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Los bolivianos de afuera

Que no podemos votar, entonces, en las elecciones nacionales. Lógico, la derrota masista afuera tendría resonancias de espanto, aunque hay camisas azules infiltradas en todo lado, incluidas muchas en el imperio, de “revolucionarios” disfrutando las delicias del capital y hablando con los hijos inglés. Pregunto, simple y con inocencia, dada la retórica, ¿si no sería menos incongruente educar a los vástagos en Pampa Aullagas y no en el verdor impecable y delicioso de Virginia? Hay preguntas que no se responden. De eso no se habla. De esito. Esito sería, aquí nomás bien nos estamos.

Recuerdo el año 2011 cuando gané el Premio Nacional de Novela. Se inició con el pensamiento de que jamás lo ganaría en estas circunstancias, con este gobierno, y yo despotricando contra la dupla mística. Decidí enviar mi novela inédita a través de un sobrino en Cochabamba. No llegaría desde los Estados Unidos. Además, con cálculo, puse de seudónimo un nombre femenino; por último, no mencioné ni una sola vez, creo, a los Estados Unidos. Nada, fuera del estilo en casos, decía que Diario secreto era un libro escrito por mí.

Cuando se realizó la apertura de los sobres, me dijo un amigo que trabajaba en una oficina estatal, que quedaron pasmados los plurinacionales cuando se leyó mi nombre ganador. Estaban presentes los españoles, no había forma de esconderlo.

Luego viajar a La Paz. El viceministro de cuántos era un buen tipo que no tenía idea de nada. Me alabó porque hiciera “quedar bien” al país en el exterior. De ahí un discurso mío, duro, sin reglas y sin miedo, en la boca del lobo. Era evidente que se había revuelto el panal. Tuvieron que darme el premio, los cheques que hice efectivos de inmediato. CAMBIO, el periódico oficial publicó que se había premiado “a la vergüenza”. Algunos escribieron, quisieron desmerecer la obra, quitarme el premio. Fue inútil.

Entonces vino la garra del poder, que, para dañarme, sentenció a otros autores que no tenían nada que ver con mis combates verbales con el gobierno. Se prohibió, desde entonces, que escritores bolivianos en el extranjero participaran del Premio Nacional. Deseaban enviarnos al olvido, desterrarnos del espacio y del recuerdo. Sabemos cuán pobre es esta acción. Escribir no puede ser controlado. Participar, sí, por un tiempo. Parece que esto terminó. Guillermo Ruiz Plaza, el talentoso último ganador, vive en Francia. Lo celebro. Los rufianes de arriba lo habrán olvidado, o hay preocupaciones mayores, como la de ajustar el rodillo electoral para directamente enviar junto a las divinidades la pesada y tosca figura del mandamás Morales, cachondo, orondo, y ambidextro.

Celebro porque tanto como dentro hay una dinámica, controversial, creativa y combativa línea de escritores, también los hay afuera. Aunque entonces, hablo del 2011, el hecho de emigrar quisieron catalogarlo como la preferencia por los gringos en oposición a los naturales; el capital contra el colectivo; el blanco contra el marrón. Patrañas de alfeñiques, incapaces de hacer un verso decente, un sobrio párrafo. La oclocracia y el fascio; la dictadura racial y la bota militar. Escribir siempre debe ser enfrentar, sin necesidad de ser panfletario. Pero el poder tiene que tener su crítica, no solo del lado de la oposición política, sino desde la voz del pueblo a través de sus escritores. Sí, no nos moverán, como decía la canción; no nos callarán. Nunca el poder de la palabra fue tan grande como cuando en el siglo XIX, en Rusia gobernaban dos Alejandros: el zar y Alejandro Herzen, en el exilio londinense. La palabra es el arma letal de los desarmados.

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