La etimología de la palabra Universidad nos remite al término latino “universitas”, es decir, al universo como un todo. Por tanto, la Universidad tiene sus raíces en la idea de universo, un todo. Pero a partir del siglo XIX esta idea se fue desgajando debido a múltiples factores, como por ejemplo, la fragmentación del sujeto o lo que Michael Foucault llama la especialización del conocimiento, que terminó haciendo desaparecer al sujeto. En esa desintegración de la universitas, qué lugar ocupan o cuál ha sido el destino de las humanidades, y hasta quizá como algunos han llamado, el fin de la era del humanismo, acabará por herir de muerte el estatuto epistémico de las ciencias llamadas humanas de cara al momento de crisis y cambió epocal por la que atraviesa la humanidad o como suele denominar Karl Jaspers, la segunda era axial.
Desde que el positivismo se instaló en los centros universitarios, con un desarrollo notable en el caso del Brasil, las ciencias humanas entraron en una profunda crisis de identidad. En el mundo occidental desde un principio se estableció la figura de un Dios trascendental, un mundo intermedio y el mundo humano. Pero a partir, del siglo XVIII con la modernidad, el desarrollo de las ciencias y proceso de secularización, acabaron con el mundo intermedio y dejaron a Dios a un lado, considerándolo una hipótesis innecesaria. Por tanto, nada más quedó en pie la concepción del mundo solamente integrado por seres humanos, y cuyo único referente fue el mundo material y físico. Fruto de esta visión, se desarrolló rápidamente la idea de que la inteligencia y la razón humanas debían expandirse de manera unilateral. Esto implicó el olvidó de otras capacidades humanas que están más allá del ego humano. Este triunfo del cientificismo rampante, claro, sumido en sus propias reglas, aunque no es posible pensar el conocimiento fuera del marco de la ética o la justicia, ya presente en Aristóteles, centró toda su búsqueda de verdad en el mundo físico y material como fuente del conocimiento humano; esto conllevó el desplazamiento de las ciencias humanas a categorías de segunda clase.
Por esa razón, hoy, no es ninguna novedad encontrar dentro de la estructura de las universidades a las facultades de humanidades, arrinconadas o simplemente formando parte de un maquillaje dentro del sistema. Y peor aún son consideradas el patío trasero del sistema universitario. En esta realidad es necesario repensar el estatuto de las ciencias humanas. Por ejemplo, su modo de proceder y hacer ciencia y su objeto de estudio. Las ciencias humanas si quieren ser tal, no pueden quedarse a nivel de las ciencias objetivas. La integralidad y el mundo plural, al que tienen que dar respuesta, exige una visión integral y más allá de lo particular, por tanto el objeto de estudio necesariamente debe ser la realidad humana y no humana, es decir, la realidad global. Tanto la psicología o las ciencias de la educación, han servido de comodín al auge de la ciencia positiva en el ámbito de las humanidades. En este sentido, se debe pasar del simple ego e incorporar como objeto de estudio otras dimensiones constitutivas de la condición humana.
Pero en este desprestigio de las humanidades, también han jugado un rol importante los mismos humanistas; no es raro, encontrar en las facultades de humanidades el consumo desenfrenado de drogas, tanto en estudiantes como docentes, hasta bien sabido es que al interior de dichas facultades se practica la prostitución de manera soterrada, pero que no es novedad para nadie. Si se quiere sacar del atolladero en el que el positivismo ha sumido a las ciencias humanas en el espectro universitario es necesario repensar seriamente el rol de las humanidades y su concepción de ciencia.
Finalmente, si la Universidad quiere salvarse del tecnocientificismo en el que vive sumida, hoy, no podrá hacerlo al margen de las ciencias humanas.
Iván Jesús Castro Aruzamen es Filósofo, teólogo, poeta y escritor