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El candidato porteño

El césar ha hablado: va por delante la torre de artillería y le sigue el obispo (alfil); el zar económico encabeza y el campesino acompaña. La definición se ha tomado en el cónclave bonaerense, lejos de las presiones corporativas de las bases y de los ajustes de cuentas internos. 

El conglomerado de siglas y dirigentes que usa caprichosa e injustificadamente el nombre del Pacto de Unidad propuso que un binomio campesino y con predomino aymara represente al Movimiento Al Socialismo (MAS) en las próximas elecciones; su lógica era recuperar las fuentes sindicales y étnicas primigenias, ostentar la identidad como fuente de toda legitimidad. 

El jefe desdeñó esa estrategia nostálgica que sólo atraería a los convencidos de siempre, al mismo tiempo que se deshizo del peso que suponía incorporar a su joven clon en la primera plana electoral; ratificando que aún en desgracia, o todavía más en desgracia, la desconfianza frente a posibles competidores que puedan desplazarlo es la receta que prefiere. 

Morales Ayma, desde el exilio, enfrenta al ariete que utilizó en su gestión como base de su convocatoria electoral y de su fortaleza en la calle y los caminos; lo contradice frontalmente, demostrando que se propone, desde una visión práctica y tecnocrática, dar una verdadera batalla electoral que le permita disputar todo el poder y, como segunda opción, retener una porción sustantiva de su control. 

Gusto aparte para Morales, castiga de ese modo a la dirigencia campesina que no tuvo la decisión ni la capacidad de sitiar con un hermético bloqueo a las ciudades y alentar un mucho mayor derramamiento de sangre. Pero, a no equivocarse, las decisiones “porteñas” no se basan, como podía esperarse, en el ánimo de venganza del caudillo, sino en un gélido cálculo de posibilidades. 

Así se ha escogido al candidato, sabiendo que cualquier fórmula por la que se hubiese decidido significará fisuras y descontentos; ninguno de los leales tiene la capacidad de convocatoria del jefe, ni puede diluir el sentimiento de orfandad y abandono que dejó la desesperada huida de la cúpula partidaria y, por lo tanto, no existen garantías contra las divisiones.

Sabe bien Morales que el extitular de Economía que encabezará el binomio está lejos de ser una gran ficha electoral, porque su talante autosuficiente y arrogante ha sembrado antipatías, incluso en el mismo seno del MAS. Pero, comparado con los otros aspirantes (todos varones), mantiene la ventaja de que su mensaje puede ser el más tranquilizador para los votantes urbanos, a quienes tanto agredió, de palabra y hecho, el régimen caído y su jefe máximo.

No en vano la especialidad de Arce es justificar con cinismo blindado el déficit y machacar sobre las grandes obras construidas, desviando la atención sobre su mala calidad, los sobornos, los gastos innecesarios, los sobreprecios.  Seguirá alabando un modelo productivo comunitario inexistente para preservar el patrón productivo basado en la explotación de materias primas, una industrialización caricaturesca y arcaica, y la destrucción de los recursos renovables y nuestras fuentes de vida.  

Con su binomio, el MAS se adelanta a  sus competidores y se propone dar dura batalla para recuperar la mayor cantidad de electores de los porcentajes que le auguran las encuestas. Se propone sacar la primera mayoría en la primera vuelta, con el conocimiento de que mientras más se fragmente el voto contrario, puede obtener una cuota parlamentaria significativa, útil para detener cualquier juicio de responsabilidades e indispensable  para hostigar y condicionar a cualquier gobierno que surja en la segunda vuelta.

A diferencia de los demás, su campaña ya se ha iniciado, intensa y vigorosa, combinando las amenazas y los chantajes a sus antiguos socios, con el lamento lastimero de víctimas de un golpe, que encaja maravillosamente con la reiteración de la herencia que dejó de judicialización de la política, que se sigue practicando con fervoroso entusiasmo. 

Con menos dinero y sin el aparato estatal rendido al servicio de su campaña, el MAS buscará maximizar los réditos a su obligada menor inversión;  cuenta para ello con el silencio, la abulia y la atonía de los desconcertados rivales que dominan hasta ahora la escena.

Roger Cortez es director del Instituto Alternativo.

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