastro, la clásica piedra de Huamanga.
Caminando las calles adoquinadas recuerdo a mi amiga Gloria Mendoza, poeta adoptada por esta ciudad, recuerdo unos de sus versos: “pastoreo mis palabras”, eso hacemos los escritores.
Bolivia llega con una delegación de escritoras y escritores que representan la riqueza y diversidad de nuestra literatura contemporánea. Voces nuevas y consagradas, que, desde la poesía, la narrativa, el ensayo y la literatura infantil, construyen un país con cada palabra. Para nosotros, Bolivia no es un concepto abstracto, sino una experiencia viva: su geografía, sus climas, su cultura, sus calles, sus ríos, sus lenguas, su gente, somos nosotros. Bolivia es, también, una nación que necesita narrarse, que exige ser poetizada desde adentro, con amor crítico y compromiso, a través de diferentes estilos, géneros y visiones.
Que los encuentros sean nuevos capítulos en la historia de afecto, colaboración y hermandad que une a nuestros pueblos. Como dicen los guaraníes bolivianos: “hemos venido a escuchar con los ojos y a ver con los oídos”. Gracias, Ayacucho, por abrirnos las puertas y el corazón. Gracias por permitirnos traer nuestras palabras, nuestras historias y nuestras preguntas. Porque si algo hemos aprendido de la historia y la literatura, es que Perú y Bolivia somos árbol de la misma raíz. Quizá desde aquí podamos responder la pregunta de la poeta ayacuchana Gloria Cáceres Vargas: ¿Quién soy? Y junto con Nora Alarcón, “empecemos a cantar, para reconstruir nuestro pueblo”.
¡Jallalla! ¡Kawsachun! ¡Que vivan Perú y Bolivia unidos por la palabra! Muchas gracias.