De: Franco Gamboa Rocabado / Para Inmediaciones
Introducción
La condena de Gonzalo Sánchez de Lozada (abril de 2018) por la Corte de Fort Lauderdale en los Estados Unidos, durante un juicio civil debido a ejecuciones extra judiciales durante su caída en octubre de 2003, exige una reflexión profunda sobre los alcances y destrucción de un tipo de liderazgo que Sánchez de Lozada impulsó desde que fue elegido presidente entre 1993 y 1997. Y es que todavía existen un remolino de contradicciones y dudas para comprender en su real dimensión la caída de Gonzalo Sánchez de Lozada el 17 de octubre del año 2003.
A pesar de haber dirigido el Estado con relativo éxito durante su primer gobierno de 1993, súbitamente todo se desmoronó porque su estilo de liderazgo mostró un serio agotamiento y el control de su propio partido fue víctima de tensiones internas que hicieron muy difícil el dominio coherente de la coalición de gobierno en la segunda administración presidencial, que comenzó con muchas expectativas en agosto de 2002. ¿Dónde están las raíces del hundimiento luego de mostrar la imagen de un reformista esclarecido desde 1990? ¿Cómo explicar que cuando Sánchez de Lozada asumiera con absoluta contundencia el mando del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), su energía política duraría solamente diez años?
Una vez que Sánchez de Lozada reemplazara al histórico Víctor Paz Estenssoro como líder del MNR en 1990, el caudillismo consubstancial a la cultura política en Bolivia reinsertó un nuevo culto a la personalidad y del apócope de Gonzalo: Goni, sobrenombre con que todos sus acólitos lo llamaban, se desgajó la denominación de una supuesta doctrina reformista: el gonismo, estandarte electoral y adjetivo que bautizaba a los nuevos dirigentes del MNR[1]. Los gonistas constituían una nueva tendencia de renovación que desplazaba a la doctrina histórica del nacionalismo revolucionario nacido en la década de los años cuarenta en el siglo XX. El gonismo se alineó también con el neoliberalismo económico y la presencia del empresariado privado en la política boliviana que declaraba abiertamente su deseo de convertirse en una elite destinada a controlar el poder.
La victoria lograda por el MNR en junio de 1993 con 35,6% de la votación nacional era, sin lugar a dudas, el símbolo de un éxito personal y de una sólida legitimidad. No sólo hizo brotar rencores disimulados en sus adversarios, sino también la sorpresa y esperanzas de gran parte de la sociedad civil, sobre todo de aquellos intelectuales y militantes de izquierda que después de haber perdido la brújula de la revolución fueron cooptados fácilmente por la doctrina del gonismo con el objetivo de llevar en alto las banderas del ajuste estructural de segunda generación, que para el caso de Bolivia tal segunda generación giraba alrededor de lo siguiente: nuevas capacidades institucionales, alivio a la pobreza, participación y rendición de cuentas, establecimiento de un sistema regulatorio, efectividad de gobierno, reglas de juego claras para atraer inversiones externas y privatización de empresas importantes[2]. Sánchez de Lozada convenció con su proyecto de gobierno durante la campaña de 1993 y terminó llevando adelante su famoso Plan de Todos con total holgura.
El treinta y cinco por ciento del total de los votos en la elección presidencial de 1993, fue el caudal electoral que acorazó al MNR con la mayoría absoluta: 69 representantes en todo el Congreso (17 senadores y 52 diputados); sin embargo, esta mayoría parlamentaria, por sí misma, no representaba el único aval para la implementación de las reformas gonistas, sino que debe agregarse la legitimidad internacional que le permitió financiar tranquilamente el Plan de Todos. Tanto la Reforma Educativa, como la Ley de Participación Popular y la Capitalización de empresas estatales fueron ampliamente solventadas y apoyadas febrilmente por los organismos multilaterales cuyos planes para aplicar reformas liberales de segunda fase después de los ajustes macroeconómicos en 1985, también coincidían con los planes de Sánchez de Lozada[3].
El control parlamentario en 1993 tuvo un excedente más, pues el MNR logró un pacto de gobernabilidad con dos fuerzas políticas, en ese entonces importantes en el país: el Movimiento Bolivia Libre de Antonio Araníbar (MBL) y Unidad Cívica Solidaridad de Max Fernádez (UCS). ¿Por qué no pudo el MNR convertirse en un partido hegemónico, capaz de generar un poder absoluto similar al del Partido Revolucionario Institucional (PRI) mexicano? ¿De qué manera el liderazgo de Gonzalo Sánchez de Lozada terminó destruyendo los viejos códigos ideológicos y las visiones del nacionalismo revolucionario como tendencia histórica y política en Bolivia? ¿Cuáles fueron los contrapesos para limitar las tentaciones del poder total que frenaron al MNR y cuál el contexto socio-cultural que no pudo ser influenciado por las reformas gonistas?
Para las elecciones generales del año 2002, la candidatura de Sánchez de Lozada junto con Carlos D. Mesa Gisbert como Vicepresidente solamente lograron 22,5% de la votación nacional, lo cual obligó a conformar una coalición de gobierno sumamente grande y dispersa; es decir, esta vez ya no existía un Plan de Todos o programa de gobierno innovador que permitiera el liderazgo incuestionable de Goni como presidente transformador o, por lo menos, como proposición alternativa para remontar las crisis de gobernabilidad provenientes de la guerra del agua en la ciudad de Cochabamba y los conflictos del movimiento sin tierra que se arrastraban del período anterior durante las gestiones presidenciales de Hugo Banzer y Jorge Quiroga entre 1997 y 2002.
Ni mayores reformas ni mejores planteamientos, sino solamente una ambición personalista por regresar al poder fue lo que caracterizó a Sánchez de Lozada que lideró una campaña internacional para desprestigiar a Banzer por su incapacidad de optimizar las reformas estructurales y por guiar una coalición de gobierno amorfa y fragmentada; sin embargo, una vez que Goni fue elegido presidente en agosto de 2002 cayó en similar desgracia porque sus aliados de gobierno como el Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR), Unidad Cívica Solidaridad (UCS) y Nueva Fuerza Republicana (NFR) se repartieron de tal forma el aparato estatal que se hizo impensable la posibilidad de producir y administrar un conjunto de políticas públicas coherentes, pues cada partido caminó por su lado buscando réditos de corto plazo, fracturando una orientación clara y un mandato presidencial sólido.
El reto del gonismo fue simplemente detener la súbita irrupción del Movimiento Al Socialismo (MAS) con Evo Morales a la cabeza que terminó como el segundo candidato presidencial más votado en agosto de 2002; en este sentido, el posicionamiento de Sánchez de Lozada nació atrapado por la necesidad de impedir, a toda costa, el ascenso al poder del líder cocalero, antes que por una voluntad para articular un gobierno capaz de profundizar políticas importantes y ya establecidas como la Reforma Educativa, tremendamente cuestionada desde 1999; la Participación Popular, que para Goni no significaba la posibilidad de una mayor descentralización para el país y tampoco la conexión con gobiernos regionales autónomos como se plantearía después el año 2004; finalmente, su propia Capitalización desencadenó una tenaz oposición porque la comercialización de los yacimientos de gas cayó en un agujero de oscuridad y favoritismos hacia las empresas multinacionales, frente a una nueva ubicación de grandes sectores de la opinión pública que defendían la nacionalización de los hidrocarburos.
Este ensayo analiza los circuitos políticos por donde se desplazó el gonismo cuya vida fue de exactamente diez años. Subió al poder en 1993, su partido perdió las elecciones presidenciales de 1997, como oposición padeció de una seria debilidad constructiva y, finalmente, ganó nuevamente las elecciones generales del año 2002 pero terminó cayendo en el despeñadero del autoritarismo, de la falta de visión tolerante y, como una especie de embrujo maldito, Sánchez de Lozada y el MNR cosecharon lo que se había sembrado desde la revolución histórica de 1952; tal revolución fue capaz de destruir el viejo orden pero sin crear un verdadero Estado democrático; la revolución social del año 1952 atacó las estructuras enmohecidas de la sociedad boliviana pero no produjo, ni en lo social ni en lo económico, una sociedad nueva; la revolución económica que el gonismo quiso instaurar embelezando a los medios de comunicación y a muchos intelectuales, trató de acelerar la modernización del país a partir de una serie de políticas neoliberales pero no consiguió un verdadero desarrollo económico, no creó un vasto mercado interno y prosiguió con la corrupción, una gangrena que, junto a la violencia en la ciudad de El Alto, encendió protestas masivas hasta echarlo del poder en octubre de 2003[4].
El camino hacia el poder
La figura de Sánchez de Lozada nació y se desarrolló en un entorno plenamente democrático. El proceso político que tuvo lugar en Bolivia desde 1985 permitió al MNR ser un actor central en las negociaciones para articular gobiernos de coalición, de tal manera que el gonismo transmitió la idea de un liderazgo capaz de otorgar estabilidad al sistema, facilitar la implantación de consensos políticos y emitir signos de renovación para lo cual su acento inglés y mal uso del lenguaje español le dieron un toque pintoresco que hábilmente fue explotado como una novedad dentro de los medios de comunicación. A esto se suma que Goni estuvo convencido de considerar a las elecciones como una excepcional salvaguardia y el procedimiento mejor dispuesto para definir los límites y la titularidad del poder; en un comienzo Sánchez de Lozada fue efectivamente un líder demócrata pero quedó derrotado por su propia soberbia, anteponiendo egoísmos personales a costa de dejar intactas las raíces de la desigualdad en Bolivia para privilegiar solamente a los hombres poderosos de su entorno; mentalidad mezquina que demostró ser ineficaz para mantenerlo en el poder y convertirlo en un estadista de verdadera cepa liberal[5].
Todos los partidos políticos, el sindicalismo y los grupos de presión de la sociedad civil, asumieron nuevas formas de hacer política, dejando atrás concepciones violentas de la misma porque todavía tenían legitimidad las condiciones de gobernabilidad y democracia pactada entre las principales fuerzas con posibilidades de llegar al poder. En este sentido, Sánchez de Lozada aprovechó el uso de la política, no como un escenario de guerra, sino como el tablado para la persuasión-manipulación y la permanente negociación, lo cual llevó a hacer uso de los llamados articuladores políticos donde sacaron la cabeza Carlos Sánchez Berzaín, apodado el zorro y Guillermo, Chacho, Justiniano; ambos recursos: negociación y manipulación, fueron los mecanismos más aptos para la incursión de Goni en el poder, de tal manera que el gonismo ingresó al sistema político dotándose de los mejores medios para influir dentro de la electoralización política y, por lo tanto, generó todas las circunstancias que entronizaron a la razón pragmática como el objetivo primordial para conquistar aliados o deshacerse de competidores incómodos dentro y fuera del partido[6].
Este pragmatismo fue utilizado con maestría, tanto por el MNR como por el Movimiento Revolucionario Tupac Katari de Liberación (MRTKL). La presencia de Víctor Hugo Cárdenas como candidato en la fórmula del MNR en 1993 fue la expresión de una estrategia que ya no ponía en marcha intereses absolutos e irreconciliables, sino razones electorales acompañadas de una buena porción de cálculos para maximizar resultados con los menores esfuerzos o, en su caso, para minimizar pérdidas y maximizar logros en condiciones adversas[7].
El MNR acaudillado por Gonzalo Sánchez de Lozada, dejó atrás para siempre la hiper-ideologización de la vieja guardia del partido; es decir, clausuró políticamente los últimos estertores del nacionalismo revolucionario, al mismo tiempo que persuadió a la sociedad de la posibilidad de combinar ajuste económico y modernización liberal, justicia social y desarrollo humano, privatización de sectores estratégicos de la economía y capitalización de beneficios que, supuestamente, llegarían a cada ciudadano mayor de 18 años; al mismo tiempo, la suerte del gonismo no fue echada en las elecciones presidenciales de 1993, sino en la convención movimientista de 1990, año en el que se eligió a Goni como el nuevo jefe nacional del partido y donde emergió un relevo generacional: el gonismo se impuso sobre el movimientismo. Con las nuevas líneas liberales establecidas para junio del año 1993, tenían muy poco que decir los viejos comodines como Walter Guevara Arze, Ñuflo Chávez Ortiz, Pérez Alcalá, Alfredo Franco Guachalla, Luis Antezana Ergueta, Álvaro Pérez del Castillo, Walter Costas Badani, Lidia Gueiler o Ciro Humbolt.
El nuevo estilo de convencer en política tuvo en Sánchez de Lozada a un símbolo partidario cuya oratoria se vio signada por el sentido del humor, la concisión en las propuestas del Plan de Todos y los cuestionamientos a la izquierda boliviana que cayó en la trampa del espíritu modernizador del gonismo dejándose absorber y convirtiéndose en un nuevo grupo de fieles impolutos. El gonismo rompió así con el dramatismo y la monumentalidad del discurso político tradicional; sus mensajes poco politizados y desideologizados, se complementaron con un equipo de asesores de formación tecnocrática que guardaba semejanzas con lo ya hecho por Paz Estenssoro durante su último gobierno en 1985. El colofón de la razón pragmática gonista en el MNR rezaba así: gobierno con el MNR y aun a pesar del MNR que archivaba sus posiciones nacionalistas para asumir una identidad americanizada. Sánchez de Lozada fue siempre una personalidad arrogante que despreciaba Bolivia, frente a la cual buscaba liderar un proceso que lo beneficie a él y su entorno. Esta característica lo identifica hasta el día de hoy como un líder de casta oligárquica pero con ínfulas de modernidad que con sus millones, nunca pudo aportar por una verdadera transformación estatal que lo encumbre como un reformador de verdadera valía.
La ausencia de hegemonía
Una serie de notas de prensa y augurios parcializados en favor del MNR entre 1993 y 1996, advirtieron sobre la posibilidad de que este partido se convierta en una fuerza política dotada de un proyecto hegemónico de largo aliento; mucho más después de que el MNR logró ganar en ocho de las nueve capitales de departamento en las elecciones municipales de diciembre de 1993 porque concentró el 34,5% de la votación nacional, un rotundo triunfo que luego se desvanecería para las municipales del año 2004 cayendo al 6,7%. De todos modos, al aprobar sus principales leyes, Sánchez de Lozada empezó a soñar con la posibilidad de prorrogarse como dominador del juego de reformas y, en este sentido, el gonismo se tiñó de una mentalidad presuntuosa que lindaba con la tentación de un predominio absoluto pues había comprado un gran número de los corazones de periodistas, elites intelectuales y empresarios.
La realidad fue más contundente que cualquier delirio y el gonismo no pudo convertir al MNR en un partido que recorriera los mismos caminos que el PRI mexicano. Esto no era posible por tres razones:
- Primero, debido al comportamiento electoral inestable de la ciudadanía; hoy existe una fuerte desideologización en la política lo cual hace que las fuerzas partidarias gocen de un estado gelatinoso que impide la cristalización masiva de lealtades y afiliaciones partidistas, este fenómeno muestra a una población electoral flotante y una lógica del interés clientelista en buena parte de los votantes, haciéndose difícil que un solo partido arrastre victorias fenomenales y consecutivas en las elecciones presidenciales a lo largo del tiempo[8].
- Segundo, no hubo un proyecto explícitamente hegemónico en el Plan de Todos.
- Tercero, las características peculiares del sistema político boliviano tienen una tendencia donde solamente concurren mayorías relativas en el ámbito parlamentario; por lo tanto, es un sistema que no produce la hegemonía política de un partido, ni siquiera de una coalición de fuerzas partidarias. Los pactos de gobernabilidad siempre han sido muy volubles y se disolvieron fácilmente cuando terminaron diferentes períodos presidenciales.
Aunque algunos sectores de la oposición que venían de Conciencia de Patria (Condepa) elevaron un grito de desesperación cuando criticaron la Ley de Participación Popular planteada por Sánchez de Lozada, no fue factible un dominio hegemónico, sino que muchos se confundieron, cegados por la ira, al pensar que la política de municipalización ejecutada por el gobierno gonista podía extender un control total del MNR hacia las bases de la sociedad, espacio donde tendría lugar un imaginario renacimiento de los viejos comandos movimientistas. Si bien el MNR y su alianza de gobernabilidad se convirtieron en un centro articulador de la política boliviana, éste fue un resultado lógico de todo el proceso electoral de 1993; la alianza MNR-MRTKL consiguió 36 por ciento de los votos, de manera que, en relación con la votación de los partidos restantes, era evidente que todas las alianzas y negociaciones para capturar la mayoría congresal tenían que girar alrededor del MNR.
De cualquier manera, nunca hubo una aspiración hegemónica del gonismo a partir del Plan de Todos que solamente funcionó como un proyecto de gobierno. La hegemonía constituye una cadena total de legitimación, capaz de abarcar muchas dimensiones de la vida colectiva, un verdadero equilibrio entre las acciones del Estado para imponer su autoridad y coerción, y donde la sociedad civil cree firmemente en la eficacia de las instituciones y en la dirección definida por los líderes políticos que detentan el poder. Así, se desemboca en un aparato de hegemonía centrado en las elites que mandan, desde donde brota toda una visión de país y de nación como un pacto general de dominación destinado hacia el largo tiempo[9]. En todo caso, la única hegemonía implantada en Bolivia fue aquella inyectada por el Consenso de Washington; es decir, el peso de las políticas de mercado bajo el control de los organismos financieros multilaterales[10].
Ahora bien, una vez tomadas las riendas del gobierno, la alianza MNR-MRTKL reclutó un personal burocrático-estatal donde coexistió una mezcolanza bastante heterogénea de tecnócratas relacionados con Maestrías para el Desarrollo, un programa de postgrado instalado en la Universidad Católica Boliviana, funcionarios identificados con tendencias comunistas obsoletas, pasando por socialistas dubitativos y llegando, inclusive, hasta indianistas que postulaban volver a las formas políticas y sociales de organización de los ayllus andinos, especialmente en la Secretaría Nacional de Participación Popular. El gonismo simplemente consiguió convertirse en el centro umbilical que articuló las demandas y algunos temas centrales que, en aquel entonces, tenían efervescencia en la política boliviana.
La teoría del partido predominante en la escena política al estilo del PRI permite afirmar que una vanguardia partidaria puede imponer, por la vía estatal, un proyecto político de dominación. El Plan de Todos no era lo suficientemente consistente en todos los flancos de su estructura por lo que estuvo fuera de lugar hablar del MNR como un prototipo liberal del PRI en los años noventa; los éxitos del MNR residieron en la dramaturgia ante los medios de comunicación y las relaciones públicas porque sus dirigentes mostraron una singular viveza criolla para vender una imagen modernizadora a la comunidad internacional, tanto desde el ámbito gubernamental como desde el escenario de instituciones privadas productoras de ideas como la Fundación Milenio, propiedad del gonismo; por lo tanto, “las reformas del periodo 1993-1997 se destacaron en el fondo por su modestia (como la Ley de Participación Popular, que es un estatuto de municipalización) o por su carácter enrevesado y sospechoso (como la privatización de las grandes empresas estatales, que significó la venta de las mismas por la mitad del precio a empresarios de dudosa solvencia)”[11]. Todo esto se ejecutó con la aquiescencia de conocidos intelectuales de izquierda y aquellos cabecillas autodenominados progresistas que fueron cooptados con mucho dinero por el gobierno del MNR y encabezados claramente por Carlos D. Mesa Gisbert quien fuera luego Vicepresidente de Sánchez de Lozada en agosto de 2002, abandonándolo en circunstancias trágicas y turbias el 13 de octubre de 2003.
La fuerza de la coalición MNR-MRTKL en el escenario parlamentario no se tradujo en una energía de gobierno; es decir, en cierta capacidad de decisión dentro del marco de un tiempo apropiado porque el gonismo demostró una lentitud impresionante para tomar decisiones y acelerar ciertos cambios; su propia agenda de capitalización se quedó corta al no poder vender la empresa de Fundición Metalúrgica Vinto y casi fracasar la capitalización del Lloyd Aéreo Boliviano (LAB)[12]. El potencial de rendimiento gubernamental fue afectado por la propia reestructuración del Poder Ejecutivo que, en un principio, dio la impresión de introducir mayor coordinación y racionalización para la toma de decisiones; la concentración del poder fue tal que no aumentaron los niveles de coherencia, eficacia y efectividad porque solamente tres Superministerios se atragantaron con la potestad acumulada como Desarrollo Humano, Desarrollo Sostenible y Capitalización sin conseguir delegar funciones a los secretarios y subsecretarios; es más, inclusive el propio Sánchez de Lozada, debido a su fuerte autoridad política dentro del gabinete, centralizó todas las atribuciones bloqueándose el desenvolvimiento de una actuación más eficiente, justamente por un exceso de personalismo, lo cual hizo que todas sus reformas se desgastaran como el árbol de la higuera que no florece pero produce algunos frutos dulces; es decir, mientras se suministren créditos internacionales[13].
La Inversión Extranjera Directa (IED) fue auspiciosa durante el régimen de Sánchez de Lozada que aprovechó las favorables reglas de juego marcadas por la Ley de Inversiones y Capitalización, lo cual convirtió a Bolivia en el país andino que más inversión de capital extranjero recibió entre 1990 y 1998 (ver Cuadro 1). Sin embargo, dichas inversiones se orientaron especialmente hacia la explotación de materias primas como petróleo, gas, minerales y el usufructo de servicios, sin fortalecer la exportación de productos bolivianos con valor agregado. En todo caso, para algunos analistas económicos, los enormes volúmenes de capital externo no son buenos síntomas de desarrollo en los países pobres, sino la señal de una terrible debilidad en los mercados financieros y de capitales; el dinero fácil se transforma así en un lastre que perjudica al mayor dinamismo del comercio externo y la inserción más estratégica en los mercados, tanto de la región latinoamericana como del resto del mundo[14].
Cuadro 1. Flujos de Inversión Extranjero Directa como Porcentaje del PIB
País | 1960-1974 | 1975-1989 | 1990-1998 |
Bolivia | -1,3% | 0,4% | 4,6% |
Perú | 0,1% | 0,3% | 3,1% |
Venezuela | -0,5% | 0,1% | 2,5% |
Ecuador | 1,4% | 0,5% | 2,5% |
Colombia | 0,5% | 0,9% | 2,4% |
Argentina | 0,2% | 0,4% | 2,2% |
Brasil | 0,6% | 0,6% | 1,2% |
Chile | -0,2% | 0,6% | 5,1% |
México | 0,6% | 0,8% | 2,3% |
Uruguay | 0,0% | 0,6% | 0,5% |
Fuente: Banco Mundial, Indicadores del Desarrollo Mundial, 2000.
Los créditos internacionales para financiar la Reforma Educativa y Participación Popular junto con la inversión extranjera, tropezaron con el eterno patrimonialismo estatal, de tal manera que el gonismo estuvo imposibilitado de modernizar el Estado, entendiendo a la modernización como una racionalización; es decir, la definición clara de medios y fines, los mismos que, a su vez, están adecuados con los objetivos y metas planteados por el programa de gobierno pero Sánchez de Lozada se contentó con la llegada feliz de recursos frescos sin dirigir la orientación lúcida de competencias y funciones en los ministerios. Hubo profusión de muchos reyes chiquitos y faltó coordinación solvente, lo cual no condujo al aumento de la eficiencia en las políticas públicas[15].
Los ministerios se manejaron como feudos de la coalición gobernante y el trabajo tendió a ser disperso y heterogéneo sin construir un Estado con alta capacidad normativa, es decir, legislativa, y con potestad de hacer cumplir las leyes que se dictaron en el campo económico. Si bien el Estado comandado por el gonismo fijó algunas pautas básicas para el desarrollo de la economía no tuvo la conciencia para redistribuir los beneficios del proceso económico.
En la medida en que nuestro sistema de gobierno es un presidencialismo parlamentarizado donde el Congreso posee la atribución de elegir al Presidente de la República y la legitimidad de éste proviene de los acuerdos y coaliciones parlamentarias, dicho sistema conduce a una gobernabilidad que está sujeta al fortalecimiento del parlamentarismo[16]; sin embargo, el gonismo hizo que sus famosas leyes de Reforma Educativa, Participación Popular y Capitalización sean impuestas sin una reflexión detenida y un análisis sobre sus riesgos y requerimientos en función de los intereses de largo plazo para el país. Todas las reformas fueron aprobadas por imposición, incluso valiéndose de un estado de sitio en 1995 y, por lo tanto, el Poder Ejecutivo pasó por encima del Legislativo aprovechándose de su mayoría parlamentaria.
El Parlamento nunca estuvo a la altura de las exigencias políticas y fue despreciado por el gonismo que se deleitó con la superflua lógica de litigio en que terminaban las discusiones para analizar la Ley de Capitalización, siendo muy evidente que el Congreso no podía dar pasos contundentes dentro de la modernización del Estado para acompañar las reformas y careciendo, al mismo tiempo, de la capacidad de modernizarse a sí mismo.
En consecuencia, los asesores de la Fundación Milenio y del entorno de Sánchez de Lozada concluyeron que el Ejecutivo tenía la misión de asumir iniciativas para forzar sus planes; sin embargo, cuando solamente el Poder Ejecutivo se encargaba de conducir todas las riendas del poder al observar que el Congreso actuaba de manera débil y poco imaginativa dentro de la legislación, el proceso gonista dio lugar a en una peligrosa asimetría para el proceso democrático que exacerbó el dominio del Poder Ejecutivo para opacar al Legislativo, desigualdad que se mantiene hasta nuestros días y no es una coincidencia que su Vicepresidente Carlos D. Mesa Gisbert, quien reemplazó a Sánchez de Lozada en el poder cuando éste dimitió, actuara con el mismo desdén, esforzándose por desprestigiar y anular al Congreso Nacional entre enero de 2004 y mayo de 2005. El Parlamento tiene el deber constitucional de complementar y conciliar iniciativas claves para el funcionamiento del Estado y la democracia, porque su función legislativa es más que la mera fiscalización; algo que el gonismo siempre descartó[17].
El comienzo de las dudas
Cuando se afirma que la democracia significa una certeza en las normas e incertidumbre en los resultados, las fuerzas políticas se encuentran en el terreno de la indeterminación, del azar y la casualidad; es decir, existe un conjunto legítimo de reglas de juego que norman las conductas partidarias otorgando una institucionalidad sólida y confiable al sistema político democrático pero donde el simple gusto y sabor de los partidos, así como las ciegas ansias del poder, deben someterse fielmente a los resultados inciertos al final de las elecciones. Así se impone la soberanía de la ley que declara posible el recambio pacífico de un gobierno (nacional o municipal) por los votos de la mayoría; en este sentido, cualquier elección es, en gran medida, una especie de Juicio Final.
Esta situación se impuso, como un balde de agua fría, sobre el MNR a través de los resultados municipales de diciembre de 1995. Perdió las elecciones en ocho de las nueve capitales de departamento; algo similar le ocurrió en el ámbito rural donde la posición más expectable era el segundo lugar; por ejemplo, sólo ganó en dos provincias tarijeñas: Méndez y O’Connor, mientras que no pudo imponerse en ninguna provincia de Pando, obteniendo también resultados insubstanciales en las provincias de Potosí y Cochabamba. En las principales ciudades obtuvo solamente 23 concejales, mientras que en 1993 vencía como la primera fuerza nacional al ganar en ocho capitales con un caudal de 391.029 votos, cifra que representaba 46 concejales en las capitales de departamento.
Las elecciones municipales de 1995 mostraron a un MNR todavía popular ante los ojos de los intelectuales de la gobernabilidad, aunque convertido en un partido sin vocación hegemónica, o con ansias de una hegemonía, pero sin rostro. Su máquina partidaria había fallado en la organización de campañas para las capitales de departamento y en la promoción de liderazgos regionales; la deficiencia fundamental fue la falta de un jefe de partido en ejercicio con el suficiente tiempo para seguir de cerca una estrategia electoral y con la capacidad para concertar los enfrentamientos entre algunos dirigentes de la elite política al interior del MNR.
En aquel entonces, Sánchez de Lozada era, al mismo tiempo, jefe nacional en ejercicio de su partido y presidente del país; sin embargo, su liderazgo centralista y autoritario no pudo involucrarse completamente en la dirección política de los procesos electorales. Desde la expulsión de Eudoro Galindo, las pugnas internas entre Carlos Sánchez Berzaín, Germán Quiroga, Edil Sandóval, Guillermo Bedregal, Guillermo Richter y el propio Juan Carlos Durán, mostraron que era imprescindible la presencia de un jefe conciliador que pueda, mediante un trabajo permanente, convocar a la unidad buscando también compromisos con dirigentes medios y bajos en función de la renovación partidaria para el fortalecimiento de nuevas figuras; sin embargo, el gonismo se negó a abrir originales espacios para fichas alternativas de liderazgo.
El voto castigo por las promesas incumplidas de los 500 mil empleos, no representaba una explicación del todo valedera. Las razones se encontraban al interior del propio gonismo. El MNR, que llegó al poder promoviendo el liderazgo del binomio Sánchez de Lozada-Víctor Hugo Cárdenas, revelaba en diciembre de 1995 que no tuvo tiempo de gobernar para la modernización interna; es decir, no pudo reproducir otros líderes –propios y no de alquiler– que se proyecten hacia la conquista de 311 noveles municipios puestos en juego en aquellas elecciones municipales; un esfuerzo descomunal para cualquier partido, pero también una prueba de fuego que trataba de llegar hasta el último nervio del cuerpo humano nacional, lo cual exigía flexibilidad, democratización auténtica y un permanente proceso de autocrítica para aprender de los errores.
La puesta en marcha de los cambios gonistas no estuvo acompañada de centenares de rostros movimientistas que den la cara en función de construir liderazgos alrededor de las reformas. Líderes que convenzan, seduzcan, convoquen y, sobre todo, movilicen mediante un agotador trabajo bien capacitado; por el contrario, fueron notorias las figuras conflictivas y perturbadoras que promovieron buena parte de las hostilidades con la opinión pública y distintos sectores sociales; es el caso del maquiavélico Sánchez Berzaín, la imagen sospechosa de Germán Quiroga, la retahíla de sofismas con Guillermo Bedregal o las poses de figurín en Guillermo Justiniano y Fernando Illanes.
Los resultados electorales también evidenciaron que los partidos políticos competían en un mercado abierto de ideas y opciones, donde hubo una distribución desigual de recursos políticos sin una inclinación básica, permanente y preestablecida hacia alguno de ellos; por lo tanto, la desacumulación electoral del MNR y el gonismo conllevaron, efectivamente, a una desacumulación política con miras a las elecciones presidenciales de 1997. ¿Quiénes serían los líderes presidenciables?, ¿cuál su viabilidad?, ¿cómo hacer que el partido movilice alternativas creíbles y rostros confiables? El ritmo propio que adquirieron los más de 300 municipios con la Participación Popular, así como las asambleas departamentales, fueron hechos políticos fundamentales que destruyeron las viejas lógicas de bunker y aparatos privilegiados de las elites partidarias, sea en el MNR o en cualquier otra organización política.
La renuncia de Blattmann y el choque entre liderazgos
La renuncia de René Blattmann, ex Ministro de Justicia de Sánchez de Lozada, como aspirante presidencial del MNR en febrero de 1997, dio mucha tela para cortar sobre la confrontación entre lo que se denominó gonismo contra movimientismo. El sorpresivo alejamiento de Blattmann después de haber funcionado apenas veintidós días como candidato, marcó la controversia acerca de la viabilidad y aceptación real que tienen los candidatos independientes dentro de las estructuras partidarias de cualquier sigla política. El tropezón del MNR pudo haber afectado a cualquier otro partido en Bolivia. Sin embargo, el fenómeno Blattmann mostró el núcleo de lo que son las tensiones, a veces irreconciliables, entre el liderazgo del político profesional y el liderazgo del político independiente, si es que a éste le cabe –y lo convence– el calificativo de político.
El gonismo había elegido a Blattmann porque parecía ser el más apto para ocultar las insuficiencias y cola de paja del partido. Además, tenía cierto prestigio al vender la imagen de un abogado que hizo algo por terminar con la retardación de justicia en el país. Al mismo tiempo, la no realización de una convención nacional movimientista a finales de 1996, hizo que Sánchez de Lozada conceda una bendición unilateral para lanzar a Blattmann sin un consenso unificador al interior de todo el MNR. Todo resultó siendo un revés porque el flamante candidato independiente se negaba a capitalizar las virtudes del paquete de reformas gonistas, posiblemente por incapacidad para aguantar los esfuerzos de una campaña electoral, siendo muy sorprendente ver cómo un elegido de Sánchez de Lozada podía darse el lujo de rechazar la postulación y negarse a ser identificado con los supuestos cambios trascendentales.
Para los asesores de campaña todo estaba dispuesto y, ciertamente, resultaba inexplicable que Blattmann renuncie a las posibilidades de llegar al poder y seguir canalizando las ofertas de financiamiento externo; de esta forma, el gonismo se desmoronó desde su interior, mostrando que sus reformas no fueron lo suficientemente internalizadas por uno de sus mismos protagonistas como un conjunto de transformaciones posibles y deseables para Bolivia. El razonamiento vulgar de los operadores políticos y sus frías actitudes instrumentales terminaron por espantar a Blattmann, forzando la elección de otra ficha política, aún sabiendo que podían quedar en ridículo ante la opinión pública en pleno proceso electoral, como realmente sucedió.
Los problemas fueron más allá de un error de cálculo cometido por el MNR, pues la candidatura independiente expresó los síntomas de incomodidad con la política ya que Blattmann, en un abrir y cerrar de ojos, se desentendió de su liderazgo; asimismo, el abandono indicaba que el gonismo no conseguía mantener una linealidad de mando y manipulación sobre sus propuestas, las instrucciones partidarias y el control de su candidato. ¿El liderazgo político independiente fue otra mala creación del gonismo o el indicio de que Sánchez de Lozada no tuvo nunca el control total de su propio partido? El prestigio de las reformas importó muy poco porque predominaron las tácticas reduccionistas y rencillas entre personalidades pues la cúpula del MNR intentó, en múltiples ocasiones, contrarrestar el estilo de Goni tratando de politizar todas las relaciones con el Presidente, exigiendo la movimientización del aparato estatal y buscando imponer la lógica del poder; estas actitudes tenían, además, un objetivo fundamental: aniquilar el ascenso de las pretensiones independientes dentro del partido[18].
El gonismo buscó evaporar las condiciones estrictamente políticas de sus colaboradores, desvinculando a sus independientes de toda regulación partidaria; es más, Goni creyó en los independientes por el carisma profesional y tecnocrático sin buscar ninguna relación con la profesión de político ya que, teóricamente, el liderazgo independiente de Blattmann iba a transmitir las dotes de su oficio respectivo: abogado justiciero. En este sentido, se dio por sentado que el líder independiente, precisamente porque tenía carisma en su profesión, tendría también las suficientes guirnaldas de trigo limpio para convertirse en un personaje público y saltar así a la política, sobre todo si se gozaba del aval con que Goni protegió a algunos independientes.
La línea dura de los burócratas del MNR, expresada en Guillermo Bedregal, Juan Carlos Durán, Edil Sandóval y Germán Quiroga, consideraba que el liderazgo del político profesional debía ser, ante todo, el eje central y una prerrogativa partidaria, negándose a aceptar que al independiente le baste con haber sido cantante o cómico popular, juez conspicuo o deportista brillante para transformarse en líder político. Blattmann reveló el conflicto entre la ética de los principios del independiente moralista –que junto con una estrategia de campaña, iba a vender las bondades populistas del gonismo– y la ética de los privilegios para el conjunto de políticos profesionales del MNR, sin asumir nunca nuevas visiones de modernización, un programa de gobierno que corrija los desaciertos de las reformas gonistas o planteamientos sobre “mecanismos deliberativos y consultivos para construir compromisos y consensos sobre las políticas de Estado de largo plazo”[19]; es decir estrategias institucionales que necesitaba el país en función de perfeccionar las condiciones de la gobernabilidad democrática.
El fracasó del MNR en las elecciones de 1997
Los resultados electorales de julio de 1997 pusieron al MNR contra la pared y bloquearon todas sus aspiraciones de continuar con un liderazgo que le permita proseguir con las reformas gonistas. El MNR fracasó, tanto en los albores para la selección de candidatos presidenciales, como en su estrategia de campaña, impregnada de una polarización ineficaz y con un programa de gobierno carente de identidad; no ganó en ningún departamento de Bolivia, mientras que en 1993 había triunfado en ocho; las elecciones presidenciales de 1997 lo arrinconaron hacia el segundo lugar en cuatro departamentos de los nueve y apareció en el tercer puesto a nivel nacional en cuanto a número de parlamentarios.
Las pugnas internas terminaron por crear condiciones preelectorales inciertas desde la renuncia de René Blattmann, lo cual encendió la mecha para una profunda crisis de legitimidad del partido ante la sociedad. El MNR no pudo convencer al país que las reformas gonistas eran suficientes para reproducirse en el poder; las candidaturas de Juan Carlos Durán y Percy Fernández jamás pudieron personificar el carisma y representatividad que tuvo el binomio Sánchez de Lozada-Víctor Hugo Cárdenas.
Por otra parte, la gestión gubernamental del MNR entre 1993 y 1997 estuvo, inevitablemente, signada por una personalización del poder en el Presidente de la República. Este hecho ensombreció la posibilidad de encontrar un sólido candidato que reemplazara la imagen de Sánchez de Lozada para las elecciones presidenciales. La personalización del éxito en la aplicación de las reformas y en la conducción partidaria del MNR, conformaron una caja de resonancia donde todo crujido emanaba de la imagen y convergía en el liderazgo de Goni.
La incertidumbre ante el temor de no saber cómo sustituir al líder y asegurar la continuidad en el gobierno después de 1997, se convirtió en una pesadilla infernal para la cúpula y los mandos medios del MNR. Ya desde 1995 nadie sabía cómo fabricar un nuevo candidato que tuviera los perfiles gonistas. Las sombras de la personalización pronto se trastrocaron en fantasmas, acabando por fracturar el sentido corporativo del partido y acentuando la división; mientras el movimientismo intentaba conducir la maquinaria partidaria en función de la victoria en las elecciones presidenciales, el gonismo tenía como principal horizonte de visibilidad la aplicación final de los reglamentos que necesitaba la Ley de Capitalización; sin embargo, gonismo y movimientismo no pudieron romper el cerco tendido por la individualidad de Sánchez de Lozada que se había convertido en Yo, el supremo, herencia mesiánica que se arrastraba desde Víctor Paz Estenssoro.
Cuando Paz Estenssoro dejó la jefatura oficial del partido en 1990, los medios de comunicación dictaminaban la sentencia después de mí el diluvio, aludiendo al desconcierto en que caería el MNR para superar el atávico patriarcalismo en la conducción política. Nadie intuyó que aquella sentencia iba a sellar la suerte del propio Goni para 1997. La presunta modernización del MNR en absoluto cimentó sus propias condiciones de renovación quedando anquilosada bajo el sello de una estructura incapaz de ir más allá del jefe que gobierna el rumbo de las elites partidarias[20].
El primer subjefe del partido, Guillermo Bedregal, criticó a Sánchez de Lozada acusándolo de haber abandonado al partido por dedicarse exclusivamente a los asuntos del Estado; para Bedregal y su entorno palaciego, Goni jamás debió haber funcionado como jefe nacional del MNR y Presidente de la República simultáneamente. Pero, inclusive con Bedregal en la jefatura nacional en ejercicio, el MNR tampoco hubiera podido escapar de la personalización del poder ligada al liderazgo de Goni como encarnación del espíritu reformista.
Si bien la cúpula movimientista reconocía que Blattmann poseía una imagen representativa, se resistía a apoyarlo como un líder del partido, por lo que su candidatura fue bloqueada apenas se empezó a diseñar la campaña presidencial. El movimientismo quedó, entonces, aturdido ante dos alternativas: prorrogar el mandato presidencial de Goni como lo propuso el senador Guillermo Richter, o incorporar un candidato de repuesto que nacía ungido en el calor del tradicionalismo movimientista. Así prevaleció Juan Carlos Durán que puso en práctica una estrategia de campaña mecánica: hacer que la sociedad boliviana se identifique con las reformas ejecutadas durante la administración de Sánchez de Lozada y, por ende, lograr que la población también se identifique con el MNR.
El carácter de la candidatura de Durán nació del conflicto intra-partidario, mientras que la imagen de Goni en 1989 y 1993 recorrió un camino inverso: brotó del consenso. Goni tuvo una eficaz capacidad para crear su propia historia, escrita en los pasillos del gabinete económico y del Ministerio de Planeamiento de Paz Estenssoro. Este espacio configuró en Sánchez de Lozada una vocación para crear y gestionar instituciones estatales, simbolizando un modelo de concertación, eficiencia y representatividad. Sánchez de Lozada fue la desembocadura remozada del proceso de recambio histórico que tuvo el viejo nacionalismo revolucionario entre 1985 y 1989[21].
Juan Carlos Durán, en cambio, estaba anclado en una raíz diferente. Venía de los entresijos del Parlamento, un ámbito estrictamente político, de negociación perversa de lealtades partidarias, acostumbrado a los aquelarres, negociaciones secretas y enfrentamientos, igual que su gestión como Ministro del Interior en el último gobierno de Víctor Paz. Durán no pudo contrarrestar el estigma de líder político de segundo orden con el que fue visto por algunos sectores de la sociedad.
Es posible que el descalabro del MNR en 1997 tuviera mucho que ver con esta génesis diferente de liderazgo. Goni provino del escenario moderno de la economía y las elites empresariales, llegando a constituir una personalidad atractiva para la sociedad y el sistema político, mientras que Juan Carlos Durán no pudo aparecer como un líder que uniera al partido y fuera más allá del gonismo, pues su candidatura fue percibida como tradicional y sujeta a las rancias prácticas en el ejercicio de la política.
Durante la campaña, Juan Carlos Durán intentó mostrar la figura de un auténtico representante de las reformas estatales implantadas por el gobierno, electoralizó el Bono Sol, una renta para los ciudadanos de la tercera edad, polarizando en extremo el enfrentamiento con el ex presidente Jaime Paz, candidato del MIR; nada de esto sirvió para obtener un buen resultado electoral ni formar un cogobierno junto al ganador de las elecciones, Hugo Banzer. Fue una ilusión, o un exceso de arrogancia, pensar que algunos sectores de la población iban a convertir, de hecho, su apoyo a las reformas en un sostén electoral para el MNR[22].
El carácter representativo de la candidatura de Juan Carlos Durán dependía de la efectividad gubernativa del MNR, de la provisión de resultados muy concretos pero, al mismo tiempo, estaba condicionado, como toda actuación electoral, por la interpretación de cambiantes e inestables estados de ánimo de la sociedad. La candidatura de Durán no se dio cuenta que existe un inevitable divorcio entre la aplicación de políticas públicas y reformas estatales que Goni llevó adelante, y la cultura política de los ciudadanos.
El MNR creyó que podía traducir en torrente electoral algunos éxitos de la administración gubernamental pero tropezó con dos obstáculos:
- Primero, la tendencia de nuestra cultura política que se inclina fuertemente hacia la renovación de gobernantes, apostando así por un recambio de liderazgo y, por lo tanto, reproduciendo el beneficio de la duda contra cualquier candidato.
- Segundo, el autoritarismo de Goni concentró a su alrededor el éxito de las reformas, manteniendo al grueso de su equipo tecnocrático independiente de la estructura partidaria del MNR; esto ocasionó que una parte de las cúpulas movimientistas, entre éstas Juan Carlos Durán, apunten el faro hacia los salones del Poder Legislativo, sin poder, en muchos casos, difundir las reformas logradas o participar en ellas con el objetivo de dirigirse hacia un proyecto político de mayor alcance.
Asumido el fracaso electoral, volvió a hablarse del retorno de Goni para el año 2002. Y así fue, regresó como candidato pero sin articular ni modernizar su partido por medio de un liderazgo democratizador; pasó a la oposición con el fin único de desprestigiar todas las políticas de Banzer en los viajes que Sánchez de Lozada hizo al extranjero, sobre todo a Estados Unidos, sin ser un actor regulador para realizar un seguimiento a sus reformas. Se trató, en definitiva, de la imposibilidad de reconstruir la acción política de Goni que siempre desestimó el reconocimiento de los errores.
Política del avestruz y desprecio del compromiso
Cuando Sánchez de Lozada encabezó la coalición de gobierno para agosto de 2002, no hubo nada innovador porque sus presentaciones públicas fueron la imagen pálida de un estilo incierto y su discurso político estuvo afincado en cuatro ejes fundamentales:
- La evocación de eficiencia empresarial para el manejo de los asuntos públicos y económicos, lo cual hizo que se autocalifique nuevamente como un empresario exitoso que podía revertir las crecientes críticas contra el modelo neoliberal en Bolivia.
- La defensa sin concesiones de las políticas de capitalización que habían ingresado en un interregno de incertidumbre e inercia durante las administraciones de Hugo Banzer y Jorge Quiroga; sin embargo, no ofreció nada para corregir algunas distorsiones, especialmente en lo referido a la explotación de gas natural, resistiéndose a realizar un referéndum sobre el destino de los hidrocarburos que estaban en manos de poderosas empresas multinacionales[23].
- La exigencia de reglas de juego claras, estables e inmediatas para efectivizar las políticas de mercado pero sin proponer acciones destinadas al combate de la desigualdad como eje central para favorecer a los sectores más pobres.
- Las declaraciones si maquillaje para oponerse a la Asamblea Constituyente utilizando las habilidades discursivas de su Vicepresidente, Carlos D. Mesa Gisbert, que se reunió con diferentes sectores para convencerlos de la inviabilidad de tal mecanismo de consulta y deliberación.
En el fondo, la segunda presidencia de Sánchez de Lozada podría ser caracterizada como una práctica para mantener un bajo perfil y cultivar una serie de negociaciones secretas en lo referido a la venta de gas natural por medio del consorcio Pacific LNG. De esta manera, el gonismo se agotó como impulso reformador para adaptarse a una nueva lógica: la política del avestruz; en este sentido, era importante comprender cómo fue posible la evolución de distintas especies a lo largo de millones de años. Muchos animales fueron adaptándose a su medio ambiente, mientras que otros se extinguieron inevitablemente. Algunos mantuvieron una extraña ligazón con su género pero desarrollaron características anatómicas diferentes adoptando habilidades de otras especies. Este es el caso del avestruz, una enorme ave que habita en África y cuyo volumen corporal le ha privado de la capacidad de volar. Sin embargo, su acomodo al ecosistema fue impresionante pues sus enormes patas le permiten correr tan velozmente que el vuelo se revela como algo innecesario.
El problema del avestruz es que, posiblemente, también esté destinado a desaparecer pues tiene limitadas capacidades para enfrentar el peligro. Frente a las amenazas de otros veloces depredadores que quieren comérselo, el avestruz hace una evaluación confusa de sus problemas. Inocentemente cree que evitando ver la dificultad, ésta ha desaparecido. Oculta la cabeza dentro de la tierra sin darse cuenta de que su cuerpo está a merced del perseguidor o que sus bellas plumas abiertamente llaman la atención provocando lo peor, es decir, aquello que el avestruz justamente quería impedir.
Las complicaciones del avestruz muchas veces también contagian al liderazgo político, de tal manera que cuando un líder evalúa sus posibilidades y límites en forma incompleta o desdeñosa, el resultado es una triste analogía: ejercer la política del avestruz. No advertir los problemas en su real dimensión, confundir la política a ejecutar con el instrumento, las exigencias de lo inmediato con el largo plazo, la cáscara con el contenido, minimizar los peligros y no prever costos políticos o económicos. ¿Cómo entender las fallas que ocasionaron el colapso del 12 y 13 de febrero de 2003, las amenazas de conspiración y el anquilosamiento en la reorientación estatal?[24] ¿Por qué hubo un vacío de poder aquel fatídico febrero que culminó con la caída definitiva ocho meses después?
Una hipótesis para explicar la crisis del régimen de Sánchez de Lozada de febrero a octubre de 2003, radica en que el nacimiento de su gobierno descansó estrictamente sobre la coalición MNR-MIR-NFR; es decir, sobre objetivos partidarios de corto plazo y estrategias de gobernabilidad inconclusas, dejando de lado la necesidad imperiosa de proseguir con la reforma del Estado para gobernar por políticas que se conviertan en una actividad normativa en función de evaluar las mejores opciones de solución a los problemas públicos.
La gobernabilidad como acuerdo entre partidos se tornó incapaz de promover el cambio social y tampoco supo conciliar intereses entre el sistema político y los movimientos sociales, ni comprender lo que representa el fortalecimiento de la sociedad civil; típicamente, la gobernabilidad llegó a convertirse en una ramplona política de avestruz. Los pactos de gobernabilidad confundieron la necesidad de obtener estabilidad que favorezca el ejercicio de la presidencia, con un asombroso proceso de neo-patrimonialismo para controlar bancadas parlamentarias e impedir una oposición intransigente proveniente del MAS.
Sin embargo, los pactos nunca se articularon con el diseño de políticas públicas que busquen comprometer responsabilidades hasta obtener los productos de una auténtica modernización política. La gobernabilidad no pudo repensarse en términos de gestión pública, compromiso para el logro de resultados, control social de los grupos afectados por diversas políticas y fijación de castigos indispensables para quienes ejercían el poder al no reconocer que éste tiene prohibiciones[25].
Resultó inconcebible observar cómo las cosas se descontrolaron cuando el gonismo copió la actitud del avestruz: no mirar el contexto global de los problemas, no hacer el esfuerzo por prever desastres, corregir tendencias erróneas, ni superar viejos hábitos que sólo ocasionaron distorsión y necedad. Esconder la cabeza no fue sinónimo de cobardía, sino simplemente aquel torpe momento en que, por arrogancia o sentido de superioridad inexistente, se consideró viable la posibilidad de remontar el peligro.
En el análisis de la política del avestruz se aprecia que éste también tiene facultades sorprendentes como asimilar piedras y hasta desechos de metal. Su poderoso aparato estomacal es capaz de ayudarle a sobrevivir en entornos donde la comida es escasa pudiendo procesar basuras increíbles. El gonismo tuvo que tragarse el vacío de poder pero no pudo digerir los traumas del 12 y 13 de febrero, volvió a tropezar con la misma piedra, no se comprometió con mayores reformas para correr con prontitud, aplicar inteligentemente las políticas, y la gestión pública de su gobierno no fue capaz de superar el elitismo y la megalomanía, una enfermedad profesional muy generalizada en los tecnócratas gonistas.
En medio del cúmulo de dificultades que constriñeron al horizonte político, el gobierno de Sánchez de Lozada menospreció algunas alternativas, una de las cuales era el Sistema de Seguimiento y Evaluación a la Gestión Pública por Resultados (SISER) que funcionaba al interior del Ministerio de la Presidencia[26].
En realidad, el SISER es un Decreto Supremo aprobado por el ex Presidente Jorge Quiroga el año 2001. Nació como parte de Programa de Reforma Institucional (PRI) que buscaba continuar una reforma estatal dirigida a lograr frutos objetivos. Cada ministerio estaba obligado a presentar un pliego de compromisos por resultados y el SISER rastrearía su cumplimiento cuantificando logros. Si algún compromiso no se cumplía, el sistema informático de la Dirección General de Gestión Pública del Viceministerio de Coordinación Gubernamental daría las señales para que se corrijan estancamientos hasta efectivizar lo comprometido.
El gonismo utilizó al SISER como un disfraz para ocultar la fragmentación de la gestión pública porque los partidos de la coalición cooptaron diferentes ministerios sin obedecer ninguna directriz presidencial. La gestión gubernamental se infectó de corrupción que nadie pudo limitar y todo se paralizó sin saber cómo responder, estratégicamente, a cinco problemas:
- Primero, el fraccionamiento del aparato estatal, que quedó bajo el control de diferentes partidos de la coalición, evitó la realización de un proceso eficiente de formulación, monitoreo, evaluación y retroalimentación de las políticas públicas.
- Segundo, el gonismo aún negaba una descentralización de la acción estatal, reproduciendo un Estado piramidal para controlar las prefecturas, que también fueron presa fácil del reparto partidario y la inmovilidad de la gestión pública.
- Tercero, no hubo un desarrollo de capacidades para la administración intergubernamental cuyo objetivo sea conectar al gobierno central con las regiones y municipios.
- Cuarto, el gonismo no visualizó ningún modelo de organización flexible para corregir la burocracia y encarar el cambio continuo.
- Quinto, no se quiso generar un nuevo estilo gerencial público.
Gobernar por políticas no fue una táctica durante la segunda presidencia de Sánchez de Lozada; por el contrario, se fomentó una teoría conspirativa de la sociedad después de la crisis de febrero y ésta, a su turno, alimentó conspiraciones reales que estallaron entre septiembre y octubre de 2003. El fracaso se precipitó sin pensar siquiera en alcanzar una meta sencilla: diseñar y ejecutar políticas públicas consideradas como un sentido común esclarecido y crítico para no provocar influencias perniciosas. Los nuevos tecnócratas y políticos gonistas nunca comprendieron con claridad las políticas públicas como instrumentos para criticar o mejorar el sentido común y, por lo tanto, incumplieron todo lo ofrecido.
De pronto se esfumaron las razones valederas para administrar el poder a través de mecanismos democráticos, dándose lugar al Apocalipsis; de esta manera, se utilizó la represión sin medir las consecuencias futuras durante las protestas en El Alto a partir de agosto de 2003 y el aparato estatal se transformó en una máquina cuya legitimidad se sostuvo solamente con la violencia; el gonismo perdió su imagen democrática porque cuando irrumpe la violencia, lo importante no es el grado de intervención represora, sino las formas, los medios y las salidas concertadas para actuar con verdadera responsabilidad pero, en este caso, el avestruz gonista no pudo reconvertirse y sucumbió por extinción, ingenuidad e irresponsabilidad.
El péndulo desencajado: 2002, cincuenta años de la Revolución Nacional de 1952
La memoria y el recuerdo, dos facultades que nos hacen mirar hacia atrás para comprender mejor nuestra historia o, por el contrario, para forzar el olvido, sobre todo cuando nos obsesionan el temor y la vergüenza de experiencias pasadas que no deseamos volver a repetirlas. Como un péndulo, nuestra conciencia se balancea entre los recuerdos de ayer y la información sobre el presente: claridad, confusión, angustia, rabia y perplejidad se convierten, finalmente, en un torbellino de sensaciones que se desencadenan sin cesar hasta el último de nuestros días.
Al pasar cincuenta años desde la revolución nacional de 1952, este evento significativo persiguió la segunda presidencia de Sánchez de Lozada porque obligó a contrastar, permanentemente, lo que entonces sucedió con los resultados de hoy, con la siembra contemporánea que se reflejaba en el espejo del modelo neoliberal. Obreros y campesinos armados, una vez tuvieron en sus manos la oportunidad de construir un país inédito. Sus sueños no tenían límites como tampoco sus ambiciones de poder. Como un volcán o la velocidad ardiente de un cometa imparable, la revolución otorgaba reforma agraria, nacionalización de minas, voto universal, reforma educativa y un proyecto político que, de golpe y sopetón, devolvía la dignidad a millones abriendo surcos para sembrar la modernización boliviana.
De nada sirve revisar nuestra historia para criticar destructivamente aquellas audaces medidas, cuya legitimidad descansó en los fusiles y el sentido de justicia de aquellas masas que resolvían en las calles, a puñetes o a bala, las deudas pendientes de la oligarquía que había administrado el país como una finca gigantesca. La pobreza, el pongueaje y la destrucción del desprecio de quienes tenían más sobre los que nada tenían, encontraban en la revolución una luz de alivio que, supuestamente, conduciría a una transformación sin parangón hasta ese momento.
Sin embargo, el ensueño duró poco y en el año 2002 Sánchez de Lozada precipitó la necesidad de criticar sin reservas las actitudes de las elites políticas y sindicales que, les guste o no, terminaron por convertir a la revolución en un péndulo desencajado que, hasta la caída del gonismo, ya no tronaba ni sonaba. La revolución inició un proceso que trató de golpear el péndulo hacia delante: crecimiento económico, los albores de una industrialización agresiva, integración territorial y articulación ideológica a través del nacionalismo. Lo que finalmente recogimos como cosecha seca e inservible fue el golpe del mismo péndulo pero esta vez hacia atrás: agresiones militares, ambiciones personales, egoísmos intolerantes, inestabilidad, despilfarro para comprar a transitorios aliados políticos, corrupción y nepotismo, que terminaron por arrojarnos en una crisis irremediable a comienzos de los años 80.
Hoy en día, las condiciones internacionales, políticas e ideológicas han sacudido tanto nuestras raíces que, como una hipocresía de la historia, quienes había acaudillado la revolución desde el poder destruían irreversiblemente todas y cada una de las consecuciones del proyecto desarrollista de 1952. Víctor Paz Estenssoro como iniciador del modelo neoliberal cristalizado en el Decreto Supremo 21060, Hernán Siles Suazo y Juan Lechín Oquendo como actores del proceso anárquico durante el gobierno de la Unidad Democrática y Popular (UDP), veían fracasar o, en todo caso, destruían con sus propias manos a partir de 1985 las expectativas y ambiciones que alguna vez prometían un destino distinto.
Después de cincuenta años, siglo XXI y año 2002, el gonismo confrontaba una Bolivia que todavía era víctima de un encierro indignante en la pobreza, exclusión y retardo económico. Carecía de recursos financieros y humanos propios, era altamente dependiente de la cooperación oficial para el desarrollo y la mayoría de su población veía con escepticismo o desconfianza la posibilidad de superar nuestros problemas en conjunto como una nación sólida.
Cincuenta años de esfuerzo y decepción[27]. Jamás tuvimos una guerra civil prolongada, un conflicto internacional que nos haga víctimas de bloqueos económicos o la tragedia de epidemias devastadoras; nunca nos cayó una bomba atómica como en Japón, tampoco soportamos una secesión como en Corea; no conocemos una explosión demográfica que condene a millones a la inanición como en China. Nada de esto, pero Japón, Corea del Sur, China, Tailandia, Malasia, Vietnam y algunos estados descentralizados dentro de India registran niveles de desarrollo envidiables, crecimiento económico, prosperidad y mayor equidad que Bolivia entre 1960 y los años dos mil. Esto debería hacernos avergonzar por todo el tiempo perdido, la retahíla de mentiras y traiciones en que nos hicieron dormir cientos de Paz Estenssoros, Siles Suazos, Lechines Oquendos y muchos gonistas que todavía amenazan como insectos venenosos en el sistema político y sindical contemporáneo.
Las actuales generaciones constantemente deben estudiar y seguir revisando las consecuencias de la revolución del 52, sus protagonistas, lo que todavía falta por investigar o revelar. Nuestra memoria no debe desfallecer a este respecto: recuerdo y reflexión, ansiedad y responsabilidad, el ritmo del péndulo debe ser re-equilibrado y puesto en su lugar para seguir adelante, aún a pesar de los magros resultados en materia de desarrollo, modernización, dignidad y justicia social en Bolivia; es decir, a pesar de la herencia inerte en que finalmente desembocó aquel experimento revolucionario y que el gonismo intentó olvidar sin siquiera sobrevivir más allá de los diez años. Ideal liberal o espuma superficial sobre aguas estancadas, Sánchez de Lozada se desvaneció en medio de explosiones de furia y violencia impune.
Conclusiones: quiebre en las elites, ¿entonces hacia dónde fue el modelo neoliberal?
Más allá de la clásica oposición entre el modelo neoliberal y las fuerzas disidentes. Más allá de los conflictos con los movimientos sociales o la aparición de partidos políticos anti-sistémicos, en Bolivia existe una crisis, tal vez más grave que la de carácter económico. Se trata de un quiebre en el bloque de poder de las elites dominantes, cuya crisis es la pérdida de un horizonte de largo aliento, junto a una total incertidumbre sobre su futuro papel en el actual modelo de libre mercado. El hundimiento del gonismo revela cómo las elites empresariales ya no son aquella clase social homogénea –por lo menos desde el punto de vista ideológico– que rearticuló su poder y gozó de privilegios desde 1985.
Cuando recordamos los fenómenos más dramáticos en los últimos veinte años de historia política en Bolivia, rápidamente salta a la memoria nuestra transición hacia la democracia en 1982. En realidad, parece ser más correcto indicar que existieron tres transiciones fundamentales. La primera transición fue el paso del autoritarismo militar hacia el gobierno de la UDP, reconociéndose la legitimidad del ex presidente Hernán Siles Suazo. Lo más sobresaliente de este acontecimiento fue que las Fuerzas Armadas quedaron sin la más mínima posibilidad de participación política en el nuevo escenario democrático[28].
La segunda transición se relaciona con la crisis hiperinflacionaria que destruyó a la UDP entre 1982 y 1985, lo cual dio paso a la llegada del Ajuste Estructural con el 21060, enterrándose al viejo capitalismo de Estado que dominó desde 1952. Esta transición económica nos enfrentaba con mayor radicalidad a la economía de mercado, procesos de competitividad mundiales y a la poderosa influencia de instituciones financieras internacionales. La tercera transición fue el desplazamiento de la política de masas y prácticas populistas, hacia la reconstrucción de un nuevo Estado que recupere su autoridad, basándose únicamente en la participación de las elites políticas y empresariales. Éstas habían diseñado el nuevo orden económico del 21060 junto con el pacto de gobernabilidad que sostuvo al gobierno del ex presidente Víctor Paz Estenssoro.
Entre 1981 y 1985, la Confederación de Empresarios Privados de Bolivia (CEPB), con Marcelo Pérez Monasterios, Carlos Calvo y Fernando Illanes como sus figuras más notorias, representaba el principal núcleo doctrinario para las reformas liberales y una reestructuración política dentro de cánones democráticos. Asimismo, David Blanco, Ronald Maclean y Mario Mercado Vaca-Guzmán armarían un grupo compacto al interior de ADN para conectarse con la asesoría económica del estadounidense Jeffrey Sachs. Paralelamente, las elites del MNR con Gonzalo Sánchez de Lozada, Fernando Romero, Fernando Prado, Juan Cariaga, Guillermo Bedregal y Roberto Gisbert, conformarían otro grupo para analizar el alcance y puesta en práctica de las principales medidas de shock.[29]
Aquellas personas llegaron a convertirse en importantes ministros de Estado, además de constituir elementos clave en el mundo de los negocios. Estas elites no sólo lograron la viabilidad política del 21060, sino que se habían unificado en un bloque de poder con homogeneidad ideológica y privilegios, frente a los cuales poco podían hacer los trabajadores agrupados en la Central Obrera Boliviana (COB) o el campesinado de la Central Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB), cuya influencia había sido desterrada del sistema político boliviano.
Si comparamos agosto de 1985 con el período 2005 después de veinte años del modelo neoliberal, se observa que el bloque de poder manifiesta ahora un agotamiento y serias discrepancias. Los enfrentamientos entre Carlos Calvo y Ronald Maclean, entre Jorge Quiroga y distintas fracciones de las élites empresariales en Santa Cruz, o la polarización entre Sánchez de Lozada y su propio partido MNR para burlar el juicio de responsabilidades por la represión en el momento de su derrocamiento, arrastra también a sus viejos socios, siendo afectado el grupo de empresarios leales a Jaime Paz Zamora que conformaron en algún momento la Nueva Mayoría en el MIR y, súbitamente, ven ahora inviable su propia supervivencia porque se marchitó un nuevo consenso de dominación; esta pérdida de consistencia explica plenamente la ruptura del empresario Samuel Doria Medina con Jaime Paz. En todo caso, aquellos ciudadanos actúan de manera aislada, con objetivos coyunturales y con metas cortas en función de las elecciones generales de diciembre de 2005. Así han perdido todo control sobre el horizonte económico de largo plazo para Bolivia porque no existe una versión rejuvenecida del 21060 para el siglo XXI.
La crisis económica hace mucho que tocó a sus puertas develando que las élites empresariales no pueden lograr, ni mayores volúmenes de productividad, generación de empleo, o innovación, ni mayor fortaleza para competir internacionalmente. Las élites no pueden suavizar la intensidad de una economía de mercado donde las tasas de interés y la política monetaria en el sistema financiero están sujetas a la aprobación del Fondo Monetario Internacional (FMI), de manera tal que sufren al ver amenazados algunos de sus privilegios para manipular concesiones en su favor. De pronto, su dependencia financiera saborea también el vinagre de las instituciones internacionales cuyas decisiones constriñen la capacidad de reacción de los empresarios bolivianos, sin siquiera contar con la Capitalización porque su presencia pesa muy poco. El gonismo prefirió a las grandes empresas multinacionales extranjeras.
Actualmente, la participación de Bolivia en el comercio mundial es del 0.0017%; es decir, nada[30]. La caída del gonismo, en el fondo, golpeó tremendamente a las élites quienes no saben qué hacer con el modelo económico imperante. No tienen unidad teórica, pues están carcomidas por la incertidumbre. Una veces afirman que ha llegado el fin de la ortodoxia liberal, como lo expresó el empresario y jefe del nuevo partido Unidad Nacional, Samuel Doria Medina, pero en otras oportunidades tienen que agachar la cabeza para recibir los créditos de la Corporación Andina de Fomento (CAF), cuyo presidente, el boliviano Enrique García, ha expresado sutilmente en muchas ocasiones que no será posible romper las duras condiciones impuestas desde afuera y donde la integración comercial de toda América Latina marcha firme hacia márgenes de competencia más drásticos, caracterizados por la globalización y liberalización progresiva.
Las élites ya no tienen aliados en altas esferas de la academia norteamericana, como en algún momento fueron Richard Musgrave y Jeffrey Sachs, ambos profesores de la Universidad de Harvard. Actualmente, Sachs es uno de los activistas más importantes en Washington DC para aumentar la ayuda económica en favor de la lucha contra el Sida y la erradicación de enfermedades tropicales en África. Esto le permite estar al margen de las desastrosas consecuencias que su consejería generó en Bolivia y Rusia, dos países donde la pobreza galopante, corrupción y el retorno de la inestabilidad política han terminado por ahuyentar a este médico macroeconómico y financiero, cuyo prestigio parece estar mejor protegido si se involucra con campañas masivas de salud, antes que con una reorientación de la economía neoliberal en los países pobres.
El gonismo se agrietó y rompió amenazando con fracturar al bloque de poder de las elites como conjunto, poniendo al descubierto su falta de previsión, su negativa actitud excluyente en veinte años de ajuste, su incapacidad de auto-reforma y su ausencia de compromiso con los intereses nacionales más ecuánimes. Para la sociedad boliviana, el valor fundamental no es el futuro sino el presente; el futuro es un tiempo falso que fue aprovechado por las elites para decirnos que “todavía no era hora” de democratizar recursos, compartir riqueza y superar la pobreza; de esta manera, lo único que consiguió el gonismo fue negar la realidad y negarnos como país. Lo que todos queremos son transformaciones ahora porque el gonismo trató de ofrecernos un futuro incierto a través de sus reformas, favoreciéndose solamente a sí mismo y edificando un presente que acabó encarcelando los verdaderos cambios.
Su condena establece un antecedente vital para la democracia en Bolivia y en toda América Latina. Fue y es responsable por las muertes durante su caída. De nada sirvió la represión y, por lo tanto, Goni deberá aprender que ni sus millones, ni su aparente prestigio están por encima de los derechos humanos y por encima de la ley. La condena en Estados Unidos fue justa, así como necesaria es la reflexión sobre su gobierno que tanto despropósito sembró.