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Los embelesos del poder y la corrupción

Todos los medios masivos de comunicación, desde ayer jueves 27 de mayo, le dedicaron sus primeras planas y titulares a la captura del exministro Arturo Murillo por la policía federal norteamericana bajo acusación de estar involucrado en la comisión de los delitos de receptación de soborno y blanqueo de los dineros conseguidos por esa vía. Los detalles de este hecho fueron ampliamente difundidos, por lo que no nos ocuparemos de ellos en esta columna.

No es la primera vez que la consciencia ciudadana es sacudida por escándalos como el del exministro de la presidenta Jeanine Añez. Mencionando sólo algunos de la larga lista, recordemos que en 2003 otro exministro de gobierno, al derrumbarse el gobierno de Sánchez de Lozada, retiró ilegalmente millones de bolivianos del Banco Central; en 2008, durante el primer gobierno de Evo Morales, el país fue conmovido por el caso Catler, cuando un empresario tarijeño fue asesinado al entregar una coima millonaria en la casa del cuñado del presidente de YPFB; o los sonados escándalos del Fondo Indígena y de la empresa china CAMCE. Pero estos son sólo algunos episodios. En Bolivia podría escribirse toda una enciclopedia de la corrupción pública ocupando centenares de páginas.

Por ello, decidimos dedicar esta columna a algunas reflexiones sobre los embelesos del poder y la corrupción. Definamos primero qué es el poder: se denomina así a la capacidad o potencia de ordenar que se haga algo y que ello acontezca. Tres orígenes suelen atribuirse al poder: la economía, la política y las armas, aunque viendo bien las cosas, cuando irrumpe el poder militar, se transmuta en poder político. Este último, por tanto, puede adquirirse por métodos democráticos, en especial electorales o en el terreno de los hechos.

Uno de los primeros efectos del poder político –cualquiera se la vía de su adquisición– es la generación, en el ocasional detentador, de una falsa consciencia que le induce a asumir que su voluntad, acatada y materializada por sus incondicionales seguidores, es sobre todo justa y que la legalidad siempre puede acomodarse a sus deseos. Murillo pasaba parte importante de su tiempo amenazando a quienes no obedecían sus órdenes. En esta misma dirección se hizo paradigmática la frase de Evo Morales: Contra obstáculos que podrían existir “yo le meto nomás, y que los abogados arreglen después, para eso estudiaron”.

Ante la constatación de que gracias al poder político sus órdenes se hacen realidad, el poseedor se inunda rápidamente del irrefrenable deseo de preservarlo e incrementarlo, lo que introduce en él una fuerte tendencia a desconfiar de todos quienes lo rodean. Quien pueda disputarle el poder, o parte de él, debe ser anulado.

Así se manifiesta otro efecto del poder: el aislamiento de su detentador, reforzado por su entorno parasitario, integrado por individuos cuya existencia política depende del poderoso al que rinden pleitesía. Este pernicioso efecto del poder suele ser aludido con la metáfora de la “cúpula de cristal” en la que terminan su ciclo los poderosos, alejados de la realidad.

Mientras mayor poder acumule el sujeto, la tendencia a confundir sus pensamientos y deseos con la realidad será también mayor, lo que le inducirá a incumplir sus obligaciones y compromisos. Llegado a ese punto, nada podrá evitar que el ocasional poderoso asuma que la hacienda y los bienes públicos se encuentran a su disposición.

Estos son los resortes psicológicos que impulsan a los detentadores del poder a desarrollar patrones de conducta que van desde la arbitrariedad hasta acciones de franca corrupción pública. Estas líneas de reflexión nos ayudan a entender, por ejemplo, la concepción y operativa de la Unidad de Proyectos Especiales (UPRE) de la Presidencia en los largos 14 años del evismo, o la grosera y repudiable conducta de Arturo Murillo.

Estos efectos del poder político adquieren más fuerza cuando el detentador no se guía por sólidos principios ideológicos y carece de formación política. Más todavía si se trata de entornos sociales, como el boliviano, en los que la corrupción pública es parte de la cultura política. En estos casos abiertamente predomina el ideario del “ahora me toca”. No debe perderse de vista, empero, que han existido también grandes pícaros con notoria formación política y teórica. Es el caso de los bufetes de abogados que siempre rodean a los poderosos.

A todo esto se refería Lord Acton cuando lanzó la famosa frase de: “El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”.

Carlos Böhrt es un  ciudadano crítico.

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