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La astracanada nacional

De: Miguel Sánchez-Ostiz / Inmediaciones

Con arreglo al Código Penal que tenemos, que funciona como una recortada y se estira y encoge a voluntad, dicen que «tocar» a la Monarquía es delito, cuando la realidad es que esta «se toca» sola en una labor incesante de desprestigio, que no hay campaña ni cierre de filas mediático que pueda arreglar más allá de unos apaños de fontanería institucional, que se desarreglan al poco.

Grave es, pero también de sainete castizo, que el jefe del CNI, el de los espías, tenga que ir al Congreso a explicar, bajo secreto y penas a quien desvele lo dicho en sesión cerrada, la urdimbre de las relaciones entre Corinna y el emérito Juan Carlos I, y su fortuna en Suiza, conseguida al margen de sus emolumentos oficiales, amén de otras muchas rebabas en las que están mezclados espías, policías corruptos, empresarios, cocotas de lujo, marbellís de raza, ricos, pobres, elefantes… qué sé yo. En realidad, el capitoste del CNI no creo que informara de nada que el apaleado pueblo español no sepa ya a estas alturas, aunque nada pueda hacer al respecto. Hay verdades oficiales que hunden sus raíces en los secretos de Estado. Si el Congreso quiere organizar una comisión de investigación, que la organice, pero que no va a llegar a nada práctico, de eso conviene ser consciente de antemano.

Quien está convencido de que Juan Carlos I es un angelito que nos salvó de un golpe de Estado que, se dice, eh, se dice, él mismo organizó, no se va a apear del burro. Hay monárquicos genéticos y contra eso poco se puede hacer. Y por el contrario, quienes piensan que la monarquía es una institución no ya anacrónica, sino nefasta y un saca cuartos, siguen y seguirán esperando la oportunidad de un referéndum nacional que consulte a los ciudadanos sobre si quieren dejar de ser súbditos y pasar a ser ciudadanos de manera plena. Monarquía o República, esa es la cuestión.

Entre tanto un juez afirma con desvergüenza notable que la justicia española no está politizada, a la par que defiende que sus propias actuaciones judiciales estén inspiradas en su ideología, algo que los presos políticos catalanes están probando en sus propias carnes. Las juezas monomaniacas del terrorismo comparten a todas luces esa inspiración ideológica y también el juez –autor de delirantes sentencias y actuaciones bochornosas–, que acaba de aplastar a Juana Rivas con su oposición a lo previsto en la Ley de Violencia de Género, ignorando de manera extraordinariamente agresiva el fondo de la cuestión –el maltrato no investigado «pese a ser determinante», como dice la juez Rosell–, que no es solo formal, sino social y compleja –, y de la que algunos creemos que un juez no puede desentenderse a la hora de juzgar: los maltratos y su desamparo, más habitual de lo que parece, y la guarda y custodia efectivas de los hijos. No me extraña que la petición de un indulto para Juana Rivas se haya extendido en pocos días. Procede, aunque hubiese procedido más la absolución y unas eficaces medidas preventivas para que Juana Rivas no hubiese padecido los maltratos que la llevó a denunciarlos.

Ideología judicial e institucional sobre todo, la que sostiene en los altares al indocumentado, bien que superdotado, Pablo Casado, actual amo del PP, cuyas tres compañeras de estudios están imputadas por los masters milagrosos, lo mismo que el vicerrector que le convalidó las asignaturas y que Enrique Álvarez Conde que le aprobó tres materias. Él, por su parte, aforado, seguro de que va a correr el agua de cerrajas de buen año, sonríe y se hace el fuerte, el duro, lo mismo que Cifuentes, personaje que ya da grima con sus patrañas y esgrimas procesales.

Entre unos y otros dan una imagen penosa del país en el que pese a todos los esfuerzos, priva la inseguridad jurídica, el machismo institucional, la justicia reaccionaria, la desigualdad social, el conflicto permanente entre ciudadanos e instituciones, las amenazadoras verdades públicas y judiciales de Marlaska, y los imparables vicios privados hechos negocio e industria, la oposición irreconciliable entre un país rancio y casposo, y otro que aspira a unas libertades y un estado de Derecho más acordes con su tiempo…

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