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La danza del jaguar

Roberto Navia Gabriel

Un jaguar ha llegado a la ciudad para contarle al hombre que su vida es un tormento, que la bala enemiga ha entrado en su bosque para arrancarle los colmillos y la vida entera. Ha llegado a Santa Cruz amparado por Leoni para mirar a los ojos, de frente y sin ira, para pedir que lo salven, para llorar como llora alguien que todos los días soporta el dolor único del corredor de la muerte.

El artista Pedro Ramires se ha metido en la piel del gran felino de América. Ha danzado en el patio del Centro Cultural Plurinacional durante la última noche negra y el cielo que todo lo ve, ha llorado sin que nadie se dé cuenta. La danza del jaguar ha nacido y con ella alguna esperanza ha brillado al son del timbal que Kirtan Korimailla galopó con sus manos pintadas de bosques.

El jaguar apareció encima de una mesa con ruedas en sus patas, un hombre la empujaba hasta el centro del escenario. Uno podía imaginar que el felino estaba en una jaula que iba camino al matadero, al paredón de fusilamiento, al escenario del dolor, al patíbulo que muy pocos quieren saber que existe. Y como en una película que retrocede en el tiempo, el jaguar aparece libre de sus grilletes, de la mano del hombre. Entonces, el felino de América ejecuta esa que puede ser su última danza, envuelto en una banda sonora de un timbal que llora anunciando la presencia de un arma enemiga, de la mafia animal que trafica con colmillos de jaguares destrozando la selva.

El jaguar danza con esmero, cada paso que da, cada movimiento es un mensaje a la humanidad, una palabra desesperada, un pedido de socorro, una bofetada al poder y al pueblo, un arañazo inofensivo por la espalda para que la gente no mire a otro lado cuando cerca de sus oídos detona la bala mortal.

El jaguar gime por momentos, es un quejido que duele. El jaguar también mira en la espesura de la noche negra, negrita sin nada de luna. Su mirada se abre paso apoyada en un bastón que tantea por aquí y por allá. Sus ojos buscan otros ojos que lo están mirando. Encuentra y gime y mira. Su mirada es su última carta de sobrevivencia. Mira a una mujer y la mujer lo mira. Las miradas danzan como una pareja cómplice que se ha prestado una noche de bodas, como dos amigos que sin verse antes se nota que se conocen. El jaguar la invita a entrar en su mundo, la mujer se deja llevar y se pierde en el bosque.

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