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Hannah Arendt vs Adolf Eichmann, arquitecto de la Shoah: ¿se puede decir que el mal es banal?

«Hubo muchos hombres como Eichmann. No fueron pervertidos ni sádicos, sino hombres terroríficamente normales”, manifestó la escritora.

Rafael Narbona

Pensar es arriesgado, especialmente en el terreno de la política, salpicado de arrecifes y abismos. Hannah Arendt se atrajo muchos reproches cuando describió a Adolf Eichmann, uno de los arquitectos de la Shoah, como un hombre mediocre e identificó el mal con la banalidad. Muchos objetaron que Eichmann era un nazi fanático. No se limitaba a obedecer órdenes. Trabajó incansablemente para materializar “la solución final al problema judío”. Durante los últimos días de la guerra, comentó a sus hombres: “Saltaré de alegría en la tumba por el hecho de haber enviado a la muerte a cinco millones de judíos. Es algo que me produce una enorme satisfacción”.

Tras presenciar su juicio en Jerusalén, Hannah Arendt señaló que el defecto más significativo de Eichmann “era su incapacidad casi total de considerar cualquier cosa desde el punto de vista de su interlocutor”. Arendt observó que Eichmann utilizaba un lenguaje burocrático. No lograba elaborar frases o razonamientos que no fueran estereotipos. Albergaba todos los prejuicios de las personas conservadoras que habían aupado a los nazis al poder.

No le creaba problemas ser uno de los principales responsables del asesinato industrial de judíos, gitanos, homosexuales, testigos de Jehová y eslavos, pero cuando se hallaba encarcelado en Israel y pidió libros para matar el tiempo, rechazó indignado un ejemplar de Lolita, de Nabokov, alegando que era una novela “completamente malsana”. Eichmann era un hombre hueco. Su vacío interior es la causa de su inhumanidad.

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