O piensa este que porque le amarran los zapatos, lo aman. Esos, los vanidosos, son los que mejor cuelgan como monigotes de las plazas. Pero esta enfermedad de poder, el vicio que apabulla a los mandamases de Bolivia, no tiene cura. Siempre queda la fuga, y siempre hay espacio en el mundo para que los orates malformados y esquizofrénicos que pasaron por el poder puedan disfrutar del latrocinio. Pero a veces la suerte es otra. La suerte que es grela, a decir de Discépolo. Pero, ni eso creo, porque para disfrutar no se necesita lo suntuario sino aquello que no pesa en oro y se llama imaginación. Eso no solo les falta, no lo tienen y son incapaces de lograrlo. Linera se desvive por parecer imaginativo, brillante, y es un patán de feria, uno de los tristes saltimbanquis que retrató Picasso; pobre, lleno de trauma y complejo. Suple las ausencias con un sentido netamente plebeyo del arribismo. Desea ser vampiro, lo necesita, mas mientras carezca de lo esencial, que son cabeza y corazón, permanecerá en el comercio. Qué otra le queda que un puesto en el mercado.
Si hay Evo para largo, la historia dirá. Los términos de esta en Bolivia no son ortodoxos porque ese pueblo no lo es. Inviable, según Bolívar; cuestionable; irascible; sumiso y cabrón. Pueblo difícil que no garantiza ni estadía ni vida a nadie. Que hasta el Tata Belzu, supuestamente ídolo popular, terminó mal, y no hubo llanto que lo llorase ni plebe que lo extrañara. No veo por qué Morales diferiría de Belzu. Que es más rico que él, seguro; y más ambicioso, a no dudar. Pero el río seco que corre por las yermas calles del occidente boliviano es el mismo, poco ha cambiado. Y la muerte pues no necesita cambiarse de vestido. Para tremenda labor a nadie le interesa su apariencia; eluden su presencia y poco importa si anda desmañada o en cueros. Se teme a su guadaña, cuyo filo es a prueba de dictadores y semidioses. Siega parejo. Ya lo propuso José Guadalupe Posada, que debajo de la carne, por importante que sea, hay una calavera poco singular: se parece a todas. Y antes que él Hans Holbein, y antes hasta el hombre primitivo, el que según Rudyard Kipling no se ha marchado y pervive, supo que en la muerte se desvanecen las diferencias. Nadie podría decir que el cráneo de Melgarejo expuesto sea el suyo, porque todo lo externo se ha perdido, lo que nos individualiza y marca. Después ya es costal de papas, cuenta en el ábaco y listo. O la cabeza de Evo Morales discrepa de esta colectivización prosaica de la muerte. Claro que no, puede terminar siendo una “ñatita” más, con velas en la cabezota que hasta la urdiembre habrá perdido.
Cuanto más gregarios se sienten, cuando el escozor les salta del escroto a la garganta, Evo Morales y el ñusto Álvaro García Linera, están más solos. La billetiza que acumula el vicepresidente de poco le ha de servir, que sus billetes no alcanzaron ni para redactar (no crear) un patético versillo de amor. Qué falta hace Quevedo en esta tierra para burla de la arrogancia y la estupidez. Palacetes, whiskeys azules, poleras del neofascismo, nada ni nadie les ha de servir. Ni imitar a la Falange y creerse José Antonio, que a aquel le dieron por el culo como merecía y se lo darán a este también.
Texto grosero, señor escritor, dirán, o el pelagatos de Molina intentará ser sentencioso mientras eructa por el ano. Poco importa. Aquí el tiempo ha alcanzado límites donde el decoro se ha perdido. Y si es todo vale, que valga así. Ya lo dije una vez, recordando al maestro José Alfredo Jiménez, que la vida en Guanajuato no vale nada, y menos en La Paz.