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Las buenas intenciones: un nuevo caso de Guido Brunetti

Rafael Narbona

La vida tal vez solo sea ruido y furia, pero la literatura debe ser orden, simetría, equilibrio. De joven apreciaba las novelas que se habían inspirado en la famosa frase Shakespeare, movidas por el deseo de trasladar al terreno de la literatura el supuesto caos del mundo. Pensaba que constituían un ejercicio de honestidad y clarividencia, lo cual no evitaba que me aburrieran solemnemente. Aún recuerdo esas noches heroicas de mi juventud trepando por las ásperas laderas del Ulises, de James Joyce, embriagado por la convicción de estar realizando una proeza intelectual. Por entonces, estimaba que leer no representaba una forma de placer, sino una experiencia que a veces incluía un razonable sufrimiento, semejante al de los ascetas que se purifican mediante el ayuno y la penitencia. Ahora que no soy joven, rehúyo todo lo que implique sufrimiento. Cuando leo, procuro disfrutar y si no lo consigo, cambio de libro, algo que era incapaz de hacer antes, pues terminar una obra me parecía una obligación sagrada. A veces interpretamos el relajamiento que nos traen los años con una forma de claudicación, pero en realidad es una liberación. Nos hemos acostumbrado a asociar el placer a la culpabilidad y, sin embargo, no hay anhelo más legítimo. Leer no debe producir dolor, sino regocijo, alegría. Pensar lo contrario roza la perversión.

A los diecisiete años, pensaba que la novela policiaca era un género menor, pero el descubrimiento de Raymond Chandler y Dashiell Hammett me hizo cambiar de opinión. Los cuentos de Chesterton protagonizados por el padre Brown y los casos de Sherlock Holmes acabaron definitivamente con mis prejuicios. El prólogo que Borges escribió para La invención de Morel, la escueta y brillante novela de Adolfo Bioy Casares, me proporcionó argumentos definitivos para descartar mis prejuicios sobre un género injustamente menospreciado. Aunque Borges hablaba de la novela de aventuras, sus razonamientos podían aplicarse a las intrigas policiales. No es posible plantear y resolver un misterio sin cultivar escrupulosamente el orden, la proporción y la exactitud. En los años 60 se tributaba admiración a las novelas experimentales, con un argumento difuso y digresiones de varias páginas sobre asuntos tan fascinantes como el tacto de las sábanas o las humedades de un baño. Divertirse con un libro parecía un gravísimo pecado contra la inteligencia. Cabe objetar que no hay nada intelectualmente reprobable en disfrutar con el ritmo vertiginoso, casi hipnótico, de una buena novela policiaca. El clima electrizante es una virtud narrativa, pero se necesita algo más. Una intriga difícilmente nos atrapará sin un detective que nos cautive. Donna Leon (Nueva Jersey, 1942) ha resuelto este desafío con Guido Brunetti, el comisario veneciano que protagoniza treintaiuna novelas, una serie que aún no se ha interrumpido.

Brunetti no es un policía alcohólico y atormentado, como los detectives del hardboiled, sino un hombre culto, educado y sensato. Felizmente casado con Paola, una profesora universitaria de literatura inglesa, y padre de dos hijos, resuelve los casos sin recurrir a la violencia. No posee una mente prodigiosa, como la de Auguste Dupin o Sherlock Holmes, y carece de la ironía de Sam Spade, pero es inteligente, minucioso y honesto. Aficionado a los clásicos, ha realizado estudios universitarios y habla inglés con fluidez, pues ha trabajado en Estados Unidos. Su aprecio por su ciudad convive con la frustración que le produce una política municipal orientada a satisfacer las necesidades de los turistas y no las de los vecinos, cada vez más desatendidos. Los restaurantes, las salas de fiestas y los negocios de souvenirs prosperan a costa de las farmacias, las mercerías y las tiendas de alimentación. Brunetti vive en un ático en el centro de Venecia. Lo ha reformado sin pedir los permios correspondientes, una costumbre muy extendida. El miedo a que las trabas municipales frustren sus proyectos le ha animado a saltarse la ley, lo cual no le atormenta, pues su honradez no es sinónimo de fanatismo o intransigencia. Brunetti es un hombre tranquilo que ama la pasta, el vino blanco y el café expreso. Se lleva bien con su esposa y con sus dos hijos, que son educados y sensatos.

Dad y se os dará es la última novela de la serie de Brunetti. Esta vez la trama explora la corrupción que rodea a las organizaciones benéficas. Elisabetta Foscarina, vecina de Brunetti durante su infancia, acude al comisario para manifestarle su preocupación por su hija Flora, una veterinaria casada con un contable cuya conducta empieza a parecerle extraña e inquietante. Su yerno trabajó con el marido de Elisabetta, un empresario de éxito llamado Bruno del Balzo. Le ayudó a reunir fondos para construir un hospital en Belice, pero después se alejó del proyecto. Ahora parece temer por su vida. Elisabetta no aporta más datos. Sin embargo, le pide a Brunetti que averigüe si hay motivos para alarmarse, lo cual le pone en un compromiso. Al no existir indicios claros de delito, no parece razonable abrir una investigación. El comisario podría ser acusado de utilizar su cargo para hacer un favor a una vieja amiga. No obstante, lo que le une a Elisabetta no es amistad, sino un vínculo difuso y algo turbio. De niño, vivía bajo su casa. Su padre, un modesto empleado, trabajaba para familia de Elisabetta. A cambio, le pagaban un sueldo y le cedían una vivienda. La situación implicaba una serie de humillantes servidumbres que acabaron rompiendo el acuerdo. A pesar de todo, Brunetti abrirá una investigación para comprobar si las sospechas de Elisabetta obedecen a un problema real o solo son las imaginaciones de una madre preocupada por su hija.

¿Qué nos aporta la novela de Donna Leon, además de entretenimiento? Un retrato de Venecia impregnado de melancolía. La ciudad está perdiendo su identidad. Ya solo es un escaparate para turistas, un espectáculo ruidoso y hueco. Los vecinos tienen la impresión de ser un estorbo. Venecia ha dejado de ser una explosión de belleza para convertirse en parque temático. Nadie conoce a nadie. Muchas personas viven aisladas, soportando una soledad no deseada. Después de la pandemia, ese problema se ha agudizado. Aún impera el miedo y la desconfianza. Todo parece frágil e inestable. Las ventanas ya no son miradores, sino aspilleras que permiten observar el mundo exterior, sin sufrir el asalto de peligros inesperados. Donna Leon nos cuenta todo esto de forma indirecta, con pinceladas dispersas. No necesita más recursos para crear una sensación de precariedad y malestar. Sus personajes no parecen más afortunados que una ciudad maltratada por un epidemia de tintes medievales.

Brunetti es un hombre transparente. No finge ser algo que no es. Solo quiere hacer bien su trabajo, ser leal a sus amigos, atender sus responsabilidades familiares. Necesita poco para ser feliz. Una buena comida, algo de vino y una charla informal. Sin embargo, las personas como Elisabetta no son así. Detrás de una apariencia inofensiva y sofisticada, acumulan secretos tan oscuros como un sótano. Su mundo interior es como un volcán que explota cada cierto tiempo, liberando lenguas de fuego que dejan un paisaje de cenizas y escombros. La lealtad de Brunetti se revelará en esta ocasión como un lamentable error. El infierno está empedrado de buenas intenciones, pero a veces lo olvidamos. El mal es astuto y sabe que no hay mejor forma de manipular a otro que explotar los afectos. Un chantaje velado puede ser mucho más eficaz que cualquier forma de intimidación.

Dad y se os dará no es una obra maestra, pero sí es un excelente policiaco. Mantiene nuestro interés hasta el final y nos ayuda comprender mejor al ser humano. Es mucho más de lo que consiguen novelas con un tono más solemne. Pasar unas horas con Brunetti, disfrutando de un café expreso en una terraza veneciana, es más fructífero que enredarse en un sesudo e intrincado relato cuya meta es convencernos de que la vida solo es ruido y furia. Algo de eso hay, pero también tenemos a nuestro alcance leves y suaves ensoñaciones que hacen más ligero nuestro paso por este mundo.

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