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Jesucito bajo un Estado genocida

Hubo cielos despejados y el frío no fue tan intenso pese al invierno en el hemisferio norte. Podría aparecer la brillante estrella de hace 2024 años, como recrea con fantástica maestría el Observatorio Astronómico Nacional de Tarija cada 24 de diciembre. Una luz simulada para recordar que, en un pobre portal de Belén, rodeado de animalitos, nació un Niñito que trajo para el mundo la posibilidad de la felicidad y de la redención, del sufrimiento que se supera con la esperanza.

Un recién nacido que quiso desde el primer momento rodearse de todas las etnias, de todas las religiones, de todos los saberes. Por ello, después de las primeras visitas de los pastorcitos guiados por el Ángel Gabriel (el alado celestial en las creencias de diferentes regiones), llegaron los Tres Magos de Oriente.

Dicen que se llamaban Melchor, Gaspar y Baltazar, que vestían con turbantes coloridos y con túnicas hasta los pies. Trajeron para el recién nacido el oro de la realeza, la mirra de la tierra, el incienso que sube a las alturas. No eran jerarcas del templo, ni fariseos, ni sacerdotes. Eran magos sabios de las lejanías. No necesitaron pasaportes, ni salvoconductos ni permisos para llegar hasta el divino pesebre de paja del recién nacido al que sus padres llamaron Jesús, Emanuel.

Los Reyes Magos salvaron al pequeño de la ira del poderoso Herodes. Regresaron a sus aljibes de dátiles, frutales y marfiles por otro camino. No le avisaron que El Salvador, el futuro Cristo, había abierto los ojos en Cisjordania, Palestina, hijo de María y de José. De María y de Isabel se dice que eran esenias, esa misteriosa y poderosa forma de vivir la fe, igual que Juan el Bautista. De José, que era de la casa del rey David, el más amante de su dinastía, el que alababa a Dios en los salmos poéticos.

En contraste, este 2024, Belén está sitiado por las tropas del Estado de Israel, como sucede desde hace años. La pequeña ciudad palestina está rodeada por muros administrados por las tropas de los nuevos centuriones. Difícilmente María y José hubiesen encontrado una posada, un hospital, una escuela, una carpa, un establo seguro para librarse de los cotidianos bombardeos.

Ninguno de los Reyes Magos podría ingresar sin pasar por sucesivos controles de los militares judíos; los revisarían desnudos, les quitarían sus alforjas con mirra, botarían el incienso, se apropiarían del oro. Seguramente podrían aumentar los más 45 mil árabes acribillados en los último doce meses; cada 12 minutos muere asesinado un palestino.

Ni siquiera el Niño Manuelito estaría a salvo. Al contrario, ya no es un solo Herodes el que manda ensartar en las lanzas a los infantes menores de dos años; es un sistema sofisticado de militares, mercenarios, fanáticos judíos ortodoxos. Han demostrado que su objetivo principal es exterminar a un pueblo. Matan a niños y a sus madres.

Hace pocos días, uno de los países más católicos del mundo, Irlanda, a través de sus diferentes órganos de poder, anunció su adhesión a la demanda de Sudáfrica -una de las naciones que más padeció el racismo y el apartheid- contra Israel ante el máximo tribunal mundial de justicia. No son los únicos que califican de genocidio las acciones israelitas contra Gaza, Cisjordania y los campos de refugiados palestinos.

Ninguno de esos estados puede ser acusado de “antisemita” como quiere siempre mostrar la elite de Israel para disimular sus atrocidades.

También en este mes, la organización internacional que lucha por la defensa de los Derechos Humanos en cualquier parte del mundo, Amnistía Internacional, presentó un informe con decenas de datos y evidencias del genocidio de Israel contra la población de Gaza. Con sede en Londres, AI es una entidad que no puede ser acusada de estar a favor del terrorismo o de la violencia.

Por su parte, otra entidad humanitaria, también de origen británico, Oxfam ha denunciado al mundo que los controles judíos impiden el ingreso de agua potable, material sanitario y comida, aunque ya tenían los permisos tramitados con mucha dificultad.

En esta víspera navideña, el Papa Francisco -que fue durante todo el año muy silencioso frente a las masacres y la hambruna- ha calificado de “crueldad” a los bombardeos israelíes contra niños y escuelas de Gaza. “¡Qué crueldad!” repitió en su breve discurso dominical, a pesar de las protestas de Tel Aviv.

En estas últimas horas, mientras escribo, han muerto siete niños de una misma familia. Siete niños Jesús, María y José.

Las demandas por el cese al fuego, las denuncias de los periodistas internacionales (que han perdido más colegas que en cualquiera de las guerras más largas de estas centurias), los urgentes pedidos de líderes mundiales, los documentales con los terribles detalles de lo que viven los gazaties no conmueven a Benjamín Netanyahu.

 Hace muchos años leí una semi autobiografía de un judío polaco/estadounidense Jerzy Kosinsky (1933-1991), “El Pájaro pintado”. El autor narra las experiencias de un niño judío, (que muchos lo confunden como gitano) al que sus padres intentaron salvar enviándolo al campo durante la Segunda Guerra Mundial. Es un niño de seis años, al que se le ha despojado de todo futuro. Conocerá la ilimitada maldad del ser humano, las mayores degradaciones sexuales, las locuras individuales y colectivas, las complicidades. Aunque el libro fue durante años prohibido, ganó muchos premios. Exiliado, Kosinsky padeció durante toda su vida la (previsible) depresión que lo llevó al suicidio.

Ninguna visita a campos de concentración, exposiciones, historias, biografías, me ha impresionado tanto.

Durante estos meses, he visto en vivo similares historias de familias destrozadas, de cuerpos mutilados, de humillaciones sin nombre. Setenta años después del horror nacista (y estalinista),  ahora las víctimas de ayer son los perpetradores.

Paradojas. Este año se festejaron los dos siglos de la Novena Sinfonía de Ludwig van Beethoven. En todo el mundo hubo el esfuerzo de combinar músicos y cantantes de todas las etnias y religiones para rememorar el abrazo fraterno donde los hombres serán hermanos. En Chile, el presidente Gabriel Boric acaba de asistir a un concierto en el simbólico Estadio Nacional con un público de 35 mil personas. En Alemania sonaron los acordes perfectos. En la Fundación Machicado de La Paz es parte del programa navideño.

La realidad es distinta en el cotidiano noticiero.

El Niño Jesús no tendrá cunita. Yace bajo una mortaja blanca en la larga fila de cadáveres.

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