Las caras de la lluvia
La lluvia es vertical,
oblicua,
horizontal,
es promesa,
milagro…
y memoria es
porque nos devuelve a océanos antiguos
y habla de la última estrella
que cobijó la pupila del ciervo moribundo.
La lluvia disuelve todo,
hasta el amor,
la lluvia es duenda
es mestiza
cálida,
fría
sensual,
dura
blanda.
La lluvia sobrevive a la muerte.
Máscara para decir adiós
No impida este adiós
encender cirios
al borde del vértigo,
ni esparcir catleyas
en la vigilia,
si máscara eterna de piedra
ha de tener esta arquitectura de huesos.
Venga el beso
que consuma el último hálito de vida
y clone la lluvia en el asfalto
plumas, tinta y soledad.
Pues no hay miradas ni caricias falsas
entre el tumulto de estatuas tiradas en la tormenta,
y cada tempestad
regala al amanecer un pájaro herido.
Alumbre la noche con su último cerillo
la faz de ese ángel fatigado
que espera al final de la última calle
un beso de adiós.
Ven noche, ven
Apaga ya la vela del día,
decanta este cuerpo
saturado de alquimias arcanas,
canta con tu voz de alondra
la canción de las almas viajeras.
¡Prende las estrellas!
Allí hay una apagada.
Ven y escucha conmigo
al otro lado del muro,
voces enredadas en tibios placeres
sollozan la jornada,
evocan las cuevas de Altamira,
deletrean sobre sus pieles
panteras, gatos pardos,
y otros felinos.
Yo no entiendo ese lenguaje.
Rasga,
rasga ya el cielo de este cuarto
arráncame noche de este cuerpo
disuelve en tu etérea garganta
mi pequeña vida,
oasis de ilusorios sueños.
Ven noche, ven.
Sin manos
A
veces,
tengo ganas de córtame las manos
de raíz,
desde la memoria,
desde la caricia,
desde la escritura
para nunca más recordar
que las tuve.
Correr por un prado en blanco
descalza y sin manos,
sin saber del “peso específico” del amor
ni la dureza de las monedas,
tampoco del abrazo de “paz” en domingos de misa.
Palpar el universo con el resto de mi cuerpo,
probar el caolín,
el trigo,
la piedra la brasa
y descubrirte,
entonces,
te tocaría a besos
y prolongaría mi caricia
desde el crepúsculo hasta tu espalda
donde germina el día
así,
sin manos,
Del guindo
Háblame del único árbol que conocimos.
Tu boca.
¿De qué árbol hablarás?
Si ellos pasaron ayer convertidos en cocones de cadáveres
¿Qué frase traerás?
¿Qué haz de luz?
¿Qué estela?
¿Qué centello?
Si el rayo quedó fundido
en la montaña.
Tu piel.
Bestias pequeñas
resbalan por el vidrio de la ventana,
juguetes del recuerdo
embriones tibios disueltos en agua.
Tus manos.
Desala ya tu cuerpo
de vuelos inútiles,
no hay tiempo para hablar
del bosque que no fue.
Ábreme las puertas del patio
donde quedó el único árbol que conocimos
una alfombra y una lluvia
de pétalos blancos nos aguardan
Yo.
Hay urgencia
en el cuerpo
de quien guisa
estrellas y nostalgias.

Martha Gantier. Tipuani, La Paz, Bolivia, 1957).- Poeta y cuentista.
-1979-1980 Primer premio poesía POEMAS. Alba retorna con la niebla, Medellín Colombia 1990.
-De la piel del tiempo, castellano-alemán, Berlín, 1997.
-De algún lugar de algún cielo, La Paz Bolivia, 2000.
-Remigia la muñeca de trapo, cuento para niños, La Paz Bolivia 2002.
-Las andariegas de Albalucía: una lectura sin armas ni armaduras (ensayo) Pereira Colombia 2007.