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Fractura del molde político

Resulta curioso el desconcierto que impide a la oposición política boliviana, durante más de dos décadas, entender y actuar frente al esquema de poder que rige el funcionamiento del Movimiento al Socialismo (MAS). Esa perplejidad, proviene de un punto ciego más profundo y oscuro que es su desdén y subestimación permanente por las grandes masas bolivianas, obstaculiza su capacidad para actuar en la fase de descomposición de los modelos económico y político del régimen, a los que reduce un supuesto modelo populista.

El esquema político masista puede parecer novedoso, frente a los hábitos y reflejos de los profesionales políticos convencionales, pero, está lejos de zafarse de la tradición orgánica del movimientismo, tan característica en nuestro país.

Las organizaciones políticas más numerosas y estructuradas, como el MNR y las que han imitado más o menos exitosamente su trayectoria, han funcionado copiando la horma nacionalista-desarrollista, apoyada en una jefatura fuerte y atractiva (carismática a sus seguidores y votantes), instancias organizativas intermedias radicalmente subordinadas al centralismo autoritario de la jefatura y vínculos sólidos con las principales organizaciones sociales (corporativas).

La peculiaridad del MAS frente al movimientismo conocido, principalmente el del MNR, con el que comparte una composición policlasista de su núcleo hegemónico y un origen nacional popular, es que su organización se enraíza y mimetiza (pero no se funde) con las organizaciones sociales (principalmente de campesinos, colonizadores, cooperativistas mineros, comerciantes populares, choferes). Adicionalmente, el MAS, aunque se autodenomina indígena, persigue y hostiga a las organizaciones de pueblos originarios cuya vida y producción transcurre principalmente en sus tierras comunitarias de origen (TCO), mientras incuba a organismos paralelos creados bajo su influencia y divididos de CIDOB y CONAMAQ.

En esta hora de división oficialista por la próxima candidatura presidencial, los dirigentes de estas organizaciones sociales que podrían haber crecido en influencia y capacidad de decisión dentro del MAS aprovechando esa pugna, recién empiezan a reaccionar de manera lenta y tímida, ante el vacío que deja el colapso del reinado absoluto y capacidad arbitral de su anterior indiscutido jefe.

La principal causa de esta flojedad de reflejos debe buscarse en la dilatada trayectoria de subordinación acrítica de decenas de dirigentes, acostumbrados a la comodidad de subvenciones, cargos y candidaturas, viajes y viáticos y todos los mecanismos de acumulación de capital material e intangible, que obtienen por su apoyo irrestricto a las autoridades estatales.

La violencia de las confrontaciones internas del MAS hace asomar el resquebrajamiento de las grandes organizaciones campesinas, principal y profundo soporte del régimen y produce una seria inquietud que comparten, tanto el ala gobernante como sus “hermanos” que impulsan la candidatura evista. En cambio, la aceleración de los problemas económicos no deja de alegrar a los primeros y angustiar al presidente y a los cuatro ministros que ha seleccionado como sus escuderos (de Gobierno, Justicia, Presidencia y su vocero).

La tormenta económica está socavando el principal recurso que permitió la elección del presidente, mediante una campaña basada en alentar la ilusión de que sería dueño de fórmulas secretas de estabilidad económica, a las que se aferra la mayor parte (o la totalidad) de los electores. La caída de reservas y la escasez de dólares son suficientes para minar esa base, inclusive si resultaran pasajeras, como insiste el Ejecutivo, porque lesionan la principal fuente de confianza que conquistó.

El temor que produce este retroceso no ha llegado al punto de hacerles recordar al jefe de Estado y sus colaboradores, que la historia personal del presidente se podría resumir en la frase “temí, hui y retorné victorioso” (timui, fugi, victor redii) de los tiempos en que era ministro y se aterrorizó ante las cámaras, cuando una bombera voluntaria lo interpeló en un avión, por no declarar a la Chiquitania zona de desastre, cuando nuestros bosques ardían en 2019; para después salir silenciosa y sumisamente de la embajada donde se refugió ese mismo año frente a la protesta que impugnó el fraude.

Lo único que rescata su memoria es su gran victoria electoral de 2020.

Si no recuerdan todo lo que realmente ocurrió, el encuentro de los problemas económicos con la quiebra política, los consumirá, inclusive si la oposición política tradicional no sale de su azoro y parálisis.

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