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Germán Araúz Crespo / Cuento

El triángulo de la Bermúdez

Refiere a una sola braga elegante que puede asegurar el futuro 
Cantango por dentro (Julio de la Vega) 

Fue como una aparición. Quienes no se habían percatado de su ingreso al salón, lo hicieron avisados por la fragancia a hembra que desparramaba a su paso. Sus caderas danzaban entre los escritorios como si en ellas llevara todo el ritmo del universo, sus ojos concentraban una expresión de niña que engarzaba plenamente con sus dos tetas firmes y respingonas y su pelo caía libre sobre la espalda que confluía armoniosamente en los hemisferios de dos nalgas suculentas. Sesenta pares de ojos seguimos en silencio su paso hacia el fondo, donde se levanta la mampara de vidrio que separa al departamento de Auditoría del resto de Administración. La precedía el jefe de Recursos Humanos que, consciente de la conmoción que aquella presencia causaba, había adoptado un paso solemne, casi marcial, aunque sin poder evitar una sonrisa levemente sardónica. Sesenta mortales nos arremolinamos en torno a Auditoría solo para convencernos de que aquello no era un espejismo, una burla del destino. Sin embargo, la amenaza de una multa nos obligó a retornar a nuestros escritorios.

La incorporación de Teresa Bermúdez como secretaria de Auditoría había alterado definitivamente la rutina en el Instituto. Desde el abismo que abrió en nuestra relación con el personal femenino, hasta las nuevas pautas que su presencia impuso en el trabajo. Para comenzar, el departamento de Auditoría se convirtió, para los funcionarios varones, en una suerte de centro del universo, sin contar a quienes llegábamos diez minutos antes solo para verla marcar su tarjeta con ese aire, mezcla de presunción y desamparo. A lo largo de cada jornada, concentrábamos nuestro esfuerzo en la invención de razones válidas que nos permitieran visitar esas oficinas para –aunque más no sea– recibir la dulce caricia de una mirada de aquel ángel que, según afirmaba el supervisor de Estadística, no llevaba alas solo para permitirnos la gloria de contemplar un culo celestial.

Esta situación, sin embargo, no se prolongó demasiado. Un viernes fatídico, al final de la jornada, luego de marcar su tarjeta e iluminar nuestros sueños con una sonrisa, la secretaria de Auditoría se colgó del brazo del auditor júnior y, como si estuvieran dispuestos a fundirse uno en el otro, abandonaron juntos la oficina. La jefa de Estadística arriesgó una opinión que ninguno de nosotros quiso admitir: hacían bonita pareja. Al decir de la otoñal secretaria de Personal, el aludido tenía una expresión soñadora que conciliaba la dulce mirada de ÉrrorFlín y la sonrisa levemente cínica de Car Gable. Alto y delgado, aplicado y eficiente, el joven funcionario reunía todas las cualidades para disfrutar de la alta consideración de sus superiores.

Pero a partir de aquel viernes negro, su suerte sufrió un vuelco. Lo supimos cuando, el siguiente lunes, al saludar a su jefe con un atento “¡qué tal Licen!”, este apartó violentamente su atención del diario que leía como si alguien le hubiera clavado un alfiler en las nalgas. Fulminándolo a través de sus impenetrables lentes negros y elevando la voz como para que lo sintonice todo el país, respondió cortante: “¡Hoy quiero los kárdex de Almacenes al día!”. Desde aquel momento, el auditor junior vio cómo sus obligaciones se multiplicaban al punto que no volvimos a verlo marcando la salida como era norma, a las 19.00, ya sea porque quince minutos antes le instruían un arqueo de caja o porque tenía que conciliar cifras en algún trasnochado informe de Contabilidad.

Al principio, en ejemplar actitud, la Bermúdez se quedaba para ayudar a su joven romeo. Pero aquel gesto solo sirvió para cosechar frutos amargos. Cuanto más conmovedora era la solidaridad de su novia, más pesados y absurdos eran los trabajos encomendados al infortunado. Y eso, hay que admitirlo, cansa a cualquiera. Consecuentemente, el trato de la secretaria con su jefe se fue suavizando, en tanto el auditorjunior ya mostraba en la mirada un no sé qué de envejecimiento prematuro. Cuando recibió el memorándum que le agradecía los servicios prestados a la institución, Teresa Bermúdez, su novia, ya coqueteaba abiertamente con su propio jefe.

Pocos días después, la secretaria de Auditoría abandonaba la oficina colgada del brazo de su jefe. Al día siguiente, eran varias las voces que recordaban que el auditor ya ocupaba un cargo expectante en el instituto durante las dictaduras. Ese fue el primer aviso. El segundo llegó cuando, al pretender compartir un café con el gerente financiero en el despacho de este, el jefe de Auditoría fue detenido por la secretaria de Gerencia quien le anunció que “por instrucciones del señor gerente, cualquier contacto entre ambos despachos debe seguir los canales orgánicos establecidos”. Desde aquel día, la secretaria Bermúdez se erigió en el único nexo entre Auditoría y Gerencia. Esto, empero, no fue óbice para que las solicitudes e informes del departamento de Auditoría fueran rechazados en forma sistemática y un arqueo de caja instruido por el jefe de esa dependencia fuera desautorizado –personalmente– por el mismo gerente. Los lentes oscuros deambulaban angustiados por el instituto. La barca hacía aguas por todo lado.

-Esas gafas negras fueron vistas en el asalto a la central obrera durante el narcogolpe.

– ¡No puede ser! Si él mismo organizó la célula de jóvenes profesionales de nuestro partido.

– Será por eso que nuestro partido está repleto de paramilitares.

Los rumores eran persistentes. Sin embargo, para el auditorenjefe, todos aquellos amargos trascendidos parecían ser compensados por el gozo de pavonear prendido del brazo de su secretaria y, si bien su estatura no sobrepasaba la línea de los pezones de su ángel guardián, ni siquiera los anteojos negros eran capaces de disimular tanto orgullo.

La situación del jefe de Auditoría empeoraba día que pasaba, al punto que incluso los cajeros lo saludaban como si se tratara de un cadáver. Al contrario, la suerte de su secretaria mejoraba minuto a minuto. Luciendo a la moda había adquirido una nueva afición por las joyas, las que eran dócilmente canceladas por su jefe, aun cuando su presencia en Gerencia Financiera era requerida con frecuencia cada vez mayor y las reuniones realizadas en ese despacho se prolongaban conforme pasaban los días.

La caída fue casual, aunque estrepitosa. Por un lamentable error, la propia secretaria de Auditoría había entrepapelado una carta personal dirigida a su jefe con el informe mensual del estado de cuentas a Gerencia Financiera. En aquella misiva, el dueño de la empresa consultora, ganadora de la licitación a la auditoría externa del instituto, agradecía al auditorenjefe su “invaluable colaboración” en el concurso y lo citaba a las oficinas de su empresa a fin de saldarle la suma comprometida. La amenaza de un juicio administrativo y la suspensión llegaron de inmediato. Tres días después, mientras ayudaba a su ex jefe a desocupar el escritorio que pasaría a manos del nuevo auditor, la Bermúdez recibió un memorándum anunciándole que, dado su eficaz espíritu de colaboración, era promovida al cargo de secretaria de Gerencia Financiera.

Hombre de austeras costumbres, bordeando el ascetismo; bebedor de agua mineral e inveterado vegetariano, el gerente y su flamante secretaria no eran precisamente lo que se dice almas afines. Por eso extrañó que, a tres días de haber sido posesionada la Bermúdez en su nuevo cargo, el joven ejecutivo apareciera con evidentes signos de haber ingerido alcohol hasta un par de horas antes. Todo permitía suponer que el hombre comenzaba a alterar sus costumbres. Lo confirmamos tiempo después, cuando recibió la visita de su esposa. Gritos en el despacho nos hicieron saber que hacían cinco días que el señor gerente no llegaba a su hogar.

Parece que aquella doble vida produjo en el jefe financiero una intensa sed. No resultaba raro verlo pasear las oficinas algo pasadito en copas y era evidente que bebía en su propio despacho. En cambio, la situación de su secretaria mejoraba a ojos vista. Radiante hasta la ingenuidad, nos hizo conocer de la compra de un departamento de lujo en un nuevo edificio de la zona sur. Coincidentemente, un matutino local publicaba una denuncia de malversación de fondos en el Instituto. El director ejecutivo, funcionario inaccesible si los hay, bajó en persona a Gerencia a fin de requerir algunas explicaciones en torno a la anomalía denunciada. Fue cuando conoció a la Bermúdez. Desde entonces, se veía al director por el área económica cinco o seis veces al día.

El primer choque entre ambos ejecutivos fue cuando la secretaria de Gerencia fue llamada, con carácter de urgencia, a Dirección Ejecutiva. Diez minutos más tarde, el señor gerente –en estado inconveniente– irrumpía violentamente en el despacho del director. El incidente tendría serias consecuencias pues, si bien el director ejecutivo era diputado de uno de los partidos de la coalición oficialista, el señor gerente era pariente cercano de la primera dama de la nación. El resultado del incidente estaba a la vista. El partido del director ejecutivo solicitó públicamente su inmediato retorno a “las sagradas tareas para las que había sido elegido por mandato popular”.

Dos semanas después, el gerente financiero –recientemente promovido a Director Ejecutivo– se rodaba las gradas en el instituto, lo que le provocó una seria lesión cerebral que lo mantuvo en estado de coma hasta su deceso. De acuerdo a algunos trascendidos, el momento de caer estaba en evidente estado de ebriedad. Esa misma mañana, la secretaria Bermúdez había recibido una invitación para ocupar el puesto de secretaria en la Comisión de Prevención y Lucha contra el Tráfico de Drogas del Parlamento Nacional, de la que el ex director ejecutivo había sido nominado presidente. De esa manera, la Bermúdez abandonó definitivamente el Instituto.

No pasaron seis meses cuando el ex director del Instituto, diputado nacional en ejercicio y, a la sazón, jefe directo de Teresa Bermúdez, tuvo que solicitar licencia indefinida en el Parlamento al comprobarse sus vínculos con peces gordos del narcotráfico. Coincidentemente, su colaboradora había sido promovida como secretaria privada del presidente de la Cámara de Diputados quien, pocos meses después, fue denunciado por tráfico de influencias. A fin de evitar traumas que afecten nuestro proceso democrático, el supremo gobierno optó por encargarle una delicada misión diplomática en Medio Oriente. Allí perdimos todo rastro de la Teresa Bermúdez. Hasta ayer, cuando la prensa local la mencionó como nueva responsable del manejo económico en la próxima campaña electoral de uno de los partidos de la coalición oficialista. Extraño privilegio el nuestro: saber, a un año de las próximas elecciones, quién será el perdedor.

Cuento publicado en el libro «Nadie supo finalmente», Cuentos reunidos.

Biografía

Germán Araúz Crespo, nació en la ciudad de La Paz, Bolivia, el año de 1941.- Escritor y periodista. Trabajó como editor cultural en varios medios impresos como ‘El Día’ de Santa Cruz y ‘La Razón’ de La Paz. Sus primeros cuentos fueron publicados en la antología ‘Taller de cuento nuevo’ (SC, 1986). También fue editor de ‘Pegatina’, suplemento literario del semanario ‘Aquí’ (1991). Colaborador de la revista de cuento ‘Correveidile’. Mauricio Souza en el prólogo al libro del autor anotó: «Los textos de Araúz pisan diversos espacios: los territorios de lo grotesco urbano, cierta realidad rural chaqueña, el universo de los niños. En casi todas esas exploraciones se mantuvo fiel a una constante: el humor corrosivo. Además, no es impertinente apuntar que es un cuentista apegado a las sorpresas: remata por lo general sus cuentos apelando a cartas de la manga, que no sólo sorprenden al lector sino que ayudan a dirigir sus relatos hacia el absurdo. El del mundo».

Su primer trabajo en el periodismo fue como corrector en El Diario. El olor a plomo del linotipo quedó para siempre en su memoria como un momento de profunda impresión. Posteriormente, trabajo en el Consejo Nacional de Vivienda, al menos durante una década y como administrador de esta institución se mudó a Santa Cruz.

La cultura y la narrativa. En la capital, en los años de 1980, se dio modos para escribir en revistas y ser redactor de “El Mundo”. La dedicación y la calidad de su trabajo pronto fueron reconocidas; tiempo después se convirtió en editor general y cultural del periódico “El Día” antes de ser jefe de información de “El Deber”. Por aquellos años asistió a un taller de literatura organizado por el poeta y escritor Lic. Jorge Suárez, quien “al leer Crónica secreta de la guerra del Pacífico”, quedo subyugado, tanto que lo incluyo en la publicación “Taller del cuento nuevo (1986)”, raíz del momento literario que sigue vigente en Santa Cruz”.

A partir de entonces, la obra narrativa de Araúz fue publicada en antologías en Bolivia, Suecia, Croacia, México y Estados Unidos, además de revistas como Jiwaki. En los años 90 regresó a La Paz para trabajar como editor de cultura en “La Razón”. Posteriormente, trabajó en “La Prensa”, “Presencia” y semanarios “Pulso” y “Aquí”, además de escribir columnas firmadas con el seudónimo Machi Mirón.

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