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Llueve sin parar

Claudio Ferrufino-Coqueugniot 

Chove chuva
Chove sem parar

Vieja canción de Jorge Ben Jor. Llovió desde las once hasta las cuatro del amanecer, a ratos con granizo. Mofetas corrían por jardines con la cola levantada. No vi zorros. Un par de venados adultos me asustó cuando entré a un cobertizo vegetal. Más los asusté yo, pero esos ojos estaban casi arriba de los míos, grandes, brillosos, oscuros.

La lluvia se ha detenido. Laudamus te, de Wolfang Amadeus Mozart. En casa, aguardando sin emoción la fiesta del 4 de julio. Anoche ya había fuegos artificiales; en el barrio en que estaba los mexicanos festejaban más que nadie la independencia de los Estados Unidos. También anoche chocaban los autos del universo marihuano alcohólico, frenéticos choferes en medio de la urbe solitaria. Locura total, gente dominada y entrenada desde infantes por el estado policial y que se suelta con aditamentos exteriores, incapaz de rebeldía tenaz y colectiva. Pueblo que sospecha, desconfía, está armado porque vive en pánico. Siempre que puedo se los digo, que no tengo armas porque no tengo miedo, a pesar de haber trabajado en los peores lugares posibles, expuesto. Como niños de orfanato se destapan y se transforman en banda de orates. El culto del “Jesús anaranjado”, según se conoce a Donald Trump, es su forma de rebelarse idolatrando a un violador, ratero, maleante, embaucador, embustero, megalómano, traidor e incestuoso. En él reflejan sus deseos insatisfechos. Si se le añade retórica fascista, pues un resultado que de darse enviará a USA a los infiernos para siempre. La iglesia evangélica norteamericana es la actual Sodoma y Gomorra, unilateral, permitido el vicio solo para ellos y el imbécil que veneran.

Laudamus te, te alabamos, te rezamos, Jesús nazareno de New York, que el mundo vea la gloria de la raza blanca y que abusemos a las hijas para que den “luz” a monstruosos seres grotescos, babeantes y balbuceantes. Exactamente como la izquierda. La naturaleza los parió iguales contra natura. Hoy sale la luna y juega al escondite entre tilos de verde claro. Pienso en John Boorman: Deliverance… En los señores feudales del norte argentino, kirchneristas del infierno, bendecidos por el demonio hermafrodita vaticano. ¿Dónde estás Fellini, dónde Petronio? Llueve cocaína boliviana marca E sobre el Impenetrable, cae sobre la tumba perdida de Massetti. Andrés Rivera, la revolución no es un sueño eterno, es la interminable mentira.

Hablaba de la lluvia y me he sumido en estercolero de dictadores. No hay agua fresca suficiente para limpiarlo y la historia emborrachó al viejo Noé para olvidar el diluvio. Su peor error, el gran pecado, fue salvar a la rama infecta. Engañoso el alcohol, le dio visos de milagro a lo que debió haber sido la mayor y última ejecución masiva. Hubiera quedado el imperio de los tiburones, el auge de los lagartos, el esfuerzo inmutable y dedicado de los ratones. En cambio nos heredó pedófilos, nazis histéricos, lacras comunistas, cabareteras y demás liendres. Stalin visitaba las mazmorras de la cheka para conversar sobre poesía georgiana con un intelectual detenido al que le habían arrancado las uñas. Ambos recitaban, en la lengua madre, versos de Shota Rustaveli, poeta nacional. Luego partía dando instrucciones de eficiencia al verdugo.

Llueve sin parar, se ha encapotado de nuevo. En la anciana casona donde vivo suenan las gotas como si despertaran los muertos. Fantasía de zombies paseando por las vacías escaleras. Salgo de noche, retorno de noche, miro hacia arriba, nadie, nada, sonidos, murmullos, ni siquiera un grillo que cante. No he escuchado uno en cuatro años acá. Dormir con grillos nos enseñó mi padre que los cazaba y los ponía dentro de casa. En la medianoche de los ladrones hacían música, cantaban a coro los sapos de las acequias cubiertos de blanca espuma, armiño de aristócratas del fango. Hacían dueto las ranas que, otra vez, recolectaba papá y las ponía dentro de los recién regados cartuchos. Me pregunto, ¿ante esta belleza natural cómo puede alguien interesarse en mandar a otros, en dominar verbo e idea? Cedería con gusto treinta años de presidencia por escuchar de nuevo los batracios orquestales, oír el agua que baja rápida por los canales hijos del azadón, en Pairumani, mientras Elizabeth se viste y reniega haber perdido quizá un buen sexo por el chaparrón de montaña. Le di mi chaleco y apenas toqué sus manos, me había obnubilado el trueno…

Detengo al prodigio de Salzburgo. Gloria, de la Missa solemnis. Recorro en ojos el millar de discos compactos buscando algo popular, tal vez sudamericano; me tienta música del sur francés: Provenza, el Rosellón, Marsella, Montauban y Montpellier, Avignon y Béziers, pero no, siguen las pupilas tratando de hallar el momento. Tropiezo con un libro de Drieu La Rochelle, La comedia de Charleroi (después, me prometo), doy vueltas a un álbum de canciones de soldados del ejército alemán. Hermoso, pero tan difícil no asociarlas a la bestialidad. Ven y mira (1985), filmó Elem Klímov. Ven y mira el infierno humano. La invasión a Bielorrusia en este caso. Elem es acrónimo de Engels, Lenin, Marx. Klímov era hijo de comunistas de Stalingrado, huyendo por sobre el agua helada del Volga. Gran director de cine.

Me pondré calcetines. Hace calor en el torso y frío en los pies. Han transcurrido dos horas desde que comencé a escribir y mucha música. Muevo los dedos para saber que soy yo; sé que jamás seré pianista, nunca Wanda Landowska, pero oído me sobra, y deseo.

Comienzan las primeras gotas. En la pradera de Colorado cae granizo del tamaño de pelotas de tenis. En Denver no tanto pero deja los techos de los autos como víctimas de bombas de racimo. Las aspas del ventilador del cielorraso tienen siseo melancólico. Deseaba cocinar mas la tarde ha matado el impulso. Guardo el orégano y el estragón que utilizo con tino excesivo. Mañana me pondré en tarea aguantando el no interesante feriado. Me seduce la idea de albóndigas sobre zitti, pasta de Campania. Para ello cortaré cebolla y apio finos, una pizca de ajo y jalapeño. Tomate retostado y Bella ciao

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