Jorge Larrea Mendieta
Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía habría de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo...
Cien años de soledad no empieza con una presentación, sino con una profecía. Porque en Macondo, el tiempo no avanza, se repite. Y en ese bucle, los personajes no envejecen, se desgastan.
La reciente censura en escuelas públicas de Estados Unidos, que ha vetado esta obra junto a más de 6.800 títulos, no es un accidente. Es una estrategia. Se teme lo que no se puede domesticar. Y Gabriel García Márquez nunca escribió para ser domesticado.
La censura no es espontánea, tiene impulsores concretos. Según el informe 2024–2025 de PEN América, los estados más activos en prohibiciones son Florida, Texas y Missouri, donde legislaciones promovidas por sectores conservadores y grupos como Moms for Liberty han impulsado restricciones bajo el argumento de “proteger a los estudiantes” de contenidos incómodos. En algunos distritos, los libros se retiran de los planes de estudio, se eliminan físicamente de las bibliotecas escolares o se colocan en áreas restringidas que requieren autorización parental. La censura, cuando se institucionaliza, no solo limita la lectura: redefine qué historias merecen existir.
García Márquez narró desde los márgenes. Desde el Caribe, desde la selva, desde el polvo de los pueblos olvidados. Su literatura no es decorativa: es política, es memoria, es resistencia. Y eso incomoda. Porque Cien años de soledad no es solo una novela: es una genealogía emocional de América Latina. Es el relato de lo que fuimos, lo que somos, lo que no queremos volver a ser. Es la historia de una estirpe condenada, no por sus pecados, sino por su silencio.
La estirpe de los Buendía estaba condenada a cien años de soledad, y no tendría una segunda oportunidad sobre la tierra. Esa frase no es solo el cierre de una novela. Es una advertencia. La soledad de Macondo es la soledad de nuestros pueblos. De nuestras guerras sin nombre. De nuestros amores imposibles. Vetar este libro es vetar nuestra memoria. Es decirles a otros que sus historias no merecen ser contadas.
También fueron censurados «El amor en los tiempos del cólera«, donde el deseo se extiende por décadas, y «Crónica de una muerte anunciada«, donde la violencia es ritual y colectiva. ¿Por qué incomodan? Porque narran lo que se calla: el erotismo, el incesto, la corrupción, el poder que mata y el amor que persiste. ¿Qué pasa cuando el amor se convierte en subversión? ¿Qué pasa cuando la muerte deja de ser misterio y se vuelve costumbre?
Isabel Allende fue censurada por «La casa de los espíritus«, una saga familiar que atraviesa dictaduras, feminismo, memoria y magia. Porque sus mujeres no se callan. Porque sus fantasmas no se van. Porque su historia no se borra. ¿Por qué se teme tanto a las mujeres que recuerdan?
Julia Álvarez aparece en la lista con «Cómo las hermanas García perdieron su acento«, una novela sobre migración, identidad dividida y trauma. Porque crecer entre dos lenguas es también crecer entre dos heridas. ¿Qué significa perder el acento? ¿Qué se pierde cuando se adapta?
Sandra Cisneros fue vetada por «La casa en Mango Street«, donde una niña observa la pobreza, el género, el racismo, y lo transforma en poesía. Porque su voz es pequeña, pero su mirada es inmensa. ¿Por qué se censura la mirada de una niña que no tiene miedo de ver?
Esmeralda Santiago fue censurada por «Cuando era puertorriqueña«, una autobiografía que narra el desarraigo, el feminismo, la migración. Porque contar la infancia desde el margen es un acto de resistencia. ¿Qué se gana cuando se cuenta lo que se vivió sin permiso?
Toni Morrison, Nobel de Literatura, fue vetada por «Ojos azules«, una novela que habla del racismo desde la piel, desde el cuerpo, desde el dolor. Porque su literatura no pide permiso. Porque su verdad no se maquilla. ¿Por qué incomoda tanto la belleza que no encaja en los estándares?
Stephen King, con más de 200 títulos censurados, incomoda por mostrar el miedo que no es sobrenatural, sino social. Carrie, It, El resplandor no solo asustan: revelan. ¿Qué pasa cuando el horror no está en los monstruos, sino en los pasillos de una escuela?
Albert Camus fue censurado por «El extranjero», una obra que cuestiona la moral, la justicia, el absurdo. Porque no ofrece respuestas fáciles. Porque incomoda al lector que busca certezas. ¿Por qué se castiga al que no llora en el funeral?
Uno no es de ninguna parte mientras no tenga un muerto bajo la tierra. García Márquez lo sabía. Por eso escribió desde el duelo, desde la pérdida, desde la tierra. Porque la identidad no se construye con banderas, sino con memoria. Esta nota no es solo una defensa de un libro. Es una defensa de la palabra. De la imaginación. De la libertad. Porque cuando se censura a un Nobel, no se silencia una obra: se intenta borrar una forma de mirar el mundo.
La memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y gracias a ese artificio logramos sobrellevar el pasado. Prohibir Cien años de soledad es intentar borrar ese artificio. Es negar que el pasado se sobrelleva narrándolo. Es impedir que los jóvenes se reconozcan en Macondo, en Mango Street, en las casas de los espíritus. Pero los libros no mueren por decreto. Siguen vivos en cada lector que los guarda como un secreto dulce, como una llama que no se apaga.
Porque lo prohibido no solo atrae, revela el miedo del censor. Y en ese miedo, está el poder de la literatura. ¿Qué revela una sociedad que teme a los libros? ¿Qué tipo de educación se construye sobre el silencio?
Macondo no se censura. Porque cada vez que alguien abre ese libro, el hielo se vuelve a descubrir. Y el tiempo vuelve a girar.
“El mundo habrá terminado de joderse el día en que los hombres viajen en primera clase y la literatura en el vagón de carga.” Gabriel García Márquez
Y entonces, si se prohíbe la imaginación, la libertad de elegir lo que se lee ¿qué queda de la educación? Si se censura la memoria, ¿qué queda de la historia? Si se silencia la literatura, ¿qué queda de nosotros?