Rodrigo Pacheco Campos

Con los resultados de las elecciones subnacionales de 2021 el campo político se ha reconfigurado de forma parcial en el departamento de La Paz y en el municipio de El Alto. Si bien la genéricamente denominada “oposición” mantuvo el control de los gobiernos departamental de La Paz y municipal de El Alto, las anteriores figuras políticas fueron desplazadas por nuevos actores que emergieron de la coyuntura de crisis política de 2019 y 2020. Como se sabe bien, el liderazgo político de las autoridades electas de esas instancias, Eva Copa y Santos Quispe –este último amparado solamente en la figura de su padre, el líder indianista Felipe Quispe “Mallku”– emergió desde el campo “nacional popular” en el marco del contexto de crisis política.

Esos nuevos actores en el pasado fueron parte o tuvieron cierta cercanía con el MAS y ganaron las elecciones de 2021 en disputas electorales que no respondieron al eje ideológico “masismo vs antimasismo”, utilizando como vehículo político-electoral a la agrupación ciudadana Jallalla, una organización política sin estructura, ideología y militancia, con la que rompieron relaciones al poco tiempo de ser posesionados como autoridades electas.

Ese fenómeno, principalmente para el caso de Eva Copa, causó expectativas en los analistas políticos y en amplias capas de la sociedad, en tanto que vislumbraron posibilidades reales de que se configure una alternativa al Movimiento al Socialismo desde el campo nacional  popular.

Algunas de las reflexiones, expresadas por analistas políticos en distintos medios, en torno a las características de la actora –“Eva es la antítesis de Yanine Añez, pero también de Evo” (Galindo, 2019)–, de su liderazgo y legitimidad –“dispone de capacidad para interpelar al oficialismo desde posturas distintas a la oposición tradicional, así como de legitimidad para disputar la orientación del proceso de cambio” (Mayorga, 2021)–, de su proyecto –“estamos ante un momento constitutivo de una variante del Proceso de Cambio claramente popular, menos burocrática y sobre todo, menos machista” (de la Fuente, 2020)–, y de su futuro político –“aparece en el firmamento político boliviano como uno de los liderazgos más potentes y con mayor proyección para la próxima etapa del país” (Paz, 2021) –, son indicativas de ello.

Sin embargo, pasado más de un año del cierre del ciclo electoral, esas expectativas parecen haberse diluido al influjo de algunas derivas a las que se vieron expuestas las figuras políticas en el marco del ejercicio de sus funciones como autoridades. Actualmente, se hace evidente que son más las voces críticas sobre las autoridades electas que las tendientes a resaltar sus características y las proyecciones de su liderazgo político.

En ese contexto, la pregunta que parece tener mayor relevancia es si Santos Quispe y Eva Copa fueron solamente líderes políticos que le disputaron la representación de lo nacional popular y el poder político al Movimiento al Socialismo en términos electorales, o si se constituyeron en una suerte de renovación y/o recambio político más profundo para el campo político boliviano y, por tanto, para el campo nacional popular.

El devenir de los hechos presenta algunas orientaciones para comenzar a desarrollar una respuesta. De ese modo, puede ensayarse al menos una hipótesis en torno a la temática –que deberá ser sujeta a evaluaciones conforme el escenario político otorgue mayores insumos de análisis-: Eva Copa y Santos Quispe le disputaron al MAS el poder y la representación de lo “nacional popular” principalmente en términos electorales. De hecho, en el momento actual, no existen las condiciones mínimas para poder hablar acerca de una renovación política profunda; Copa y Quispe no han generado un horizonte o proyecto político propio, tampoco configurado nuevas formas de pensar la sociedad o el Estado, y menos aún logrado posicionar nuevas identidades políticas que trasciendan el “antievismo” y el “aymarismo”.

Si ese es el caso y su disputa fue predominantemente electoral, las causas de ello son múltiples; sin embargo, responden tanto a las particularidades del momento político que vivió el país como a las dinámicas sociopolíticas e incluso electorales propias de los escenarios locales, que delimitaron un marco propicio para la consolidación política de estos actores, donde destacó por ejemplo: i) Para el caso de Eva Copa, la capitalización electoral de su posición distante con respecto a la “oposición tradicional” y al MAS, en un momento en el que la sociedad daba signos de buscar superar la polarización que revestía a todo el escenario político nacional. ii) Para el caso de Santos Quispe, el impulso electoral que le supuso el renovado capital político de su fallecido padre, así como el efecto polarizador de la segunda vuelta que le permitió capturar los votos “antimasistas” del electorado paceño. iii) Para ambos, la capitalización político/electoral de los sentimientos de pertenencia e identidad colectiva –así como de politización de la aymaridad–, que se presentaron en El Alto y en las zonas rurales del departamento de La Paz a consecuencia de la violencia represiva –masacre de Senkata- y simbólica –quema de la wiphala- que se produjo en el marco del despliegue del proyecto de poder del gobierno transitorio.

Así, la comprensión de Copa y Quispe como liderazgos con la capacidad de trascender su éxito electoral y con posibilidades de diseñar proyectos políticos que signifiquen renovación y disputa de sentidos al MAS también parece haber sido más un fenómeno sintomático del momento sociopolítico que vivía el país, que algo con posibilidades reales de materializarse en el corto plazo. Recuérdese que la coyuntura de crisis ocurrida en 2019 y 2020 y la dinamización del campo político acaecida en ella, activaron la idea de que en el país concluía un ciclo político e iniciaba otro. Como sucede con frecuencia, actores políticos, analistas y amplias capas de la sociedad civil, proyectaron el nuevo ciclo de acuerdo a sus anhelos, intereses e inquietudes.

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