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Mar, política exterior y estrategia

Hasta ahora nuestra política exterior se asemeja mucho al camaleón; es lenta en su formulación y pesada en su acción. Además, se cambia de política según la intensidad de las excitaciones a las que nuestro accionar externo está sometido. Pocas veces tomamos la iniciativa, siempre reaccionamos, es decir que, al no tener estrategias, siempre dependemos de lo que haga el otro.

Cada presidente, canciller, improvisado o no, y hasta el más insignificante embajador trata de imprimir su sello o estilo personal en la política exterior y sueña en ser el predestinado de traer el mar en el bolsillo.

Si en este momento se le preguntara al señor presidente, o al actual canciller o al recientemente nombrado embajador en el Perú sobre sus puntos de vista sobre el problema marítimo, no dudo que tendríamos respuestas dispares y hasta contradictorias. Espero equivocarme, pero eso ocurre cuando, además de no conocer la problemática a fondo, no se tiene una política exterior de la que emanen estrategias serias y precisas.

La recuperación del mar, en cualquiera de sus matices, con soberanía, con supremacía, con o sin conexión territorial, enclaves, túneles, etc., requiere de una estrategia que sea parte integrante de una política global definida. Una estrategia específica debe necesariamente guardar relación con los objetivos del plan. La estrategia per se no tiene objetivos autónomos.  Es más bien el vehículo idóneo para conseguir objetivo del plan. La estrategia específica desarticulada de un plan está destinada al fracaso. Las sucesivas estrategias marítimas, divorciadas de un plan global han probado siempre ser ineficaces.  Su producto no nos ha acercado, en más de cien años, a nuestro objetivo de retornar al Pacífico.

Una clara muestra de ello es lo experimentado en la Corte Internacional de La Haya que, en vez de aproximarnos al principal objetivo de nuestra política exterior, nos ha alejado dramáticamente. Es que la política exterior no puede estar sujeta al capricho de un ocasional “predestinado” o a fines entecos de política interna. 

Siendo realistas, no obstante, hay que admitir que los que manejan la política exterior, en todos los tiempos, siempre han tenido dos frentes: el externo, donde, mal o bien, se trata de plasmar objetivos nacionales; y el interno, donde con gran dosis de emotivismo, subjetivismo y falta de visión de perspectiva, la oposición, en forma inclemente, a menudo justificada, debilita la actuación del Ejecutivo, ya sea criticando lo malo o absteniéndose de resaltar lo bueno.

En materia de relaciones internacionales una crítica no razonada no aporta al mejoramiento de lo que supuestamente está mal. La crítica debe ser alturada, con conocimiento de causa y debe contribuir soluciones.

Las “nuevas” estrategias marítimas deben evaluar, sin emotivismos, chauvinismos, exclusiones, discursos frívolos o enfrentamientos estériles, la verdadera dimensión del problema marítimo. Nuestro retorno al Pacífico no puede estar librado a profanos que no entienden de las complejidades de la política exterior o de las sutilezas de la negociación diplomática. Tampoco se la puede entregar, con una mentalidad dependiente, a súbditos extranjeros más bien dicho mercenarios  que no sienten el drama de nuestra falta de acceso al mar.

Finalmente, después de realizar una correcta lectura internacional en la definición de los temas de interés nacional, tendremos que hacer conciencia de que en esta materia no hay amistades que valgan, solo hay intereses. De lo contrario estaremos obnubilados con objetivos globales ajenos, mitos que nada tienen que ver con las relaciones internacionales, con discursos ideologizantes, fábulas de zonas franca y estrategias comerciales de incierto beneficio para el país.

Ante este panorama, parecería oportuno, que se reflexione sobre dónde estamos y hacia dónde vamos en esta materia. Las derivaciones de esta reflexión nos indicarán qué resultados hemos obtenido hasta hora y, solo así, podremos reencaminar el rumbo de un tema que es de vital importancia para los intereses del país. Para ello hay en Bolivia toda una pléyade de jóvenes internacionalistas y diplomáticos que estoy seguro, si se les da el chance, podrán tomar la posta de las generaciones que, hasta ahora, pese a sus esfuerzos, no han podido conseguir este objetivo.

Fernando Salazar Paredes es abogado internacionalista.

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