Miguel Sánchez-Ostiz
Las encontré esta mañana merodeando por el Marais. Me recordaron de inmediato a Mariano Baptista Gumucio, un amigo de mis días bolivianos, a quien he perdido de vista y de leída –y a Beatriz y a José Manuel–. Mariano coleccionaba Giocondas de divertimento. Las había por toda su casa de La Paz, en los rincones más insospechados. Tuvimos mucho trato. Algo pasó en mi último viaje de 2017 a propósito de la granuja que fungía de agregada cultural de la Embajada rojigualda y de la directora de la sucia Casa de España, y después, me temo, al tiempo del golpe boliviano de los golfos (el Murillo y la otra, la que está en la cárcel que enarbolaba la Biblia como una porra) cacareado por el panfleto de Inda y la policía política española y la extrema derecha. Pena. Las cosas como son, yo ya no me apeo.