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Microcuentos / Teresa Constanza Rodríguez Roca

Buen retiro

Para Navidad, Santa Claus me trajo un regalo que no era grande, pero igual me alegré. Fui a mi cuarto de inmediato y empecé a abrirlo. Era una casita de techo rojo y paredes amarillas, también había un juego de sala, comedor, dormitorio, cocina y baño. Puse los muebles y pantallas en las habitaciones correspondientes, luego las pequeñas cortinas color marfil en cada ventana. Con paciencia, acomodé los cojines en los sillones, tendí la cama y coloqué los utensilios de cocina en los armarios. Conseguí rosas para los floreros diminutos y conecté el sistema estéreo, que también venía incluido. La casita resultó una dicha, era tan placentera… Mi familia y amigos han revuelto cielo y tierra buscándome. Al parecer, nadie sabe dónde estoy. Ahora nadie me perturba. 

Mudanza

─Tengo frío, ¿me alcanzas una colcha? ─pregunta el hombre, moviendo apenas los labios.

─No puedo ─dice la mujer─, no sé dónde hay colchas, no estamos en casa.  ¿Te olvidaste que unos chaparritos nos sorprendieron cuando salíamos del cine, y nos maniataron diciendo que nos llevarían a su espacio del que no regresaríamos ni el día de la pera? Luego el golpe en la nuca, y no supe de nada. Lo último que vi fue un coche azulino que parecía flotar.

El hombre sólo recuerda siluetas brillantes, un olor parecido al amoníaco y la sensación de rigidez en el cuerpo. A tientas, busca su reloj sobre la mesita de noche, algo gelatinoso y frío parece latir. El hombre aparta la mano bruscamente y se incorpora para ver con qué objeto se ha topado.

─Aquí, los corazones descansan fuera de sus cuerpos cuando llega la noche ─resuena una voz periférica en su mente.

El hombre sabe ahora que la colcha no tiene sentido.

Primo nuestro…

Cuando los sepultureros habían colocado las coronas de flores sobre la tumba, Tadeo le hizo recuerdo mentalmente a su primo difunto de la promesa que ambos habían hecho cuando eran jóvenes: el que partiera antes, enviaría una señal al otro en cuanto llegara al cielo. De súbito, un viento arremolinado se levantó elevando un centenar de pétalos rojos. 

Cerca de su coche, Tadeo se dio cuenta de que no tenía la llave. Buscó en su billetera, en sus bolsillos; regresó a la tumba fresca, con los ojos puestos en el cielo. Primo querido, si me ves, haz que aparezca la llave del auto. Al instante, un brillo potente se manifestó a sus pies. Ahí estaba la llave. Gracias, amado primo, no me abandones nunca.

Con el tiempo, Tadeo se acostumbró a recurrir al buen primo cada vez que la adversidad lo presionaba. Es más, contó su dicha a parientes y amigos; que si no encontraban el celular, que si había trancadera, que si el vuelo se retrasaba o había que sanarse de la gripe o cualquier otra enfermedad, el adorado primo no les fallaba. Todos se sentían protegidos, en sus manos.

Primo Nuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu…

La amada infiel

De pronto, una puerta se cierra con estruendo, Federico saliendo del baño, músculos ejercitados, caderas estrechas, alto, gitano. Y desnudo.

─¿Qué fue eso?, pregunta Enrique al teléfono.

─No es nada.

─¿Estás sola? 

─¡Ah!, me despertaste de un sueño profundo. Estaba yo de mozuela y regresaba del río la noche de Santiago, era una noche sin luna… Hmm, ah, aaahhh…

─Hay alguien en tu cuarto.

─No te pongas celoso, sabes que me indignan tus sospechas.

─Perra infiel, y yo que te amo.

─No viajes entonces, quédate en casa… Ooohhh, santo cielo…

Festejo doble

Un primero de enero, a las siete de la mañana, vuelves a tu piso. No recuerdas si al entrar usaste la llave, sólo te das cuenta de que las paredes, cortinas y alfombras han cambiado de color…, y huele a café recién hecho, ¿por qué?, si tú vives solo. Desde la cocina, te saluda una cuarentona de mirada emprendedora. No preguntas quién es ni cómo ha entrado.

─Te equivocaste de piso, viejo. Pero ven, compartamos este café.

Escondite

Eres perfecta, Emily. Eres mi Eva, mi Beatriz, mi Dulcinea. Qué haría yo sin ti, murmura Facundo a la hembra tendida junto a él.

Eres callada, sumisa, complaciente. Nunca me has fallado, añade el hombre y suspira profundo, antes de jalar el taponcito femenino. La silenciosa mujer empieza a desinfffhhh, para luego ser doblada y encerrada en un cajón de triple llave.

Penélope siglo XXI

−¿Cómo es, Uli?

−Aquí no más, navegando. ¿Y tú?

−Aquí no más, tejiendo. Y, cómo es, ¿vienes o no?

−…

−Uliii, ¿me oyes?

−Te hablo después, Pene, se me está acabando la batería…

Insomnio

Las pantuflas de madre duermen a pierna suelta toda la noche.

Ella las vigila.

(Tomado de la ANTOLOGÍA DE MICROFICCIÓN del Tercer encuentro internacional de escritores, compilada por Homero Carvalho Oliva y publicada por Editorial Comunicarte)

Teresa Constanza Rodríguez Roca: Nació en Santa Cruz de la Sierra. Profesora de secundaria por la Normal Superior Nacional Católica (Cochabamba) y diplomada en Pintura y Fotografía por la Escuela Nacional de Bellas Artes (Sydney, Australia). Sus relatos forman parte de numerosas publicaciones literarias latinoamericanas y europeas, y de diversas antologías, siendo las más recientes Antología de cuentos extraordinarios de Bolivia, Antología de cuentos eróticos, Antología del cuento boliviano, Antología de cuentos de misterio. Es autora de dos libros de cuentos y minificción: Función privada y otros cuentos y Noche de fragancias, relato breve y minificción, (2016). Su cuento Isoglosa ha sido llevado a la pantalla grande. En 2004 obtuvo el Premio Nacional de Cuento Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela y en 2013 fue finalista en el Concurso Nacional de cuento Adela Zamudio.

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