Aunque existe una furtiva controversia historiográfica sobre la fecha y la ubicación del primer grito libertador de la América del Sur, y a pesar de que los que se dedican al estudio de los hechos ocurridos en la entonces Audiencia de Charcas no se avengan en si el hito se produjo bajo el mando de Pedro Domingo Murillo o de Bernardo Monteagudo, de todas maneras, a poco de celebrarse el bicentenario de la independencia de Bolivia, aquella parece ya ser una disputa cada vez más orientada a desaparecer, pues por lo menos desde mi percepción, y ante los grandes desafíos que hacia adelante debe resolver el país, ese ya no es más que un detalle.
Y es que en un siglo, del que ya casi un cuarto ha transcurrido, Bolivia viene enfrentando problemas desde diferentes frentes que obligan a centrar la atención por lo menos desde el lado de la sociedad civil; en consecuencia, nada edificante sería cuestionar, con altas posibilidades de cometer injusticias, en que si fue el 25 de mayo o el 16 de julio de 1809 cuando fue inaugurada la guerra de independencia. En la actual coyuntura de por lo menos quince años, ello representaría incorrecto.
Un país con un modelo económico según muchos agotado (yo diría siempre equivocado), que se ve obligado a vender sus reservas en oro, cuyo mar de gas prácticamente se secó, cuyo aparato productivo entró en una recesión alarmante frente al monstruoso aparato burocrático, un país cuyos gobernantes tienen el hábito de apropiarse de bienes públicos, que tiene trancas para todo emprendimiento privado y cuyas entidades financieras dan la insólita posibilidad de créditos millonarios con la sola garantía de la licuadora y la waflera, con intestinas luchas políticas que no suelen ser por posiciones ideológicas, sino por únicamente el poder y varios inquietantes etcéteras, un país así no permite estar pensando sobre si los guerrilleros de La Paz fueron los protomártires o si ese honor lo merecen sus colegas de Chuquisaca.
Con esos antecedentes, poco importa debatir sobre asuntos que no resuelven problemas del presente, pero los hechos son los hechos. El levantamiento del 25 de mayo de 1809 fue, al menos en apariencia, una airada protesta contra la invasión francesa a la metrópoli que veía caer a Fernando VII por obra de José Bonaparte; la constitución de la Junta Tuitiva y su proclama contundente respecto a la sublevación contra el conquistador y la decisión de romper las cadenas que entonces nos ataban a él, en cambio, fueron inequívoca señal de grito libertador.
Sintetizando: estamos viviendo una crisis económica y moral que no puede permitir la discusión sobre la preeminencia de las gestas libertadoras de La Paz y Chuquisaca de 1809. Ambas, de cualquier forma, fueron determinantes en la independencia de toda la América hispana. La gloria de los Murillo, Jaén, Sagárnaga y todos los mártires, no está ni puede estar supeditada a ningún desacuerdo histórico, máxime si Monteagudo, Zudañez y otros fueron el referente más visible, sin duda, para que los libertadores colombianos finalmente bajaran desde las cálidas tierras de la Nueva Granada y, desafiando los rigores de un medio, contexto y clima desconocidos para ellos, sometieran al enemigo en la batalla final del “rincón de los muertos” (Ayacucho), que dio casi inmediato nacimiento a la República de Bolivia.
Estamos en puertas de rememorar un nuevo aniversario de la revolución de Chuquisaca del 25 de mayo de 1809, pero ante la inminencia de un colapso económico, ante las reiteradas versiones autorizadas de que los aportes que hoy tiene en su poder la Gestora de pensiones han de ser la caja chica del gobierno, ante la implementación de más de una treintena de fábricas dependientes del Estado, que son una carga pesada para el propio Estado, no interesa si el centinela de La Paz, el coloso Illimani, fue testigo del primer grito libertador, o si el Churuquella y el Sica Sica fueron espectadores silentes de la heroica insurgencia primigenia de los rebeldes. La Universidad Mayor, Real y Pontificia San Francisco Xavier ciertamente fue la fuente del pensamiento libertario. Por eso Sucre hoy exuda historia. Y así como no hay consenso respecto a la fecha exacta de fundación de la capital de la república, el primer movimiento insurgente de América poco importa que haya sido en La Paz o haya tenido escenario en la entonces capital de la Real Audiencia de Charcas. Los problemas acuciantes por los que un despilfarro estremecedor que sufrimos a partir de 2006 (incluyendo el gobierno de Áñez) nos debe llevar a la reflexión, más bien, de cómo salimos de este hoyo en que hemos caído.
Augusto Vera Riveros es jurista y escritor