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Llegó el tiempo de las mujeres

Ruth Bader Ginsburg, juez de la Corte Suprema de los Estados Unidos hablaba del movimiento Me Too, de denuncia de acoso y abuso sexual sobre todo en lugares de trabajo contra las mujeres. Dice Ginsburg que el legado de este movimiento será duradero, en esta suerte de balanza entre el despiadado machismo de Donald Trump y sus incondicionales republicanos y la cada vez mayor actitud combativa femenina en su contra.

Trump jamás denuncia a los abusadores. La doctrina de la violación parece caer de perilla a un individuo que se precia de varonil, viril, metemano, militarista (nunca habiendo servido y habiéndose escondido de la leva para Vietnam cinco veces con  fraudulento descargo). No es que ir o no ir a la guerra marque la hombría, pero destacándose este presidente por una retórica guerrista y por desear levantar una formidable maquinaria militar, además de desfiles estilo soviético, se tiene que cuestionar. No culpa, o evita hasta el extremo hacerlo, a probados pedófilos y demás monstruos porque él mismo forma parte del gremio. Ni menciona a las víctimas; al contrario, victimiza al agresor. Es, para Me Too y las mujeres que no suspiran en su fétido entorno, el enemigo principal.

Al respecto, viniendo de un lado inesperado: la extrema derecha, Steve Bannon, ideólogo del trumpismo a la vez que agudo observador de la realidad nacional, afirma que el populismo como fuerza motriz es o va a ser desplazado por el movimiento de reacción femenina ante la situación actual. Que esta va a ser la línea que posiblemente destrone a Trump y que ha llegado para quedarse. La nueva era, la de las mujeres. No vendría mal un poco de agua para diluir la idiótica y fatídica testosterona del masculino ávido de poseer y descollar (claro que no lo afirma Bannon; lo añado yo).

Está cierto el neonazi en que en el desdén de Trump por las mujeres se atiza el desastre. La investigación rusa puede llegar a conclusiones devastadoras. Las conocemos y sabemos, solo que no hay seguridad cómo vayan a implementarse las leyes tratándose de un presidente o al fin nada ocurrirá. Por encima de esta truculenta conspiración, que incluye lavado de dinero de Putin y las mafias rusas, que desnuda el origen de la recuperación económica de Donald Trump luego de la caída, que abunda en putas meando en la cama y tal vez en vicios sodómicos  y gomórricos, está el empoderamiento de las mujeres como fuerza unida y decisora. Sería el golpe fatal al imperio del abuso, la ignorancia y la mugre que caracterizan esta administración.

Al parecer, y a diferencia de los hombres en los que priman los huevos y no la escasa razón, llega un tiempo de cambios radicales. Es posible que haya exageraciones, hasta “abusos” por llamarlos así en el proceso (ya lo denunciaron las francesas alegando que en tanta fobia se esconde un ataque al amor y al enamoramiento, al juego de conquista, al flirt, coqueteo y piropo). Pero, en líneas generales, está bien y es bienvenido. Hora es y hora llega que existan consecuencias, que se atosigue al poder y se desbanque a dioses, semidioses, intocables e irresistibles, así cueste que las hermosas mujeres de Klimt, eternamente retratadas, resuciten y cuenten de las veleidades del pintor y del supremo poder que pesaba detrás de su paleta.

Bannon predijo muchas cosas que el tiempo ha confirmado. Fue preciso en apuntar a un grupo de votantes relegado que incluso había elegido a Barack Obama, siendo negro y demócrata. Creo que esta vez también acierta, que Trump debe temer estas voces femeninas cada vez más mayoritarias y con grandes nombres asociados. El número de republicanas, evangélicas, beatas que aprueban el pecado si lo cometen los suyos, se reduce. Viejas locas o cowgirls de poco entendimiento alaban al sátiro de la Casa Blanca. Sinvergüenzas. Viciosas linchadoras onanistas. Marcha ya un rodillo. Y aplasta. Cuidado.

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