Miguel Sánchez-Ostiz
Antes de que apareciera Internet se decía que de los médicos de barbecho estaban los camposantos llenos y de los abogados ídem, los tribunales. Ahora con la trepidante información que existe, podríamos añadir los loqueros de barbecho como macizadores de las Casas de Orates, pero esto no es del todo exacto, aunque lo primero ha cogido proporciones inauditas. Pacientes que le dan lecciones de medicina tanto al médico de cabecera como al especialista, y macarras de polígono que se las dan de juristas confiando en «lo que dice forocoches» porque eso va a misa, y con el puño americano en la mano en lugar del Código Civil. En esas condiciones no son necesarios cinco años de licenciatura ni un par de décadas de ejercicio profesional, además su abogado «les ha dicho», alguno al que poco le importa ganar o perder un caso, con tal de cobrar. Querulantes, terqueadores, buscapleitos, matones…que prefieren ir al cárcel (dicen) antes que dar su brazo a torcer. Y contento con que el abogado no sea un cuñado o un primo que sabe mucho y hasta puede ser policía. Luego las cosas se enredan y hasta puede haber condena en costas, y el abogado dice que las cosas no son como se las habían contado, y los testigos de taberna no aparecen, y…. Tú eres de otra época y tus compañeros de profesión en general muy distintos. Lo comprobé en el último pleito que tuve (duró ocho años) de daños en la construcción, en una comunidad de vecinos en la que el abogado demandante, ya mayor, pero recién colegiado, les había levantado más de dos millones de pesetas de provisión de fondos. No se inmutó cuando el magistrado, delante de todos los letrados que interveníamos por las partes demandantes, le dijo de manera cortante e irritada… «Y usted, haga el favor de estudiarse la Ley de Enjuiciamiento Civil, antes de aparecer otra vez por aquí». Él ya había cobrado, le dijeran lo que le dijeran, tenía el bolsillo caliente.
