“Estamos hechos de la misma materia que los sueños, y nuestra pequeña vida cierra su círculo con un sueño”.
Shakespeare
Márcia Batista Ramos
Alguien, seguramente por tratar de llamar la atención sobre sí, dijo que “la gravedad es una ilusión.”
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Los trasgos estuvieron mucho tiempo olvidados en el sótano…Siempre lo supe, pero nunca fui por ellos, tampoco bajaba al sótano, lo que, me hacía más ajena a su existencia. La verdad, no había motivo para desempolvar, los trastos y trasgos de otras generaciones. Simplemente no me llamaba la atención.
Los más antiguos sabían el motivo de haberlos encerrado en el sótano. Los otros ya se habían olvidado y, nosotros no teníamos interés en enterarnos… Hasta que decidí hacer una reconstrucción, una refundición de mi vida, en una casa de palabras: en la casa que fue de los ancestros. Porque sé, que es imposible curar las heridas por afuera y por adentro: todo empieza y termina en uno, el mundo es tan grande como lo permitimos, porque, en realidad, él es del tamaño de nuestra casa y tan desconocido como ciertos rincones donde se acumulan cosas desde hace tiempo y que nadie quiere tocarlas, todos pasan y repasan como si no hubiera nada, pero las cosas están ahí.
Siempre viví entre pequeñas palabras, con el presuntuoso que intimida callejeros, con el trabajo honesto, con el ahorro de dinero y con todos los demás olvidados y abandonados en la casa medio sagrada y medio olvidada. Pero, yo sabía, de los demás no puedo afirmar nada, yo sabía que la casa influye en el teatro de la vida.
Toda transformación presupone empeño, tiempo y valor para enfrentar las oscilaciones de las diferentes circunstancias que se presentan.
Una noche, invadida por el insomnio, decidí bajar al sótano, la llave colgada en la pared al lado de la puerta a la espera de un visitante desafortunado o afortunado (qué sé yo, de lo que va con una llave, que estuvo inmóvil por mucho tiempo, por toda mi vida, en el mismo lugar), esperando una oportunidad para abrir la puerta del sótano…
Abro la puerta y en un ligero luzco fusco, veo que sale un poco de oscuridad del sótano, al tiempo que entra un poco de luz a él… Busco un interruptor para prender la lámpara que supuestamente, estaba ahí, para poder bajar las gradas y explorar el mundo paralelo que existía antes de que yo fuera engendrada y más anteriormente a eso, pero que ejercía influencias sobre mí, sin mi consentimiento, sin mi conocimiento…
Hay tantas cosas entre el cielo y la tierra de cada individuo, que, es difícil explicar, pero todos saben a qué me refiero, porque todos pasan por lo mismo, una o muchas veces en su vida. Muchas veces, casi siempre, ni lo comprenden. Otras veces, tocan hondo, en el simple intento de comprender lo que pasa.
De frente para las gradas yacía un aparador antiguo, de apariencia pesada, de color oscuro, con unos trasgos sentados de frente hacía mí.
Un nerviosismo recorrió mi cuerpo, dejé de avanzar, más por parálisis del momento, que por decisión propia.
Las sorpresas, según los que creen en el destino, ya estaban ahí esperando por uno; para los incrédulos, las sorpresas son estupores repentinos.
Para mí, el encuentro con los trasgos, era una especie de desconcierto inusitado casi imposible, un poco dramático a primera vista, que me causaba una sensación de extraño miedo, cargado de curiosidad.
Me miraban…
Les miraba…
Parecía que no respiraban…
Parecía que yo no respiraba…
Nada se movía en la escena, ni yo me movía. Estuve ahí, las cosas estaban ahí, y los trasgos también.
Es obvio, que mi reacción se debía a la experiencia vivida, a las pláticas, a las horas de escucha de las conversaciones de los mayores, lecturas y todo el acúmulo histórico que represento como persona, como cada ser humano a su vez representa un acúmulo histórico.
Seguramente, yo estuve terriblemente nerviosa, porque perdí la noción del tiempo y espacio, me sentía como actor y espectador del momento. Como espectador yo podía mover libremente mi mirada y observarlos al detalle, vislumbraba todo lo que ellos dejaron expuesto, la parte frontal y un poco, muy poco, del interior, por las transparencias que habitan intrínsecamente a todos. También pude observar la escena como un paisaje, como una disposición de elementos alentado por una tensión nerviosa, casi dramática.
Como actor yo era una especie de momia paralítica, que podía mover los ojos.
Ellos, a su vez, acompañaban mi mirada con sus ojos grandes y su expresión irónica, que dejaba antever un “qué te importa”.
Aquella noche, al encontrarme con los trasgos olvidados en el sótano, pude comprender que la vida no es una historia leída de izquierda a derecha, de principio a fin, sino una cosa que se mantiene a la vista todo el tiempo. Basta que alguien se interese por saber y empiezan a flotar los secretos.
En el sótano, las palabras estaban ausentes, la representación de la realidad repercute a favor del juego de palabras, pensé: “no habrá drama, ni siquiera una historia; no será posible diferenciar a los protagonistas e incluso no existirán roles y personajes identificables, mejor despierto y me ocupo de dormir el sueño eterno”.
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La gravedad no es una ilusión… la gravedad nos mantiene con los pies sobre la tierra.