Maurizio Bagatin
El cinco de enero del 1978 queda como una fecha histórica para Cecchini.
Ya la noche antes el termómetro marcaba algunos grado bajo cero. Durante las noches de enero, de los eneros que conocimos antes, el frio era autentico y al despertar la capa blanca que cubría los campos desnudos era una capa que parecía metálica. Blanco metálico helado que envolvía los hilitos de hierba sobrevivientes, y el hielo que iba incrustándose en los grifos del agua, en los vidrios de los vehículos, en las ramas de los últimos arboles de moreras.
“La vieja” está quemada, ya no hay invierno a lo largo del callejón que nunca termina. Desde lejos se oyes aun los cantos de hombres y mujeres, desafinados como campanas o llenos de vino, ¡qué importa!, nos hemos ido a la casa contentos también esta noche…
Cuentan que Tolot, el chofer del bus escolar, aquella mañana iba patinando de un borde al otro para conservar el bus en la carretera. Y cuentan también que aquella mañana había pasado por el lugar donde siempre nos recogía, ahí en la pequeña acera del Bar Bagatin, con mucho atraso, demasiado atraso que alentó que nosotros, yo y el Mago, nos volviéramos a nuestras casas.
Iríamos más tarde -al pronunciarse sin timidez el sol- a recolectar ramas secas de los árboles, algunos viejos troncos olvidado para preparar el “Pan & vin” y quemar “la vieja”, la Befana. La noche del 5 de enero seguía siendo una noche especial para el mundo campesino. Mundo pagano y mundo cristiano que se encuentran, sincretismo lleno de leyendas y fascinación y magia, aun mas que la Navidad que se doblegó al consumismo mas despiadado.
Habíamos decidido preparar el “Pan & vin” en el campo donde jugábamos a beisbol, sin saber jugar a este raro deporte yankee, ahí donde nunca nadie lo había hecho y porque eran años que la Epifanía llegaba así, sin el viejo ritual, abandonado y olvidado, mientras en el territorio y en todo el mundo iban cambiando muchas cosas. Quemar el año viejo, comer un pedazo de “pinsa”, mirar a las estrellas en medio de las llamas rojas, amarillas y azules…estar juntos.
Eran los “años de plomo”, escuchábamos los noticieros y las Brigadas Rojas, y los estudiantes, los obreros y el “compromiso histórico”, las fábricas que hervían y las escuelas que estaban en rebelión. A las once de aquella mañana, la del 5 de enero del mil novecientos setenta y ocho fuimos hasta la plaza, en aquel espacio adonde nunca pasaba nada y donde uno se entera siempre de todo, y ahí el nuestro Marketot, el más sudamericano de todos, nos para preguntándonos porque no estábamos aquel día a la escuela. De repente nos salió una respuesta brillante: “¡Ha explotado una bomba en la escuela!”. Pero, es una buena idea, ¿no? Telefonear alarmando con la presencia de una bomba que explotaría al mediodía…dicho hecho…desde la única cabina telefónica del pueblo se va concretizando aquella traviesa idea, la ficha telefónica ya está adentro, y mientras los obreros vuelven a sus casas para el almuerzo se ven volando helicópteros hacia las escuelas de Pasiano…alea iacta est…
Imagen: «La vieja» encima a la pira