No creo que uno solo de los electores del país se haya atrevido a emitir alguna vez su voto —para cualquier partido— con el mandato de hacer trampa. ¿Quién propondría que su candidato a presidente, a senador o a diputado fuese a engañar a un país haciendo todo lo contrario a lo que una persona de bien esperaría de él? En política, las trampas son exclusiva responsabilidad de los deshonestos. Algunas puntualizaciones al respecto:
1) Madrugar a la oposición para modificar los reglamentos de la ALP, de modo tal que no sean necesarios los dos tercios de votos que el MAS ya no tiene para aprobar leyes, perjudicó a ese partido y, sobre todo, a Eva Copa, quien en un solo día echó por tierra todo lo bueno que había hecho a fines del año pasado para pacificar el país.
2) No es casualidad que días antes de la asunción de Arce empezaran a salir, como por un chorro, las anulaciones de órdenes de aprehensión que pesaban contra exautoridades y dirigentes del MAS, incluido Evo; otra vergonzosa actuación de operadores judiciales acostumbrados a fallar según el color político de sus procesados.
3) Es una predilección del masismo —demostrada largamente en sus años de gobierno— la de tensar la cuerda de la democracia con su búsqueda de la hegemonía mediante el control de todos los órganos del Estado, es decir, acabando con la recomendable división de poderes. Solo con los dos tercios lo demostró ya dos veces.
4) Pero bastaron once meses del gobierno de Áñez para que se revelase lo que cualquier persona con un poco de memoria más o menos larga debería saber: el Ministerio Público y parte de la Justicia no solamente están secuestrados por un partido, sino por una clase política viciada en general. Hay, por supuesto, excepciones.
5) Pasó siempre. La pregunta es: ¿Qué políticos tendrán la grandeza de terminar con las ominosas presiones a los operadores de justicia? ¿Qué fiscales y jueces tendrán la dignidad y la decencia de hacer respetar a la Justicia?
6) Entre otras causas, a falta de justicia independiente de los gobiernos, los cabildos ciudadanos han comenzado a funcionar como tribunales (arbitrarios) al aire libre. Y cada vez con menos legitimidad (y con más insensatez). ¿Es posible que no se den cuenta del atropello que significa que unos pocos (muy pocos) decidan por todos?
7) Es por estas “vivezas criollas”, tan mezquinas como perjudiciales para el bienestar del conjunto del país, que no ha habido verdadero progreso ni un salto realmente cualitativo, en materia de profundización de la democracia, en relación con la institucionalidad. Algo habrá que hacer para cambiar esa historia en el futuro, por las nuevas generaciones.
8) ¿Todo esto te parece indignante? Hay más: después de la trampa, llega el cinismo. La explicación con la que se ríen en tu cara. Tienen que insultar a tu inteligencia creyendo que no reparas en sus patrañas. (Y realmente parece que no las reparas porque, de última, con el pensamiento del ‘mal menor’, volverás a votar por ellos).
9) “La democracia se fortalece escuchando a las minorías, no anulándolas”. Sabias palabras de mi amigo Lorenzo Catalá. Esta columna debería terminar ahí.
10) Tristemente creo que hacer lo correcto no es un valor en la política actual. Tampoco veo un genuino interés en poner fin a la beligerancia, que nace en las organizaciones políticas y se extiende a la sociedad toda en forma de polarización. Y así seguirá mientras el objetivo de los partidos y de los nuevos liderazgos cívicos sea el de tensionar y no el de tender puentes para la reconciliación.
Como es lo último que se pierde, la esperanza hay que ponerla en los discursos de Arce y Choquehuanca, especialmente en el del Vicepresidente quien, con serenidad y sabiduría ancestral, hizo gala de un alto nivel intelectual. Reflexión final de mi parte para todos —que como ciudadanos y por responsabilidad compartida debemos comprometernos con la democracia—: el bien común se consigue exponiendo nuestra posición pero, fundamentalmente, escuchando al que piensa diferente.
Oscar Díaz Arnau es periodista.