Sagrario García Sanz
Mi abuela es una mujer increíble, a sus 87 años tiene una fortaleza y determinación envidiables, no ha perdido un ápice de ellas con el transcurso de los años y siempre se enorgullece de haber sacado cinco hijos adelante a pesar de haberse quedado viuda muy joven. Aparte, tiene una memoria excepcional, nunca se olvida de nada.
Es una mujer a la que le encanta leer, posiblemente yo haya heredado de ella mi gusto por la lectura porque a nadie más en mi familia le apasiona el tema. Mira que intento trasmitirles a mis padres ese interés por los libros, pero no hay manera, únicamente mi padre lee muy de vez en cuando algún comic de Mortadelo y Filemón, de hecho, cuando le veo hacerlo sonrío y siempre le digo lo mismo:
—Y yo que me leo hasta las etiquetas de los champús.
Bueno, a lo que iba, estaba diciendo que a mi abuela y a mí nos encanta leer y, en ese sentido, ella tiene una costumbre que me asombra y es que nunca ha necesitado un marcapáginas para saber en qué punto deja su lectura, siempre es capaz de recordar el número de la última página que leyó y afirma que no ha existido ocasión en su vida en la que haya errado al retomar un libro. Y yo la creo, vaya si la creo, es la persona más sincera que he conocido en mi vida.
A mí, en ocasiones, me gusta leer dos o tres libros a la vez, porque leo sobre diferentes temáticas y hay veces que se me solapan, pero todos mis libros van con su marcapáginas correspondiente. Si no recuerdo la página de uno, ¡menos lo voy a hacer de 2 o 3! Sin embargo, mi abuela hasta que no termina un libro no comienza el siguiente, siempre dice:
—Las cosas ordenadas y de una en una, así mucho mejor.
Al principio yo pensaba que ella utilizaría alguna otra técnica a la hora de retomar su libro, como el típico pliegue en el extremo superior de la hoja o quizá apuntar el número de la página en algún sitio, pero estaba equivocada. Además, una vez le regalé un marcapáginas muy bonito, hecho de madera y, lógicamente, ella nunca lo ha utilizado para dicho objetivo. Le encantó, le pareció muy bonito y lo metió en una copa de cristal en la vitrina del comedor, me dijo:
—Así lo dejo a la vista.
Resulta que el otro día fui a visitarla, lo hago con frecuencia, me encanta charlar con ella, intercambiar libros y opiniones sobre nuestras lecturas; además, hace unas rosquillas riquísimas, así que el plan es estupendo. Pues cuando me abrió la puerta de su casa la vi con gesto contrariado, tenía el ceño fruncido y me extrañó, nunca la había visto así. Entonces le pregunté:
—Abuela, ¿qué te pasa?”.
A lo que ella me respondió:
—¿Te lo puedes creer hija mía? Resulta que me iba a poner a leer esperando a que llegaras y no consigo recordar en qué página lo dejé.
Yo me quedé tremendamente sorprendida, era la primera vez que le sucedía algo así, por eso estaba tan contrariada, entonces me la quedé mirando y, una vez superada la sorpresa inicial me eché a reír. Mi abuela me miró más estupefacta si cabe y cuando se me pasó la risa le dije:
—Ay abuela, siempre tiene que haber una primera vez para todo, hasta para que tú olvides algo. No le des más importancia y empieza a utilizar el marcapáginas que te regalé, así te acordarás de mi cada vez que abras tu libro.
Ella suavizó su gesto y me mostró una leve sonrisa, entonces me respondió:
—Tienes razón, hija mía, que ya no soy una mocita precisamente y los años no pasan en balde.
Entonces se dirigió a la vitrina del comedor, sacó el marcapáginas de la copa de cristal y lo metió dentro del libro.