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Los “sullus” de la política

Aquello de “sullus” corresponde a una adjetivación con que el vocal del TSE Tahuichi Tahuichi endilgó a aquellas organizaciones políticas de insignificante convocatoria. Nuestro sistema político es tan elástico, tan excesivamente permisivo, que la viveza criolla de algunos mercachifles de la política, que se las ingenian para lograr el ínfimo 1,5 por ciento que la ley exige para el reconocimiento de personerías jurídicas, hace que en el país los partidos políticos cundan como hongos en la maleza. Con documento en mano y sin ninguna posibilidad de acceder al poder en alguna de las jerarquías que la estructura del Estado reconoce, su más cara aspiración es buscar algún líder o personalidad en boga, que no se preocupa en constituir un instrumento capaz de identificarlo como actor político, porque sabe que nunca le faltarán ofertas para, en nombre de alguna sigla, terciar por los más altos cargos del país.

Y no importa que la sigla alquilada abrace una ideología parecida al “no será mejor, pero al menos sí será más divertido” adoptada por el Partido de los Amantes de la Cerveza de Polonia —que, por inaudito que parezca, en un tiempo obtuvo 16 escaños en el Parlamento de aquel país—, ya que en Bolivia el líder que alquila la sigla puede defender —como en realidad lo hace— con uñas y dientes el programa que pregona y promete aplicar cuando sea gobierno, pero un rábano le vale la declaración de principios de su ocasional casa política; viendo este, en aquél, su tabla de salvación para permanecer (y depreciar) la actividad política y sin la menor vergüenza conservar una personalidad jurídica sin tener personalidad moral y como si realmente existieran. No hay necesidad de ninguna afinidad programática ni ideológica, lo que hay son intereses recíprocos porque en política no hay nada gratis. Pero la existencia de estos partidos degrada el sistema y ante sus reducidas militancias anula cualquier posibilidad de constituirse en nexos de la ciudadanía con el gobierno.

Son trece organizaciones políticas, cifra que, sin ser la más alta del historial de partidos políticos vigentes en otras épocas, sigue siendo extremadamente elevada para un país inculto políticamente y desproporcionada para un padrón electoral tan reducido como el nuestro. De entre ellas, cuando menos dos terceras partes no tienen la más lejana posibilidad de ganar por sí solas una elección nacional. Pocas quizá puedan vencer en alguna contienda electoral subnacional, y el resto —con candidatos propios—, como el Movimiento Tercer Sistema, Frente Para la Victoria, Frente Revolucionario de Izquierda o Pan-Bol, no tiene posibilidades de nada.

Si alguna de las oposiciones actuales logra la victoria en las aun inciertas elecciones generales, el FRI habrá no solo salvado su personería jurídica, sino metido uno que otro asambleísta nacional, en caso de que Tuto Quiroga sea el candidato del Pacto de Unidad. El FPV, que probablemente sea el instrumento que le permita a Andrónico Rodríguez postularse a la primera magistratura, habrá hecho el negocio de su vida, si se considera que en unas justas electorales limpias, ante la inhabilitación del déspota Morales, de todas maneras obtendrá una significativa bancada sobre todo en diputados, en la que algunos pertenecerán a ese taxi-partido cuya ideología no la tienen clara ni sus propios dirigentes.

El MTS parece haber perdido la oportunidad de arrimarse a algún líder con pretensiones de consideración, y si no es parte de alguna alianza, el partido de Félix Patzi, la ADN y otros más están caminando por la cornisa y su existencia legal puede tener una fecha de vencimiento muy próxima.

Como frecuentemente ocurre en el país, por una rara normativa, el 2020, estos “sullus” de la política fueron generosamente exonerados de su desaparición, cuando, conforme a la Ley de Organizaciones Políticas, ya deberían estar enterrados para el ámbito en que inexplicablemente aun pretenden desenvolverse.

La política en definitiva es un arte, y gran parte de ese arte consiste en convencer a los votantes por un programa de gobierno. En consecuencia, ninguna democracia liberal podría entenderse sin partidos políticos, pero la atomización partidista, deviene partidos sin relevancia; luego, tampoco tienen una estructura sólida ni ideología coherente, y están teñidos con la mancha de la inmoralidad. Estas organizaciones, hoy ya agonizantes, están compelidas a obtener por lo menos el 3 por ciento de los votos, so pena de desaparecer del mapa político, lo que, en realidad, contribuiría a la salud de la democracia boliviana.

Augusto Vera Riveros es jurista y escritor

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