Maurizio Bagatin
Seres anárquicos, una mirada y ya saben perfectamente quien eres, en la prosa de Colette o en Beppo, el gato de Borges, en la infinidad de razas que nos comparten compañías e ilusión. Duermen, y como las antiguas casas abandonadas, parece que sueñen todo su pasado, toda la memoria que el tiempo les hizo conservar. Adentro de una pirámide o en la poesía de Baudelaire. La libertad de su instinto animal, encerrando en su ser felinos, envidia del león y sutileza del guepardo. El placer más sutil es verlos en su tarea de limpieza cotidiana o en las noches de celo. ¿Quién seremos, nosotros, para ellos, adentro de estos ojos y en la hipnosis que parece transmitirnos todo el tiempo?
El poeta nunca nos dejará, es el dios que habla, escribió José María Arguedas, un Apurimak necesario entre los comunes mortales. De su polvo otras palabras, nuevas palabras que acompañan el silencio del conticinio, la mirada de la luna y la luz tremenda que derrumba todos los colores. Este es el poeta que nunca se fue, es el poeta que siempre retorna, es el poeta que se queda.
Es el viento de septiembre, ahora, y siempre movimiento de la tierra, que se ajusta, que se queja, que se inclina, que empuja y retrocede. En un solo instante va reuniendo mil humores y mil recuerdos: el profesor de historia que me pasa examen sobre Federico I Barbarroja; la calle de Tarento que llevaba hasta el mar transparente; la noche antes de ir a la audiencia donde los carabineros por las macanas que hacíamos de adolescentes.