Lo único bueno del triunfo de Jair Bolsonaro, más allá de lo que puede significar para el Brasil y para la región, es que nos ha permitido en casa mirarnos las caras nuevamente, sin el velo común de la defensa de la democracia y el enfrentamiento al autoritarismo.
Durante los dos últimos años la oposición ciudadana y partidaria boliviana estuvo sumida a tiempo completo en la defensa del 21F, dejándo de lado circunstancialmente las diferencias políticas que naturalmente nos diferencian.
Por supuesto que eso fue y es algo bueno y necesario y por psupuesto que tendremos que mantener de alguna manera parte de ese espíritu, hasta que la plena vigencia de la democracia sea restituida en el país.
Pero eso no quiere decir de ninguna manera que, por el hecho de compartir la misma trinchera, el mismo adversario y la misma causa esencial, nos hayamos vuelto iguales.
La oposición democrática, al márgen de su lucha contra el autoritarismo, es diversa y plural. ¡Y gracias a Dios lo es!, pese a que, para muchos, el explicitar algo tan natural y saludable como esa diversidad, signifique una especie de traición al 21F y a la lucha por la recuperación democrática. Nada más falso.
En mi caso, el día que ganó Bolsonaro y comenzaron a aparecer declaraciones públicas de festejo y regocijo de políticos con los que comparto trinchera en la cruzada contra el MAS, no dudé ni un instante en marcar mi posición, indicando que me separa un océano de diferencias ideológicas con quienes se alegraban de ese triunfo.
Muchas de las reacciones a mi toma de posición me reclamaron, bajo un razonamiento que me parece algo maniqueo y simplista, que entonces eso quería decir que yo prefería al PT de Lula, y por añadidura, estaba apoyando a Evo Morales. Nada más falso.
Tampoco me hubiera alegrado que gane el PT y hubiera querido que el desenlace de esa elección hubiera sido otro, pero de ninguna manera estoy dispuesto a embarcarme en la idea de que el enemigo de mi enemigo es automáticamente mi amigo, y que por lo tanto debo, no solamente justificar, sino celebrar el ascenso al poder de un hombre de ultra derecha con el cual no comparto nada políticamente. El hombre es en realidad un extremista de derecha que raya en el fascismo, y nada puede justificar que yo me alegre con algo así.
Prefiero y respeto, aunque ese oceáno de diferencias nos separe, a los que se alegran legítimamente por el triunfo de un ultra derechoso, justamente por sus ideas y no porque piensan solamente que eso es bueno porque le va a perjudicar a Evo Morales.
Dentro de los márgenes de la democracia y la tolerancia que ella exige, puedo respetar y debatir sanamante con quien comparte con Bolsonaro la nostalgia por el pasado, el racismo, la homofobia y la misoginia, pero, por favor, no puedo confundirme con él, por ninguna razón.
Lo único bueno de Bolsonaro para mí, es que se convierte en un buen motivo para recordarnos que las oposiciones somos muy distintas, y que debemos seguir actuando juntas en la defensa del 21F, pero que en el terreno electoral debemos diferenciarnos claramente.
Juntos, pero no revueltos; y eso quiere decir que no podemos y no debemos confundirnos en un menjunge incoherente, con la idea de que así le ganaremos al MAS, porque además eso no va a funcionar, ni política ni electoralmente.