La pasión de Silvia Eugenia era una radionovela que se difundía con éxito en los 70 y desde entonces aparecieron varios niños con el nombre de Jasmani o Yasmani, nombre del que era el destinatario de esa pasión que escuchábamos puntualmente de 10.00 a 11.00. Es el nombre que hoy en Bolivia está nuevamente en los medios con el personaje Jhasmany Torrico.
Torrico es un personaje real, un abogado que aprendió a resolver problemas como se les enseña a los hombres: siendo pendenciero y violento. Amedrentaba a los enemigos de sus clientes, generalmente deudores a quienes cobraba a golpes, por lo que hoy está preso y procesado. Aunque es un personaje particular, histriónico por sus maneras y gestos, esa actitud alevosa y brabucona (tomada como tal y no así su aspecto delincuencial) no es ajena a otros escenarios y a otros bolivianos, como en la política donde hay Jhasmanys Torrico por doquier.
El actual momento preelectoral boliviano está generando situaciones que son o resultan violentas y que están protagonizadas por los candidatos todos varones (ya que la única mujer – Ruth Nina – no aparece en los medios) y por sus entornos también muy masculinizados.
El candidato por UCS y ex vicepresidente Víctor Hugo Cárdenas, que participa en las elecciones con discursos similares a los de Jair Bolsonaro, propuso hace poco que, como medida contra la violencia de género, las mujeres se armen; aunque dichas armas deberían ser entregadas a mujeres normales y “no a cualquier loca”. Más violencia contra la violencia y más machismo contra el machismo.
Pese a perder con un 49% un referéndum por la reelección, precedido de campañas agresivas, el actual presidente Evo Morales se postula nuevamente a la presidencia. Esa falta de respeto a un resultado en las urnas es también una violencia y resulta violento que un proceso de cambio no pueda sostenerse si no hay un caudillo. El cambio debiera ser estructural y permanente mientras que las personas debieran transitar.
Con todo, a Evo Morales las encuestas le dan la mayoría y el secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, sorprendió al decir que “sería absolutamente discriminatorio” que Morales no pudiera presentarse a las elecciones, por lo que desató un fuerte encontronazo con representantes de la oposición, encabezados por Óscar Ortiz. En las redes sociales y otros espacios a Almagro le llamaron “vendido y traidor”, mientras que uno de los asesores de Almagro les dijo a los opositores “ignorantes y fanáticos”. Insultos van, insultos vienen.
Varios de los partidos y organizaciones sociales buscan una unidad de la oposición y para ello hubo una reunión la semana pasada. Al salir de ella, el candidato y expresidente Carlos Mesa, que ocupa el segundo lugar en las preferencias electorales, fue agresivamente increpado y, según algunas versiones, hasta insultado porque no aceptó dicha unidad. Agredido en nombre de la democracia.
En esa reunión se produjo nuevamente la fotografía en la que no hay ninguna mujer. Esta omnipresencia masculina en la política de primer plano es también una violencia extrema contra una sociedad mixta, donde no hay representación femenina alguna, ni con voces ni con propuestas de políticas de género, mientras día a día se conocen nuevos casos de feminicidios, violaciones y demás violencias contra las mujeres.
Si el escenario fuera femenino ¿cambiaría algo? Hay mujeres que estando en posiciones de poder asumen maneras masculinas, debido a que sólo así logran mantenerse allí; sin embargo, en general, las mujeres han aprendido otras formas de resolver situaciones al margen de la violencia.
“Oh… Jasmani, Jasmani”, suspiraba Silvia Eugenia por su amor de infancia, Jasmani Hasán, al que reencontró de joven y quien, en una noche de copas y estando ella prácticamente inconsciente, la “poseyó”, o sea, la violó. Igualmente, al final fueron felices. Así de mal se formó a esta sociedad, naturalizando actos de violencia.