Sagrario García Sanz
Como buena psicóloga que era, ella sabía que la locura no se podía explicar en términos absolutos, sino que lo mejor era dibujar una línea y poner en un extremo la cordura y, en el otro, la locura.
Ese sistema le permitía ubicar a cada uno de sus pacientes en un lugar de esa línea. Unos se encontraban más en el centro, otros con tendencia hacia un extremo y, otros, con tendencia hacia el extremo opuesto. Además, no siempre se mantenían en la misma posición, en función de las circunstancias de cada uno, estos se iban moviendo por esa línea a lo largo de su vida. Por tanto, la locura era algo relativo, relativo a cada persona y a sus circunstancias.
Pero, ¿existía un punto exacto de equilibrio para ella misma? Pues sí, era aquel en el que se posicionaba en cada momento, porque a veces se subía sobre esa línea cual equilibrista, otras veces la utilizaba para saltar a la comba, había ocasiones en que hacía un lazo al estilo del oeste y lo lanzaba al viento, e incluso en otros momentos la recogía y la guardaba en un cajón del que solo ella tenía la llave.
Entonces, llegó el día en el que decidió que estaba demasiado cuerda para un mundo tan sumamente loco o, quizás, demasiado loca para un mundo enfermizamente cuerdo, así que hizo una soga con la delgada línea entre la locura y la cordura, la ató a una viga y se ahorcó. Fue su mayor momento de lucidez.