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Mario Rueda Peña, un político de fuste

Dos días antes del levantamiento cívico-militar de 1971, que dio fin al desgobierno socialista del general Juan José Torres, el coronel rebelde Hugo Banzer Suárez se encontraba en la clandestinidad, oculto en la casa de Don Dionisio Foianini en Santa Cruz. Allí fue descubierto y la vivienda, rodeada por agentes del Ministerio del Interior.

Sin perder la calma, Banzer instruyó a sus acompañantes huir por la puerta trasera de la casa, mientras él distraía a los captores por la puerta delantera y se entregaba. Ello a riesgo de que le disparasen. Banzer fue capturado por el entonces subsecretario del Interior, Mario Rueda Peña. Al momento de ser aprehendido le preguntó a su captor: “¿Usted me va a matar?”, a lo que éste le respondió: “Yo no soy asesino”. Esa respuesta tenía un trasfondo familiar, la muerte de dos de sus hermanos en la fracasada guerrilla de Teoponte.

La autoridad condujo a Banzer preso a La Paz, de donde fue liberado solo dos días después por los rebeldes, el 21 de agosto, y conducido al Palacio de Gobierno para asumir la presidencia.

El derrocamiento de J. J. Torres hizo que Mario Rueda buscara asilo en el exterior. Terminó viviendo en Alemania del Este, aún bajo la égida de Moscú, y por tanto comunista. Los años transcurridos allí le fueron de mucha experiencia no solo como periodista, sino también como político. Le tocó atestiguar la decadencia del autoritarismo comunista que culminaría con el derrumbe del Muro de Berlín y ese sistema de gobierno.

Esa experiencia debió haber influido en la mente inquieta y aguda de Mario Rueda, que a su retorno se sumó al primer gobierno democrático, si bien de izquierda, de la UDP. Así, en 1982, asumía como ministro de informaciones del Dr. Hernán Siles Zuazo. Fue entonces cuando pudimos aquilatar su talento como un supremo comunicador, hombre inteligente, sagaz y valiente.

En momentos de profunda crisis económica y política, cuando las rencillas internas en el gobierno, el asedio de la confederación obrera y la hiperinflación tenían en jaque a la gestión de Siles, Rueda Peña se batía defendiendo a capa y espada a su gobierno con gran habilidad política, dando una lección de lealtad al Presidente y coherencia ideológica en el discurso. Entonces se decía que él sostenía al gobierno casi en solitario.

Nosotros, en la oposición, aprendimos a respetar su talento y habilidad política. Él era un político de fuste.

Por esas cosas de la vida, años después, en 1991, le tocó asumir nuevamente el Ministerio de Informaciones, esta vez bajo el gobierno de Jaime Paz Zamora en alianza con nada menos que su némesis político de antaño, Hugo Banzer Suárez.

Rueda Peña se sintió obligado a dar una explicación a su familia, pero principalmente a su padre, a quien el “Acuerdo Patriótico” le parecía inconcebible. Fue categórico, según versión de su hija: “La historia no admite retrocesos y este acuerdo es de unidad nacional y la única forma de preservar la democracia. Es mi contribución a la historia”.

Es destacable que Rueda Peña y Banzer, separados por sus convicciones desde los tiempos de las conspiraciones y revueltas, se acercaron en democracia. Y esa proximidad personal fue desde luego posible por el respeto mutuo que ambos mantuvieron, a pesar del apresamiento de Banzer por parte de Mario aquel agosto de 1971 en Santa Cruz y el largo exilio al que tuvo que someterse él durante el gobierno militar de Banzer.

No sé si se puede decir que llegaron a ser amigos, pero sí puedo dar testimonio del respeto y consideración con el que ambos se dispensaron mutuamente. Desde las antípodas de la política, ambos se encontraron en la tarea de construir la democracia y de allí surgió una alianza de almas para fortalecer la República.

Rueda Peña y Banzer, separados por la ideología, pero unidos por la democracia y por el don de gentes son un ejemplo de que en política se puede diferir sin necesidad de odiar, porque finalmente todos somos bolivianos al servicio del país.

Criado en Vallegrande, localidad entre Santa Cruz y Cochabamba, cuna de muchos bolivianos sobresalientes, Mario Rueda Peña –apodado el “Gato” –, con su mirada intensa de ojos claros penetrantes, su verbo ágil y mente aguda, tras su muerte, nos deja un recuerdo y un ejemplo de caballerosidad oriental que no está reñida con la convicción y la inteligencia con la que él ejercía su oficio de comunicador como periodista y como político practicante.

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