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La televisión en tiempos de inteligencia artificial – Un recorrido histórico y social

Jorge Larrea Mendieta

El 21 de noviembre se conmemora el Día Mundial de la Televisión, instaurado por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1996, tras el Primer Foro Mundial sobre Televisión. En 2025 se cumplen 29 años de esta efeméride, que invita a reflexionar sobre el papel de la televisión como uno de los medios más influyentes en la historia contemporánea, tanto en la transmisión de información como en la construcción cultural y política de las sociedades. La televisión no solo ha sido un canal de entretenimiento, sino también un espacio de debate público, un instrumento de cohesión social y, en muchos casos, un actor político de gran relevancia.

Desde su aparición en la primera mitad del siglo XX, la televisión ha recorrido un camino extraordinario. Los primeros aparatos experimentales en blanco y negro, como los creados por John Logie Baird en 1927, marcaron el inicio de una revolución comunicacional que transformó la manera en que las personas se relacionaban con el mundo. En las décadas siguientes, la televisión se consolidó como el medio masivo por excelencia, capaz de transmitir en tiempo real acontecimientos históricos, culturales y deportivos que unieron a millones de espectadores frente a una pantalla.

Su evolución tecnológica ha sido constante: del blanco y negro al color, de la señal analógica a la digital, de la televisión por cable y satélite a la alta definición, y finalmente a los televisores inteligentes conectados a internet. Cada avance ha ampliado las posibilidades de acceso, interacción y consumo, redefiniendo la experiencia televisiva y adaptándola a las exigencias de nuevas generaciones. Hoy, en tiempos de inteligencia artificial, la televisión se potencia con algoritmos que personalizan contenidos, asistentes virtuales que facilitan la navegación y herramientas de verificación que buscan contrarrestar la desinformación.

La historia de la televisión refleja la evolución tecnológica y cultural de la humanidad. Ha sido testigo y protagonista de los grandes hitos del siglo XX y XXI: desde la llegada del hombre a la Luna en 1969 hasta las transmisiones globales de crisis sanitarias, elecciones y fenómenos culturales. En América Latina, la televisión ha tenido un papel central en la construcción de identidad colectiva, con telenovelas, noticieros y programas que marcaron generaciones.

En la actualidad, su papel se redefine en un ecosistema mediático marcado por la digitalización, la convergencia de plataformas y la lucha contra la desinformación. La televisión ya no compite únicamente con otros canales tradicionales, sino con redes sociales, plataformas de streaming y contenidos generados por usuarios. Sin embargo, sigue siendo un referente cultural y político, un espacio donde se cruzan la información, el entretenimiento y la memoria colectiva.

Los orígenes de la televisión

La televisión es el resultado de una serie de investigaciones científicas y avances tecnológicos que se desarrollaron a lo largo de varias décadas. Su historia comienza con los experimentos de transmisión de imágenes a distancia, que buscaban combinar los principios de la radio con la capacidad de reproducir imágenes en movimiento. En 1927, el inventor escocés John Logie Baird logró realizar la primera transmisión televisiva en Londres, utilizando un sistema mecánico basado en discos giratorios y tubos de neón. Este acontecimiento marcó el inicio de una nueva era en la comunicación visual, aunque en sus primeras etapas la calidad de la imagen era rudimentaria y el alcance muy limitado.

Durante las décadas de 1930 y 1940, se desarrollaron los primeros aparatos comerciales en Estados Unidos y Europa. Empresas como RCA en Estados Unidos y la BBC en Inglaterra comenzaron a realizar transmisiones experimentales, aunque la televisión seguía siendo un lujo reservado para unos pocos. La Segunda Guerra Mundial interrumpió temporalmente el desarrollo del medio, pero también demostró su potencial como herramienta de propaganda y comunicación masiva.

Tras el conflicto, la televisión experimentó una expansión acelerada. En la década de 1950 se consolidó como el medio masivo por excelencia, desplazando progresivamente a la radio como principal fuente de información y entretenimiento. Los hogares comenzaron a incorporar televisores como parte de su vida cotidiana, y las transmisiones en vivo de eventos políticos, deportivos y culturales transformaron la manera en que las sociedades se relacionaban con el mundo. La televisión se convirtió en un símbolo de modernidad y progreso, y en muchos países fue utilizada como instrumento de cohesión nacional.

En América Latina, la televisión llegó poco después, pero con gran impacto. México y Brasil fueron pioneros en transmisiones regulares durante la década de 1950, con canales que rápidamente se convirtieron en referentes culturales y políticos. En países como Argentina y Chile, la televisión también se expandió en esos años, consolidando una programación que incluía noticieros, telenovelas y programas educativos.

En Bolivia, las primeras emisiones televisivas comenzaron en la década de 1960. Aunque inicialmente limitadas a las principales ciudades, la televisión se convirtió en un espacio central para la vida pública y cultural. Los noticieros locales, las transmisiones deportivas y los programas de entretenimiento marcaron una nueva etapa en la comunicación nacional, acercando a la población a los acontecimientos internacionales y fortaleciendo la identidad cultural del país.

La televisión, en sus orígenes, fue mucho más que un avance tecnológico: representó una transformación social profunda. Permitió que millones de personas compartieran simultáneamente experiencias, imágenes y narrativas, creando un sentido de comunidad global. Desde sus primeras transmisiones experimentales hasta su consolidación como medio masivo, la televisión se convirtió en un espejo de la modernidad y en una herramienta fundamental para la construcción de la opinión pública.

Avances tecnológicos y transformaciones

La televisión ha experimentado una evolución constante desde sus primeras transmisiones en blanco y negro. En sus primeras décadas, la imagen era rudimentaria, con baja definición y limitada a unas pocas horas de programación diaria. Sin embargo, el impacto social fue inmediato: por primera vez, millones de personas podían compartir simultáneamente un mismo acontecimiento, lo que convirtió a la televisión en un fenómeno cultural sin precedentes.

El gran salto tecnológico llegó en los años cincuenta con la introducción de la televisión a color, que revolucionó la experiencia visual y amplió el atractivo del medio. En América Latina, México fue uno de los primeros países en adoptar esta tecnología en 1963, lo que marcó un hito en la región. El color no solo mejoró la calidad estética de las transmisiones, sino que también permitió que la televisión se convirtiera en un espacio más cercano a la realidad, aumentando su influencia en la vida cotidiana.

En las décadas de 1970 y 1980, la llegada de la televisión satelital y por cable transformó radicalmente la oferta de contenidos. Por primera vez, los espectadores tuvieron acceso a una programación internacional diversa, que incluía noticias globales, deportes en vivo y producciones culturales de distintos países. Este avance convirtió a la televisión en un espacio de globalización cultural, donde las fronteras nacionales se diluían frente a la transmisión simultánea de eventos mundiales.

Posteriormente, la televisión digital introdujo mejoras sustanciales en la calidad de imagen y sonido, además de nuevas posibilidades de interactividad. La digitalización permitió la multiplicación de canales, la transmisión en alta definición y la incorporación de servicios adicionales como guías electrónicas de programación y subtítulos automáticos. Este cambio marcó el inicio de una televisión más participativa y adaptada a las necesidades del espectador.

Con la llegada del siglo XXI, la televisión entró en una nueva etapa con la alta definición (HD) y el auge del streaming. Plataformas como Netflix, YouTube y más tarde Disney+ y Amazon Prime Video transformaron el consumo audiovisual, integrando la televisión con internet y ofreciendo contenidos bajo demanda. El espectador dejó de depender de horarios fijos y pudo elegir qué ver, cuándo y dónde, lo que modificó profundamente los hábitos de consumo.

Hoy, los televisores inteligentes representan la culminación de esta evolución. Estos dispositivos permiten acceder a aplicaciones, redes sociales y contenidos personalizados mediante algoritmos que analizan los hábitos de consumo. La televisión ya no es un aparato aislado, sino un dispositivo conectado que forma parte de un ecosistema digital global. Su función se ha expandido: además de transmitir programas tradicionales, se ha convertido en un centro multimedia que integra videojuegos, plataformas de streaming, videollamadas y hasta herramientas de inteligencia artificial que recomiendan contenidos o asisten en la navegación.

La transformación tecnológica de la televisión no solo ha cambiado la forma de consumir contenidos, sino también su papel en la sociedad. De ser un medio unidireccional y pasivo, ha pasado a ser un espacio interactivo, global y personalizado, capaz de adaptarse a las exigencias de un mundo hiperconectado.

La televisión como fenómeno cultural y político

Más allá de los avances técnicos, la televisión se consolidó como un fenómeno cultural y político que transformó la vida social en el siglo XX y XXI. Su capacidad de llegar simultáneamente a millones de personas la convirtió en un espacio de construcción de identidad colectiva y en un instrumento de poder sin precedentes.

En América Latina, la televisión tuvo un impacto cultural profundo. Las telenovelas se convirtieron en uno de los productos más representativos de la región, marcando generaciones y exportándose a otros continentes como parte de la identidad cultural latinoamericana. Producciones mexicanas, brasileñas y colombianas no solo entretuvieron, sino que también transmitieron valores, imaginarios sociales y debates sobre temas como la familia, la moral y la política. La televisión, en este sentido, fue un vehículo de difusión cultural que trascendió fronteras.

Los noticieros televisivos desempeñaron un papel central en la construcción de la opinión pública. En muchos países, se convirtieron en instrumentos de poder político, capaces de influir en elecciones, legitimar gobiernos o cuestionar regímenes. La televisión fue utilizada tanto para informar como para manipular, y su credibilidad se convirtió en un recurso estratégico en la disputa por el poder. En dictaduras latinoamericanas, la televisión fue controlada como herramienta de propaganda, mientras que en democracias emergentes se convirtió en un espacio de pluralidad y debate.

La televisión también ha sido escenario de grandes eventos históricos que marcaron la memoria colectiva. La llegada del hombre a la Luna en 1969 fue transmitida en vivo y vista por millones de personas alrededor del mundo, consolidando la televisión como el medio privilegiado para compartir hitos globales. Los mundiales de fútbol, especialmente en América Latina, se transformaron en rituales televisivos que unieron a sociedades enteras frente a la pantalla. Las crisis políticas y sociales, como golpes de Estado, protestas masivas o transiciones democráticas, fueron narradas y vividas a través de la televisión, convirtiéndola en testigo y protagonista de la historia. Incluso las catástrofes naturales, como terremotos, inundaciones o incendios, adquirieron una dimensión colectiva gracias a la cobertura televisiva, que permitió a las sociedades compartir el dolor y la solidaridad.

La televisión, en este sentido, no solo transmitió imágenes: creó símbolos, narrativas y emociones compartidas. Fue un espacio de identidad colectiva donde las sociedades se reconocieron a sí mismas y construyeron imaginarios comunes. Desde las telenovelas que marcaron la cultura popular hasta los noticieros que moldearon la política, la televisión se convirtió en un espejo de la vida social y en un actor central en la historia contemporánea.

La televisión en tiempos de inteligencia artificial

En 2025, la televisión enfrenta un reto inédito: convivir con la inteligencia artificial (IA). Este fenómeno no es marginal, sino estructural, pues la IA se ha integrado en casi todas las etapas de la producción y distribución televisiva. Hoy, los sistemas automatizados son capaces de generar guiones, subtítulos automáticos, doblajes multilingües e incluso presentadores virtuales, que imitan la voz y los gestos humanos con sorprendente realismo. Estas innovaciones han reducido costos de producción y acelerado los tiempos de emisión, pero también han abierto debates sobre la autenticidad y la sustitución del trabajo humano en el ámbito audiovisual.

La televisión se ha convertido en un medio híbrido, que combina la transmisión tradicional con plataformas digitales y redes sociales. Los noticieros televisivos ya no se limitan a la pantalla del televisor: se transmiten simultáneamente en YouTube, Facebook, TikTok y aplicaciones móviles, alcanzando audiencias globales y diversificadas. Los espectadores, por su parte, han dejado de ser receptores pasivos. Ahora comentan, comparten y cuestionan la información en tiempo real, generando un ecosistema participativo que transforma la relación entre medios y audiencias. La televisión, en este sentido, se ha convertido en un espacio de interacción social más que en un canal unidireccional.

La irrupción de la IA plantea oportunidades y riesgos. Por un lado, la inteligencia artificial ayuda a verificar contenidos y detectar falsificaciones, como los deepfakes, que manipulan imágenes y audios con gran realismo. Herramientas de análisis algorítmico permiten identificar alteraciones en videos y audios, fortaleciendo la credibilidad de los noticieros televisivos. Además, la IA facilita la personalización de la oferta televisiva, recomendando programas según los hábitos de consumo del espectador y ampliando la diversidad de contenidos disponibles.

Por otro lado, la misma IA puede ser utilizada para producir desinformación a gran escala. La creación de imágenes, audios y videos falsos con apariencia realista complica la labor periodística y amenaza la confianza pública en los medios. En un contexto de polarización política y crisis de credibilidad, la televisión corre el riesgo de convertirse en vehículo de manipulación si no se establecen mecanismos éticos y regulatorios claros.

En este escenario, la televisión debe reforzar su ética profesional y su responsabilidad social. La verificación rigurosa de fuentes, la transparencia en los procesos de producción y la diferenciación clara entre información y opinión se vuelven indispensables. La televisión no solo debe adaptarse tecnológicamente, sino también redefinir su papel como garante de verdad en un ecosistema saturado de información y desinformación.

La televisión en tiempos de inteligencia artificial es, por tanto, un medio en transformación. Ya no se trata únicamente de transmitir imágenes y sonidos, sino de gestionar un flujo constante de datos, algoritmos y narrativas que moldean la percepción social. Su desafío es doble: aprovechar las oportunidades que ofrece la IA para mejorar la calidad y accesibilidad de los contenidos, y al mismo tiempo resistir los riesgos de manipulación y pérdida de credibilidad que esta misma tecnología puede generar.

Libertad de expresión y ética periodística

La televisión, desde sus orígenes, ha sido un espacio privilegiado para el ejercicio de la libertad de expresión. Su capacidad de llegar a millones de personas simultáneamente la convirtió en un medio central para difundir ideas, opiniones y noticias. Sin embargo, este poder también ha planteado dilemas éticos que se han intensificado en la era digital y, más aún, en tiempos de inteligencia artificial.

Uno de los principales desafíos es la presión por la inmediatez. La televisión, especialmente en sus noticieros, compite con redes sociales y plataformas digitales que difunden información en tiempo real. Esta carrera por ser el primero en transmitir una noticia puede derivar en errores, falta de verificación y la reproducción de rumores. La ética periodística exige que la rapidez nunca sustituya a la rigurosidad, pero en la práctica, la tensión entre inmediatez y veracidad es constante.

Otro dilema es la frontera difusa entre información y propaganda. En muchos países, la televisión ha sido utilizada como instrumento político, ya sea por gobiernos que controlan los medios o por intereses económicos que condicionan la programación. La ética periodística demanda distinguir claramente entre noticia y opinión, entre información objetiva y contenido publicitario o propagandístico. Sin embargo, esta separación no siempre es evidente para el espectador, lo que genera desconfianza y erosiona la credibilidad del medio.

En tiempos de inteligencia artificial, los retos se multiplican. La IA permite automatizar procesos de producción y verificación, pero también puede ser utilizada para manipular contenidos. Los deepfakes y audios falsificados representan una amenaza directa a la verdad informativa. La televisión, como medio de referencia, tiene la responsabilidad de implementar herramientas de detección y verificación, pero también de educar a las audiencias sobre los riesgos de la manipulación digital.

La ética periodística se convierte en un pilar fundamental. Verificar fuentes, evitar la manipulación y mantener la transparencia son principios que deben reforzarse en la televisión contemporánea. Esto implica no solo aplicar protocolos internos de verificación, sino también asumir un compromiso social: informar con responsabilidad, contextualizar los hechos y reconocer errores cuando ocurren.

La libertad de expresión, por su parte, debe ser defendida en un contexto donde la desinformación amenaza la convivencia democrática. La televisión tiene el deber de garantizar espacios plurales y de proteger la diversidad de voces, evitando caer en censura o en monopolios informativos. En este sentido, la ética periodística y la libertad de expresión no son conceptos aislados, sino dimensiones complementarias que sostienen la credibilidad y la legitimidad del medio televisivo.

En conclusión, la televisión en tiempos de inteligencia artificial enfrenta un escenario complejo: debe adaptarse a la velocidad de la era digital, resistir la manipulación tecnológica y reafirmar su compromiso con la verdad y la pluralidad. Solo así podrá seguir siendo un espacio clave para el ejercicio de la libertad de expresión y un referente ético en la construcción de la opinión pública.

Televisión y fake news en la era digital

La televisión, que durante décadas fue considerada el medio más confiable para la transmisión de información, ya no es inmune al fenómeno de las fake news. La expansión de las redes sociales y la velocidad con la que circulan rumores y contenidos manipulados han generado un nuevo escenario en el que los noticieros televisivos se ven expuestos a replicar información falsa antes de que pueda ser verificada. Este fenómeno pone en evidencia la vulnerabilidad de la televisión frente a la desinformación digital y plantea un reto directo a su credibilidad.

En Colombia, un caso emblemático fue la circulación de rumores sobre la supuesta evacuación en helicóptero de magistrados de la Corte Suprema de Justicia durante protestas ciudadanas. La noticia, originada en redes sociales, fue replicada por medios televisivos antes de ser desmentida, mostrando cómo la presión por la inmediatez puede llevar a errores graves en la cobertura informativa.

En Bolivia, investigaciones periodísticas han revelado la existencia de portales digitales “fantasma” financiados por gobiernos locales, que producían contenidos favorables a determinadas gestiones políticas. Estos materiales, difundidos inicialmente en redes sociales, terminaron siendo amplificados en televisión, lo que demuestra cómo la desinformación puede infiltrarse en los medios tradicionales y convertirse en parte del discurso público.

A nivel global, las falsas muertes de artistas o líderes sociales se han convertido en un ejemplo recurrente de cómo las fake news atraviesan plataformas digitales y llegan a noticieros televisivos. El caso del cantautor español José Luis Perales en 2023, quien tuvo que desmentir públicamente su supuesta muerte difundida en portales y redes sociales, es ilustrativo de cómo la televisión puede convertirse en vehículo involuntario de rumores virales.

La televisión enfrenta así un dilema estructural: su rol como medio de referencia se ve amenazado por la rapidez y la viralidad de las redes sociales. Los periodistas televisivos deben verificar constantemente la información que circula en entornos digitales, pero la presión por competir con la inmediatez de Twitter, Facebook o TikTok los expone a replicar contenidos sin la rigurosidad necesaria.

Además, la aparición de tecnologías como la inteligencia artificial generativa ha sofisticado la producción de desinformación. Los deepfakes —videos falsos que imitan voces y rostros con gran realismo— representan un riesgo directo para la televisión, que puede difundirlos sin detectar su falsedad. Esto plantea la necesidad de incorporar herramientas tecnológicas avanzadas de verificación y de reforzar la ética periodística en la era digital.

La televisión, por tanto, ya no puede considerarse un espacio aislado de las dinámicas de desinformación. Su credibilidad depende de su capacidad para resistir la presión de la inmediatez, diferenciar entre información y rumor, y educar a las audiencias sobre los riesgos de las fake news. En la era digital, la televisión debe reinventarse como un medio que no solo transmite contenidos, sino que también actúa como barrera contra la manipulación informativa, reafirmando su papel como garante de verdad en un ecosistema saturado de datos falsos.

Iniciativas de resistencia

La televisión, consciente de su vulnerabilidad frente a la desinformación, ha buscado adaptarse y resistir mediante diversas estrategias. Una de las más relevantes ha sido la integración de unidades de fact-checking en los noticieros, que permiten verificar en tiempo real la información que circula en redes sociales y otros medios digitales antes de ser transmitida. Estas unidades no solo corrigen errores, sino que también educan a las audiencias sobre cómo identificar contenidos falsos, fortaleciendo la credibilidad del medio.

Asimismo, se han establecido alianzas con plataformas digitales como Google, Meta y Twitter/X, que ofrecen herramientas de verificación y rastreo de contenidos virales. Estas colaboraciones permiten que los medios televisivos contrasten información con bases de datos globales y utilicen sistemas de búsqueda inversa de imágenes y videos para detectar manipulaciones. La televisión, en este sentido, se convierte en un puente entre la información tradicional y las dinámicas digitales contemporáneas.

Otra iniciativa clave ha sido la alfabetización mediática, impulsada tanto por medios televisivos como por organizaciones civiles y académicas. Campañas educativas enseñan a los ciudadanos a diferenciar entre información verificada y rumores, a reconocer titulares engañosos y a cuestionar las fuentes de las noticias. Este esfuerzo busca empoderar a las audiencias, transformándolas en actores críticos capaces de resistir la manipulación informativa.

En América Latina, han surgido proyectos pioneros que trabajan en colaboración con la televisión para desmentir rumores y fortalecer la credibilidad:

  • Chequeado (Argentina): reconocido internacionalmente por su metodología rigurosa de verificación, ha colaborado con noticieros televisivos para desmentir afirmaciones políticas y sociales.
  • Colombiacheck (Colombia): especializado en verificar discursos públicos y contenidos virales, ha trabajado con medios televisivos para frenar la propagación de noticias falsas en contextos electorales y de seguridad.
  • Bolivia Verifica (Bolivia): ha identificado y desmentido cientos de contenidos falsos difundidos en redes sociales, muchos de los cuales fueron replicados en televisión. Su trabajo ha sido fundamental para fortalecer la credibilidad de los noticieros en un contexto de alta polarización política.

Estas iniciativas muestran que la resistencia frente a la desinformación existe, pero también evidencian que requiere más apoyo institucional y social para ser efectiva. La televisión, por sí sola, no puede enfrentar la magnitud del problema. Es necesario que gobiernos, universidades, organizaciones civiles y plataformas digitales trabajen de manera conjunta para crear un ecosistema informativo más transparente y confiable.

La lucha contra la desinformación, por tanto, no es únicamente una tarea técnica, sino también cultural y política. Implica recuperar la confianza en los medios, reforzar la ética periodística y promover una ciudadanía crítica capaz de distinguir entre verdad y manipulación. La televisión, como medio histórico de referencia, tiene la oportunidad de liderar este proceso, adaptándose a los tiempos de la inteligencia artificial y reafirmando su papel como garante de la verdad en la esfera pública.

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