La caída del gobierno del general Juan José Torres Gonzales ha quedado bien retratada décadas atrás en el libro de Jorge Gallardo Lozada, su entonces ministro del Interior. En De Torres a Banzer (1973), este abogado narra los hechos cual si su intención real hubiese sido legarnos un trepidante guión cinematográfico.
Gallardo ocupó el cargo de Ministro del Interior porque Torres no quería a un militar ahí. El talante del general Juan Ayoroa, su antecesor bajo la presidencia de Ovando, había sido excesivamente represivo. “Jota Jotita” optó por un civil para limpiar la imagen ruda del ministerio. Así, en octubre de 1970, Gallardo juró al despacho conminado a tender puentes.
A él se le encargó conversar con los partidos de izquierda y con la Central Obrera Boliviana (COB) para armar un equipo de ministros que diera soporte social al naciente gobierno. En sus 10 meses de mando, Torres intentó gobernar con los sindicatos y los partidos asumidos como socialistas. Su plan era una convergencia gradual, irreversible y de base entre militares, obreros, intelectuales y campesinos.
Los esfuerzos por persuadir a la COB para que se apodere de la mitad del gabinete no prosperaron. Tras aceptar en inicio, el órgano sindical remitió a Palacio una lista de dirigentes secundarios, cuando Torres quería fichar a la plana mayor. En los hechos, la dirigencia cobista cultivaba un recelo mortal frente a los militares. El sentimiento era recíproco, con la diferencia de que los uniformados estaban obligados a obedecer las audaces iniciativas de Torres.
Las tratativas con los partidos de izquierda no gozaron de mejor suerte. Con la excepción de Guillermo Aponte Burela en la cartera de Salud, el cual sería reemplazado cinco meses después por Javier Torres Goitia, ningún líder destacado de la izquierda quiso involucrarse en el gabinete.
Volviendo a las horas finales, en la tarde del 20 de agosto de 1971, cuando el golpe de Banzer ya había detonado en Santa Cruz, una manifestación llega a la plaza Murillo. Gallardo narra los hechos de aquel día. Dos delegados de los manifestantes, Higueras y Ugarte, entran a conversar a Palacio. La muchedumbre espera en la explanada. Gallardo y Torres Goitia los reciben a nombre del Presidente.
A los cuatro les toma varios minutos ponerse de acuerdo desde qué balcón se lanzarían los discursos. La Asamblea Popular exige que sea en el edificio del Legislativo, donde sesiona; el Gobierno les pide que sea desde el balcón de Palacio Quemado. Ni siquiera en sus horas finales pueden coincidir sin forcejear. Zavaleta (1974) escribió que la Asamblea Popular era un “sóviet auténtico”, un “embrión del poder dual”, un “esbozo”, que sólo duró 80 días.
Por la noche, una delegación de la Asamblea Popular regresa a Palacio, le pide a Torres armas para enfrentar a los golpistas en las calles. “En cuanto a repartir armas a la COB, me preocupa si ahora nos piden 10 y mañana, 100, porque corremos el riesgo de que ellos nos sobrepasen en cualquier momento”, habría dicho Torres.
El general Emilio Molina, ministro de Defensa, habría reforzado: “Yo no sé qué armas vamos a entregarles, si todas están en manos de las Fuerzas Armadas”. Gallardo, angustiado, le refuta: “Mi General, usted sabe que aquí en Palacio hay 400 armas”. Molina no se da por vencido: “No estamos facultados para entregar un solo fusil”. Gallardo tampoco se rinde: “Discúlpeme, pero en estas circunstancias tan dramáticas usted se preocupa por encontrar facultades legales… ¿quién puede impedir en este instante al general Torres entregar todas las armas que tiene su guardia personal aquí en Palacio?”.
Entonces, a sólo 24 horas de su derrocamiento, Torres se decide: “En verdad, mi General Molina, Jorge tiene razón, ¿acaso como Presidente yo no puedo entregar esas armas a mi ministro del Interior, quien es el encargado de la seguridad del régimen?”. Gallardo sale a brincos del despacho hacia el salón de los espejos. En la oreja de Lechín, máximo ejecutivo de la COB, le suelta el dato triunfal: “Juan, dentro de una hora le entregaré todo el armamento del que disponemos”.
A las 3:00 de la madrugada de aquel 21 de agosto, Gallardo libera 66 carabinas M-1, 70 fusiles Máuser, 191 fusiles Garand, 22.900 proyectiles y 204 cargadores M-1. El arsenal apenas sirve para que un grupo de aspirantes a guerrilleros ocupe la cima del cerro Laikakota. Torres y Gallardo se desvanecen en la clandestinidad, la Asamblea Popular se esfuma y Banzer tiene liberada la cancha para gobernar por siete años.
Rafael Archondo es periodista.