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Derrota tras derrota

Definitivamente al MAS y a Evo Morales no les sale una buena desde hace más de cuatro años. La que se pensaba era la única cosa buena que les había salido en mucho tiempo (me refiero a la burda maniobra política bautizada con el nombre de elecciones primarias), resultó siendo un tiro por la culata que se sumó a la larga colección de derrotas acumuladas desde las elecciones subnacionales de 2015.

Así como durante los primeros años todo parecía que les salía bien y la suerte los acompañaba en todos sus desaciertos, desde hace mucho tiempo que los astros se les han desalineado y cuando eso ocurre, tu suerte está echada y no hay vuelta atrás.

No alcanzaría toda la tinta de este periódico para enumerar todas esas derrotas que no solamente han desgastado la gestión de gobierno, sino que han agotado el proyecto político del MAS.

Para refrescarnos la memoria con los fracasos más recientes, basta recordar el fiasco de La Haya, el fallido intento de liquidar políticamente a Carlos Mesa con el impresentable caso Quiborax, el vergonzoso espectáculo de las elecciones judiciales, la derrota sufrida en las calles con el Código Penal, la caída paulatina de sus aliados regionales, y así un innumerable listado de sucesivos colerones.

A finales del año pasado, se pensó que la mala racha de Evo Morales podría haber terminado, con lo que parecía una jugada maestra: las elecciones primarias. Muchos se apresuraron en decir que volvían a aflorar los mejores instintos y reflejos políticos del MAS de los primeros años de gobierno, y que había que prepararse para una nueva y brillante arremetida oficialista.

Todo lo que ha ocurrido después de esa artera maniobra con nombre de elecciones primarias, desmiente en la realidad cualquier posibilidad de recuperación de la iniciativa política y de cordura política de parte del gobierno. Los resultados para ellos han sido pésimos y no se acercan ni por si acaso a lo que prentendían conseguir.

Pensaron que la presión en los tiempos políticos iba a precipitar una juntucha de las oposiciones que, obviamente, les hubiera sido mucho más fácil de enfrentar, pues hubiera sido fácil de identificar como una síntesis del pasado.

Pensaron que iban a poder utilizar los resultados de las primarias como un adelanto del resultado de las elecciones generales de octubre y que podrían mostrar la fornida musculatura del MAS y compararla con el resto de los partidos.

No les salió nada bien. Hoy, lejos de lo que calculaban, tienen al frente a la candidatura de Mesa, que les saca más de quince puntos de ventaja en una eventual segunda vuelta, y que además tiene largos nueve meses por delante para resolver sus falencias y consolidarse como proyecto político.

Se creyeron su propio cuento de que tenían un millón cien mil militantes como base dura, y tuvieron que tragarse el papelón de un apática patota de funcionarios yendo a votar de mala gana, bajo amenaza de despido.

Pero queda claro que la principal derrota, que además les ha cerrado las puertas de la historia, ha sido el desconocimiento del voto de los bolivianos el 21 de febrero. Ese es sin duda el punto de inflexión definitivo de un gobierno que ha apostado por permanecer en el poder a la mala, creyendo erróneamente que goza de la misma legitimidad y credibilidad de los primeros años, y que la ciudadanía les permitirá mansamente terminar de destruir una democracia que nos ha costado sangre y sacrificio.

Cuan equivocados están.

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