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Los perros de Juan Rulfo

Maurizio Bagatin

Ladran en Tonaya, ladran en Luvina y en Comala, ladran y aúllan al silencio, aúllan y ladran todas las noches hasta el amanecer…la literatura es un estado de ebriedad sensual…la vida es la novela perfecta, en parte como el retrato de Dorian Gray y en otra un pacto con Mefistófeles.

Los perros de Juan Rulfo…aúllan a las presencias, ladran a las ausencias: “Todos los perros del Paraguay ladran a la pesadilla de la oscuridad” (Yo el supremo, Augusto Roa Bastos); lobos primordiales, escapando al homo sapiens, Argos paciente, fiel compañero, amigo y protector de Ulises…quizás en su mente, aun ladraba el perro azteca, aquel que protegió a Moctezuma y ladró a Cortés, el Xoloitzcuintle que obedecía a Malinche e intentó morder el fantasma de Velázquez.

“Tú que llevas las orejas de fuera, fíjate a ver si no oyes ladrar los perros” (No oyes ladrar los perros, Juan Rulfo) y ahí atrasito del cerro…orko wasi tupi…orko wasamanta…detrás del silencio, de la noche, de la oscuridad, del horror y de la muerte; ladran perros callejeros, perros sueltos, perros animales, amigos, serviles y fieles…el perro Viringo, compañero de vidas y de la muerte, ofrenda e mito, fetiche del hombre.

“Dan aullaba. – Y ahora cállese – dijo T.P. Nuestras sombras se movían, pero la sombra de Dan solo se movía cuando aullaba“(El sonido y la furia, William Faulkner). Perros ausentes, perros rabiosos, andan sin rumbos o como náufragos, curandose las heridas con su saliva, son perros carcomidos por el tiempo y roídos por la tristeza, desgastados por el abandono: “¿Cómo se muere? Yo podré decir ahora una de las maneras de morir, contando la historia de Aniceto. Pero antes es un perro quién reclama su aparición en estas líneas, un perro a quién mató Aniceto, hace muchos años” (Sangre de mestizos, Augusto Céspedes).

Una perra busca reparo de la prepotente lluvia, sus pechos bailan, ondulando como campanas mudas mientras sus cachorros, en una invisible esquina, emiten gruñidos ya palpables…”Castor se divertía con la agitación del dúo de perros callejeros que rodaban en el polvo, gruñendo y ladrando como si corrieran el riesgo de hacerse pedazos. Después, cansados, las lenguas colgando, se echaban a los pies del amigo, en busca de una caricia” (Tocaia grande, Jorge Amado).

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