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España en la Segunda Guerra Mundial: Franco, su régimen y Canaris

Luis M. Linde

En la perspectiva de la derrota de Alemania, que era ya segura desde 1944, y, más aún, claro está, consumada esa derrota, muchos creyeron que el régimen político surgido en España con la guerra civil, que consideraban una dictadura militar apoyada en una parafernalia de corte fascista, no podría sobrevivir. Sin embargo, ese régimen y su líder, Franco, sobrevivieron. Y este desenlace sigue siendo objeto de «rechazo», a veces, casi, de incredulidad: «no puede haber ocurrido», parece que piensan algunos La pieza clave de esa supervivencia fue, obviamente, la neutralidad, mantenida por España desde septiembre de 1939, que Franco y sus gobiernos fueron adaptando a la evolución del conflicto.   

La «estricta neutralidad», decretada en septiembre de 1939, se mantuvo hasta junio de 1940. Después, la «no beligerancia», la fórmula empleada por Mussolini en septiembre de 1939, adoptada por el gobierno español el 12 de junio de 19401., dos días después de la entrada de Italia en la guerra, no se alteró con la invasión de la URSS en junio de 1941 y el envío a Rusia de la División Azul, ni después de las declaraciones de guerra de Alemania e Italia a EE.UU. en diciembre de ese mismo año, y tampoco en noviembre de 1942, con la Operación Torch, el desembarco de fuerzas norteamericanas y británicas en Marruecos, Túnez y Argelia, que lograrían el control aliado del norte de África en mayo de 1943.

La «no beligerancia» confesaba que el gobierno español, aun reclamando ser neutral, no lo era y no quería serlo políticamente. En todo caso, habría provocado incredulidad cualquier declaración del gobierno español negando estar más cerca de Alemania e Italia que de Inglaterra y, después, de EE.UU. Aun así, Franco le dijo al embajador del Reino Unido que no beligerancia no quería decir que fuera a haber cambios en la neutralidad; y al embajador de EE.UU., que la no beligerancia era el modo de expresar «la simpatía nacional con el Eje»2

Con la entrada de EE.UU. en la guerra (diciembre de 1941), la derrota de Alemania en Stalingrado (febrero 1943) y el fin del régimen de Mussolini (julio de 1943), la no beligerancia se fue interpretando y aplicando de forma cada vez menos favorable a las necesidades o intereses de Alemania, hasta que en octubre de 1943 el gobierno anunció, mediante una nota del consejo de ministros3 la vuelta a la neutralidad que, ya hasta el fin de la contienda, siguió dando paso a decisiones menos favorables a Alemania y más efectivamente neutrales.

Sobre historia antifranquista

La arrolladora campaña de Alemania de mayo-junio de 1940 y la inesperada, casi increíble, derrota de Francia abrió expectativas sobre una posible expansión imperial de España en Marruecos a costa del Protectorado francés, expectativas que surgieron, sobre todo, en el entorno del entonces ministro de Asuntos Exteriores, un militar africanista, el coronel Beigbeder, y entre los mandos militares españoles en el Protectorado4. Al mismo tiempo, las dudas sobre la voluntad de resistencia de Inglaterra pudieron llevar a Franco en junio de 1940 a preguntarse qué hacer en el supuesto de que Inglaterra volviese a considerar, como ya había ocurrido a finales de mayo, la posibilidad de negociar algún acuerdo con Alemania5.  

Fernando Paz, en su libro de 2017 La neutralidad de Franco6, aportó un análisis minucioso de las declaraciones y explicaciones de Franco a partir de junio de 1940 sobre por qué España no podía entrar en la guerra, dejando siempre abierta la posibilidad de dar ese paso en el futuro. Pero Franco nunca se comprometió formalmente con la entrada en la guerra, ni fijó una fecha, ni prometió nunca fijar una fecha para esa decisión. Siguiendo el consejo de Canaris, «a Hitler no se le puede decir que no», lo que Franco tampoco hizo nunca fue descartar o cerrar esa posibilidad.

Numerosos historiadores, españoles y no españoles, han analizado la cuestión partiendo de dos convicciones: 1) que Franco  quiso, al menos hasta, digamos, 1942, entrar en la guerra al lado de Alemania, por solidaridad ideológica o algo parecido o, también, para no perder la oportunidad de la ya mencionada expansión imperial7, que estaría amparada por la nueva y única gran potencia europea, la Alemania victoriosa; y 2) que la derrota de Alemania traería, necesariamente, el fin de la dictadura de Franco y de su régimen político, lo que no era, desde luego, una expectativa absurda.

Sin embargo, para Franco, entrar en la guerra nunca fue una prioridad. Si acaso, hasta 1941, fue una oportunidad sobre la que saltar sin riesgo en determinadas circunstancias, por lo que era difícil que la primera de estas convicciones pudiese predecir adecuadamente casi nada. Hoy, a ochenta años del fin de la Segunda Guerra Mundial y a casi cincuenta de la desaparición de Franco y de la normalización democrática de España, siguen inspirando interpretaciones nacidas en los años 50 y 60 del siglo XX que, aparte de estar influidas por lagunas documentales que, en buena medida, se han superado8, a lo que parece que aspiran es a construir una historia que cumpla, siempre y sin ambigüedades, con los requisitos del antifranquismo9.

Franco y Hitler en Hendaya, 1940. Imagen: Archivo Nacional de Polonia.

Lo que defiende la historia antifranquista, que es la que cree todavía gran parte de la izquierda, española y no española, es que si Franco no entró en la guerra y, así, se pudo salvar él mismo y su régimen, no habría sido gracias a su acierto en el manejo de las relaciones con Hitler ―porque el riesgo para España de perder la neutralidad vino más de ese lado que del otro―, sino por las dudas de Hitler10.

Todavía a principios de junio de 1940, cuando la derrota de Francia era ya inevitable, Hitler prestó escasa atención al mensaje, más que entusiasta, que le envió Franco en su famosa carta, del 3 de junio de 194011, que podía entenderse como un ofrecimiento sin fecha para la entrada de España en la guerra. Pero en julio, cuando estaba terminando la llamada entonces batalla de Inglaterra por la supremacía aérea, con ventaja para el Reino Unido, Hitler aplazó, ―en realidad, desechó― la proyectada invasión de Inglaterra y, en un cambio estratégico, decretó una nueva prioridad para Alemania: el control del Mediterráneo, lo que, confiando, a finales de 1940, en que Italia podría controlar Suez, exigía la toma de Gibraltar y la entrada de España en la guerra. Pero este giro acabó en nada tras la negativa de Franco, a principios de 1941, de participar en la conquista de Gibraltar, la incapacidad de las fuerzas combinadas italianas y alemanas para mantener el dominio naval del Mediterráneo oriental y controlar Suez, la derrota entre mayo y noviembre de 1942 del Afrika Korps y  el éxito del desembarco de tropas norteamericanas y británicas en la operación Torchaunque la rendición final de lo que quedaba de las fuerzas de Rommel se produjo en Túnez en 1943.

La versión según la cual entre 1940 y 1941 Franco quiso entrar en la guerra, pero se habría encontrado con las dudas y reticencias del propio Hitler, tenía su base en el balance, muy negativo, que supuso para Alemania la entrada de Italia en la guerra, de lo que el alto mando alemán y Canaris eran muy conscientes.

Era razonable temer que una España beligerante, incluso si esa beligerancia facilitaba la conquista de Gibraltar, podía crearle a Alemania más riesgos que ventajas, agravando las dificultades de un país, como era España entonces, que, con independencia de su debilidad militar, había sufrido una grave crisis demográfica como consecuencia de la guerra civil12, con muy deficientes comunicaciones, sus sectores productivos iniciando una lenta y difícil recuperación, dependiente absolutamente del suministro aliado para importaciones esenciales, como las de carburantes13, y que solo con considerables dificultades podía alimentar a su población. Canaris no desperdició ocasión para repetir estas verdades ante Hitler, esperando que hicieran su efecto, y no se equivocó, lo hicieron.

Invasión alemana de España y segundo frente en el sur de Europa

Entre finales de 1940 y la primera mitad de 1942, la estrategia que defendía Franco se enfrentó a un riesgo muy grave y a una amenaza no menos grave, pero más difusa. Primero, la decisión de Hitler, tomada en noviembre de 1940, de ordenar la entrada en España, por la frontera francesa, de las fuerzas alemanas que iban a participar en la toma de Gibraltar. El segundo, que se planteó en 1942, la posibilidad de que los aliados aplazasen o renunciasen a la apertura de un segundo frente en el norte de Francia y, en su lugar, escogieran la Península Ibérica.

¿Una invasión alemana en enero de 1941?

Tras el armisticio entre Alemania y Francia, lo único que le interesaba a Hitler y al Estado Mayor alemán de la entrada de España en la guerra era apoderarse de Gibraltar (la operación Félix), con lo que esto podía significar para el control del Estrecho y del Mediterráneo14. Esta era, también para Inglaterra, la consecuencia más importante que podía temer de la entrada de España en la guerra junto a Alemania. Sin embargo, ni Inglaterra, en 1940-41, ni EE.UU., en 1942, ni, desde luego, Franco y sus colaboradores dejaron de considerar, a partir del verano de 1940, la posibilidad de que España se viera obligada a enfrentarse a Alemania si esta decidía, sin el acuerdo del gobierno español, que una parte de sus fuerzas concentradas en el sur de Francia entrasen en España y atravesaran la Península Ibérica, camino de Gibraltar15.

Esto habría planteado, claro está, un dilema mortal a Franco: si no se resistía a la entrada de las fuerzas alemanas en España, eso implicaba automáticamente que Inglaterra y, después, también EE.UU. ―incluso en el caso de que España no hubiera participado o colaborado en forma alguna en el ataque a Gibraltar― considerarían que España entraba en la guerra como aliada de Alemania; y si España se resistía a la entrada de las fuerzas alemanas, eso significaría  un estado de guerra, declarada o no, con Alemania16.

El 12 de noviembre de 1940 (solo veinte días después de la reunión de Hendaya con Franco) Hitler firmó una directiva dedicada, en parte, a los preparativos para el ataque a Gibraltar. El 7 de diciembre, Franco, acompañado por el general Vigón17, recibió a Canaris, quien le informó de que Hitler había fijado para el 10 de enero de 1941 la entrada en España de las fuerzas alemanas que iban a participar en ese ataque18, algo que Franco rechazó de plano, diciéndole a Canaris que eso significaría la entrada de España en la guerra. 

En el curso de esta visita a Madrid, Canaris, siguiendo instrucciones de Keitel, jefe del Estado Mayor de las fuerzas armadas alemanas, insistió en obtener de Franco un compromiso sobre la fecha en la que España podría participar en la operación de Gibraltar, es decir, entrar en la guerra. Pero Franco se negó a comprometer ninguna fecha. Solo dos meses después, Franco le dijo a Petain, en su reunión de Montpellier del 22 de febrero de 1941, que no concedería el derecho de paso por territorio español a fuerzas alemanas, lo que era tanto como avisar a Hitler de que estaba dispuesto a resistir esa «invasión» alemana19.  

El almirante Canaris con el coronel Franz Von Bentivegni en el aeródromo de Smolensk, 1941. Imagen: Wikimedia.

Al saber que Franco no aceptaba el 10 de enero de 1941 como fecha de entrada en la guerra, ni fijaba ninguna otra, Hitler ordenó el 11 de diciembre el cese de los preparativos para la operación Félix, haciendo suya la idea, que Canaris le había expuesto repetidas veces, de que en la muy débil situación económica y militar de España y sin el acuerdo de Franco, no era posible acometer la toma de Gibraltar. La entrada de fuerzas alemanas en España se planteó como una posibilidad de nuevo en 1942, después de la operación Torch de los aliados, pero nunca pasó de ahí.

Así, por la firme, pero siempre disimulada y, a veces, confusa explicación de Franco sobre las condiciones que se requerían para que España pudiera entrar en la guerra, que en esta ocasión, sorprendentemente, Hitler aceptó sin dificultades, la conquista de Gibraltar no se llevó a cabo. De haberse materializado, habría significado, en cualquiera de las dos opciones antes mencionadas, el fracaso de la estrategia que, creía Franco, podía a mantener su régimen político y a él mismo en el poder20.

¿Un segundo frente en la península ibérica?

En julio de 1941, en el primer viaje del colaborador y consejero del presidente Roosevelt, Harry Hopkins, para entrevistarse con Stalin y tener la mejor información posible sobre la situación militar de la URSS y sus necesidades para resistir la invasión alemana, Stalin le dijo a Hopkins (en una oferta poco conocida) «que daría la bienvenida a tropas americanas en cualquier parte del frente ruso, que estarían bajo el mando único del ejército americano», una petición de ayuda que no se repitió y que era un claro indicador de lo cerca que estaba el ejército soviético del colapso21.  

La discusión sobre el segundo frente en Europa y su urgencia se abrió entre Churchill y Stalin desde la invasión alemana y la catástrofe que esta significó para la Unión Soviética hasta la estabilización del frente en Moscú, en diciembre. Se planteó como una medida urgente, capaz de ayudar al ejército soviético a contener el desastre durante los primeros meses. A mediados de julio de 1941, es decir, cuando la invasión alemana aún no había cumplido un mes, Stalin envió un mensaje a Churchill reclamándole la inmediata apertura de «un frente en el norte de Francia» y mensajes similares se repitieron en 1941 y a lo largo de 1942, incluso después del desembarco aliado en Marruecos, Túnez y Argelia (la operación Torch) en noviembre de ese año22.  

En un escrito entregado a Roosevelt en junio de 1942, Churchill se manifestó contrario a un ataque que pudiera ser repelido por los alemanes y que entrañaría riesgos que los aliados no debían asumir. Una operación que acabara en fracaso, dijo Churchill, «no ayudaría los rusos, expondría a la población francesa a la venganza nazi y retrasaría la operación principal en 1943». El punto de vista del gobierno británico era que «los aliados no debían hacer ningún desembarco sustancial en Francia en 1942, a no ser que pudieran permanecer allí»23 Los argumentos de Churchill convencieron a Roosevelt y la consecuencia fue el aplazamiento de la invasión por el norte de Francia y, en su lugar, la puesta en marcha de la operación Torch. Pero los soviéticos temieron que la operación Torch fuera un indicador de la decisión de los aliados de suspender, indefinidamente, la apertura del segundo frente en Francia. 

En un mensaje que envió Stalin a Churchill el 24 de junio de 194324se quejaba abiertamente de que los gobiernos de EE.UU. y Gran Bretaña estaban considerando cambiar otra vez el calendario y la estrategia para el segundo frente, de modo que, sin descartar claramente la operación de desembarco en el norte de Francia, se iniciaran antes otras operaciones en el sur de Europa. Stalin le decía a Churchill: «No me extenderé acerca del hecho de que esta importante decisión…, anulando sus anteriores decisiones a propósito del desembarco en la Europa Occidental, ha sido tomada por usted y el presidente [de EE.UU.] sin la participación del Gobierno soviético… aunque no puede ignorar que en la guerra contra Alemania, el papel de la Unión Soviética y su interés en las cuestiones del segundo frente son suficientemente grandes»25.Todavía en enero de 1944, el Foreing Office británico, en un telegrama al Departamento de Estado, se refería a la península ibérica como un «puente de acceso a la fortaleza europea» que «la URSS acogería con agrado». Pero la respuesta soviética no pudo ser más clara: no les interesaba en absoluto abrir un segundo frente en España, solo estaban interesados en abrir, lo antes posible, el segundo frente en el norte de Francia, como se había planeado desde 194226.

En suma, la «táctica» de Franco fue nunca decir no, pero no dar ningún paso decisivo o irreversible hacia la guerra, no ofrecer nunca un compromiso claro en cuanto a fechas o condiciones, pero con tres concesiones a Alemania que se mantuvieron hasta 1943. La primera: el mantenimiento de las exportaciones de wolframio; segunda: nunca dejó de manifestar su confianza en el triunfo de Alemania, permitiendo que los servicios de información y propaganda del régimen siguieran una línea sistemáticamente sesgada en su favor; y, tercera: permitiendo que las «tolerancias» supuestamente compatibles con las reglas de la neutralidad benévola ―entre ellas, el avituallamiento a submarinos alemanes e italianos, o las facilidades dadas a los servicios de Canaris en todo el territorio español― fueran siempre más sustanciales que las favorables ―si las había, o cuando las hubo― a Inglaterra27,

Canaris: acabar con Hitler, pactar con Inglaterra, ayudar a España

Ya en los juicios de Núremberg se suscitaron interrogantes sobre la actuación de Canaris durante la Segunda Guerra Mundial. Y, en este marco, también se planteó la cuestión de cuál había sido la influencia de Canaris en la decisión de Franco, que se mantuvo inamovible a partir del verano de 1940, de no entrar en la guerra y hacer todo lo posible para mantener la neutralidad. Hoy se sabe que la ayuda prestada a Franco por Canaris entre junio y octubre de 1940, teniéndole al corriente de la verdadera situación militar de Alemania frente a Inglaterra, fue importante, como lo fueron las opiniones de Canaris para convencer a Hitler de que la entrada de España en la guerra podía ser un lastre para Alemania, como había ocurrido con Italia28.

Canaris (dcha.) acompaña al ministro de defensa Sudafricano Oswald Pilow. Berlín, 1938. Imagen: Wikimedia.

Con el paso del tiempo y lo que ahora se sabe, Canaris ha llegado a ser el personaje más interesante y dramático de los que ocuparon las altas jerarquías del Tercer Reich y gozaron, durante años, de la confianza de Hitler. Fue lo más parecido a un héroe, si este calificativo puede aplicarse a alguien que simpatizó inicialmente, aunque siempre con reservas, con Hitler y contribuyó, aunque fuera a su pesar, a las políticas que llevaron al desastre humano, moral y material de la Segunda Guerra Mundial, al Holocausto y la implantación de dictaduras comunistas en toda Europa oriental.

A Canaris, que ya hablaba español en 1907, cuando desempeñaba, con 20 años, su primer destino como alférez de navío en el crucero Bremen, navegando por América Central y América del Sur, le gustaba España, sentía aprecio e interés por España, y no tanto, al parecer, por razones históricas, culturales o artísticas, sino por su estima de lo que él entendía ser el carácter español.

En agosto de 1915, después del hundimiento voluntario en la isla de Juan Fernández (para que no pudiera ser capturado por los británicos) del crucero Dresden, del cual era segundo en el mando, Canaris consiguió volver a Europa tras una novelesca huida de su internamiento en Chile (país neutral en la Primera Guerra Mundial) a través de Argentina, llegando a Alemania en octubre29.  Su primera estancia en España fue en el verano de 1916 y duró algo más de un año, trabajando a las órdenes del agregado naval de la embajada alemana en Madrid; su misión era organizar y mantener una red de colaboradores e informadores en los puertos españoles, siendo este su primer trabajo en el campo de la información de interés militar.

En 1918, al terminar la guerra, Canaris se involucra ―en el lado nacionalista y conservador― en las luchas políticas que se inician con la huida del Kaiser y el fracaso, en Berlín, en enero de 1919, del intento de golpe «espartaquista», cuyos líderes, Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo, fueron asesinados poco después por elementos militares. Canaris participó como asesor del tribunal que juzgó a los acusados y, después, hasta la llegada de Hitler al poder, no pudo eludir las acusaciones de la izquierda de haber contribuido a que se dictasen sentencias amañadas políticamente en favor de los responsables de esos crímenes, además de haber ayudado a huir a uno de los oficiales encausados30.

En los años 20, Canaris viajó varias veces a España, explorando la posibilidad de encargar a astilleros españoles la construcción de barcos de guerra para Alemania, en particular, submarinos, en el marco de la reconstrucción de la flota de guerra alemana desaparecida, o casi, tras la Primera Guerra Mundial y el Tratado de Versalles. Entre 1928 y 1934 volvió a su empleo de oficial de la Marina de guerra y en enero de 1935, ya con Hitler en el poder, fue nombrado jefe del Departamento de Información del Ministerio de la Guerra que, a través de varias reorganizaciones, llegó a ser la Abwehr (Defensa), el servicio de seguridad e información (espionaje, contraespionaje y sabotaje) del conjunto de las fuerzas armadas de Alemania31. Durante la guerra civil española, siguiendo, a veces, indicaciones directas de Hitler, Canaris desempeñó un papel importante, desde finales de julio de 1936, en la relación entre mandos españoles y alemanes y la coordinación de la ayuda militar recibida de Alemania por Franco32.

Tras la invasión de Polonia, Canaris entró en un juego muy difícil y arriesgado: resistir, no cooperar con las decisiones más criminales de Hitler y su gobierno en los países ocupados del este de Europa, lo que era posible por la peculiar libertad de actuación que Hitler daba a sus principales colaboradores y a las instituciones que dirigían.

Uno de los aspectos todavía poco o mal conocidos del trabajo clandestino de Canaris contra Hitler y el régimen nazi fue su intento de conseguir el apoyo de Inglaterra a un movimiento de las fuerzas armadas de Alemania para derrocar a Hitler. Se sabe que el jefe del MI5 británico durante la guerra, Stewart Menzies, rechazó llevar adelante, en España, un secuestro de Canaris, algo que, según sus servicios, iba a ser fácil; y, más adelante, intervino para desactivar un atentado contra él33. Se ha especulado sobre los contactos que ambos pudieron mantener, pero, si los hubo, las autoridades británicas han mantenido el secreto hasta hoy34.

Wilhelm Canaris ca. 1924-1931

Canaris arriesgó su vida y la perdió tratando de luchar por una Alemania que volviese a la civilización, a la cultura y a los valores occidentales. Seguro que Canaris habría dicho amen a la explicación de John M. Keynes acerca de por qué y para qué se había hecho la guerra contra la Alemania nazi: «Esta no es una guerra entre nacionalidades e imperialismo, sino entre dos formas de concebir tanto la vida como lo que consideramos que es la civilización. Nuestro objetivo en esta loca e inevitable batalla no es conquistar Alemania, sino convertirla: devolverla al histórico redil de la civilización occidental, cuyos cimientos institucionales son la Ética Cristiana, el Espíritu Científico y el Imperio de la Ley. Únicamente sobre estos cimientos puede desarrollarse la vida de las personas»35.

La neutralidad benevolente hacia Alemania36 hacía más aceptable para Hitler el doble juego de Franco, ayudado por Canaris. En una reunión celebrada en Madrid el 30 de junio de 1940 con Beigbeder, ministro de Asuntos Exteriores entre agosto de 1939 y octubre de 1940, y Juan Vigón, ministro del Aire, y el 1 de julio con Franco, Canaris informó de lo difícil que iba a ser el desembarco de las tropas alemanas en las islas británicas, lo que llevaría a prolongar la guerra; de la negativa absoluta de Churchill a ninguna negociación con Hitler; de los problemas que estaba planteando la entrada de Italia en la guerra; y se cambiaron impresiones acerca de un posible ataque a Gibraltar. Pero, sobre todo, Canaris insistió en que a España le convenía seguir siendo neutral y que también Alemania saldría ganando si se evitaba la extensión del conflicto37.

La decisión de Franco de no entrar en la guerra, ya absolutamente firme cuando se celebró la reunión de Hendaya con Hitler en octubre de 1940, no era, en absoluto, como han sostenido algunos historiadores, consecuencia de la negativa de Alemania a asumir compromisos en cuanto a compensaciones para España en Marruecos a costa de porciones del Protectorado de Francia. Lo que sí seguía siendo relevante para Franco era lo que la guerra podía durar: no entrar en la guerra si su fin no estaba a la vista, con lo que, parece claro, se refería a si podía, o no, esperarse, a corto plazo, una iniciativa británica para llegar a un acuerdo con Alemania. Pero ¿qué había detrás de esta condición fundamental que dio lugar, parece, a comentarios entre mandos militares alemanes que venían a decir que Franco quería entrar en la guerra cuando ya hubiera terminado?

Existen muchos testimonios de que Franco y sus principales asesores fueron, desde el comienzo de la guerra, sin necesidad de ninguna persuasión, ni confidencia de Canaris, conscientes de que la economía española no podría sobrevivir, ni siquiera unos pocos meses, si Inglaterra, y después, llegado el caso, Estados Unidos, bloqueaban las importaciones de petróleo y otros suministros vitales38. Franco y sus colaboradores más cercanos creyeron, desde 1939, que era suicida entrar en la guerra mientras no estuviese claro que iba a tener un rápido desenlace favorable a Alemania o, mejor aún, en un empate: sabían que cualquier guerra que no cumpliese esa condición llevaba a España, irremediablemente, a una catástrofe económica y social y, muy probablemente, al derrumbe del Régimen surgido de la guerra civil.  

Pero el colapso económico no era el único peligro de un abandono voluntario o forzado de la neutralidad. El riesgo de sufrir pérdidas territoriales (Canarias y Ceuta estaban expuestas a los mayores riesgos) preocupaba muy especialmente a Franco, preocupación que estaba justificada conociendo los planes británicos de respuesta a una posible toma de Gibraltar por Alemania.

Alejado el riesgo de «invasión» alemana en los primeros meses de 1941, Franco se enfrentó después a otros dos momentos difíciles: en el verano de 1941, la invasión alemana de la URSS y la participación española en esa invasión con la creación de una fuerza de voluntarios del tamaño de una división (la División Azul fue la 250 Infanterie-Division del Ejército alemán); y, en noviembre de 1942, la operación Torch, el desembarco de fuerzas norteamericanas y británicas en Marruecos, Argelia y Túnez que los aliados, sobre todo los norteamericanos, creyeron que podía dar lugar a una reacción española o alemana que implicase el abandono de la neutralidad por España. De hecho, los preparativos para la operación Torchfueron el período en el que Inglaterra y EE.UU. consideraron como muy posible la entrada de España en la guerra para, con Alemania, conquistar Gibraltar39.

A pesar de que la invasión alemana de la URSS, en junio de 1941, dio lugar a la primera y única participación española de combate en la guerra, y podía temerse que eso diese lugar a la pérdida de la condición de país neutral, Inglaterra aceptó en el verano de 1941 ―EE.UU. no estaba todavía en guerra con Alemania y no se pronunció oficialmente― que siendo la División Azul una fuerza integrada por voluntarios, aunque sus mandos fueran militares profesionales del Ejército español, supuestamente también voluntarios40, cuya misión era, exclusivamente, «luchar contra el comunismo ruso», aquello no afectaría al estatus neutral de España. La apagada reacción del gobierno británico parece indicar que Churchill decidió que aquello era un precio aceptable a cambio del mantenimiento de la neutralidad de España y la seguridad de Gibraltar.

El 8 de noviembre de 1942, el día en que los aliados iniciaron la operación TorchRoosevelt trasladó a Churchill un mensaje41 que había recibido ese mismo día del embajador de EE.UU. en Madrid, informándole de la conversación que acababa de mantener con el ministro español de Asuntos Exteriores, Jordana, que se había centrado en tres puntos. Dos de ellos eran tranquilizadores: primero, EE.UU. aseguraba que se haría todo lo posible para evitar que sus operaciones militares en África o en Europa arrastrasen a España a la guerra, y que respetarían la integridad de todo  el territorio español y su soberanía (es decir, en contra de los planes iniciales, no habría, finalmente, desembarco preventivo en las islas Canarias); segundo, EE.UU. reconocía la neutralidad de España y su deseo de no verse envuelta en la guerra, pero aprovechaban para deslizar una advertencia: cualquier amenaza contra esa neutralidad solo podría proceder del Eje, por lo que «la neutralidad [de España] debía defenderse no solo frente a Naciones Unidas, sino también frente al Eje».

El tercer punto era peligroso porque resucitaba la cuestión, ya planteada en 1940-1941, del paso por territorio español de tropas alemanas. En su entrevista con Jordana, el embajador norteamericano, Hayes, precisó que EE.UU. consideraría cualquier conformidad con una petición de Alemania para el paso de sus tropas a través de España como «la inmediata entrada de España en la guerra». En realidad, se exigía de España que evitase cualquier conducta, incluso estrictamente pasiva, que pudiera entenderse como un acuerdo con Alemania para llevar a cabo o facilitar el ataque a Gibraltar en respuesta a los desembarcos norteamericanos y británicos en Marruecos, Argelia y Túnez. Esa advertencia obligaba a España a enfrentarse a Alemania en el mismo momento en que se iniciase el paso no autorizado de sus tropas por territorio español.

Encuentro entre Heinrich Himmler y Francisco Franco en El Pardo, 1940. Imagen: Wikimedia.

El 8 de noviembre Franco pudo leer la carta que le había enviado Roosevelt42 dándole garantías de que la operación Torchestaba dirigida, exclusivamente, a defender el Marruecos controlado por Francia de una posible invasión alemana o italiana, y que no había la menor intención agresiva de los aliados contra el gobierno español y España; y conoció el contenido de una nota preparada por la embajada británica en Madrid explicando el sentido y objetivos de la operación Torch. Según el embajador norteamericano, Hayes, Franco recibió estas noticias y explicaciones «con compostura y sin dar muestra alguna de perturbación o excitación» y sin referirse, de ningún modo, a la amenaza que había dejado caer Jordana de aceptar, eventualmente, ayuda alemana para hacer frente al desembarco aliado en Marruecos (español o francés). De esta forma, sin pretenderlo, lo que provocó la operación Torch fue una nueva y más segura definición, cara al futuro, de la neutralidad española43.

El éxito de la operación Torch había acrecentado el temor de Alemania de que la intención de los aliados fuera abrir un segundo frente en el sur de Europa, probablemente, en la península ibérica, y estos temores, al parecer, llevaron a Franco a pedir, a mediados de noviembre, más ayuda alemana en armamento. Y, en diciembre, Hitler tuvo la idea de utilizar a Muñoz Grandes, que iba a dejar el mando de la División Azul, para obtener el acuerdo de Franco en la puesta en marcha de un nuevo plan defensivo, el plan Gisela, que contemplaba la ocupación alemana del norte de la península. 

En diciembre de 1942, el general Muñoz Grandes recibió de Hitler, como despedida, aparte de la máxima condecoración militar que Alemania concedía a extranjeros, un encargo: pedirle a Franco que manifestase su compromiso de que declararía la guerra en caso de que los aliados tratasen de ocupar Tánger, el Marruecos bajo Protectorado español o cualquier punto de la Península. Pocos días después de llegar Muñoz Grandes a Madrid llegó también Canaris, se supone que para seguir de cerca o apoyar la gestión de Muñoz Grandes. Y el 1 de enero de 1943 Canaris envía a Berlín, desde Madrid, un telegrama en el que informa que tanto Franco, como Muñoz Grandes declaran que «España resistirá con todos los medios un ataque enemigo» y que «de esto puede estar seguro el Führer»44.Pero ¿a qué enemigo se refería esa declaración? ¿A los Aliados, EE.UU. e Inglaterra… o también Alemania e Italia podían ser enemigos?

Pues bien, en una recepción en casa del general Martínez Campos, jefe de los servicios de información del ejército, a la que también asistían el ministro de AA.EE., Jordana, Canaris encontrórespuesta a esas preguntas: envía a Berlín otro telegrama, que dictó él mismo después de una conversación con Jordana, en el que da cuenta de que «España se defendería contra toda potencia que violase sus fronteras», lo que incluía una hipotética  invasión alemana de carácter preventivo, como podría ser la puesta en marcha del plan Gisela. Con esta respuesta, la posición de neutralidad española queda bien definida: España se defenderá igual tanto de los Aliados como de Alemania y, si se trataba de una invasión alemana, el hecho de que se justificase como preventiva no cambiaría la respuesta española. Era la primera vez que Franco le decía algo así a Hitler.

Canaris hizo su último viaje a España en octubre de 1943: «se encontró un país cambiado. Franco rehusó concederle una entrevista, Vigón expresó algunos temores sobre la suerte de los agentes alemanes e incluso… Martínez Campos se mostró menos cooperador que de costumbre»45.Esta frialdad hacia el que muchos consideraban ―probablemente, Franco el primero― el mejor amigo de España en las altas esferas del III Reich no tenía nada que ver con el propio Canaris: el gobierno español empezaba a prepararse para la derrota de Alemania.

En febrero de 1944, en plena lucha por la supervivencia de la Abwehr y su propia supervivencia política, Canaris quiso volver a España y se instaló en Biarritz esperando el visto bueno del ministerio alemán de Asuntos Exteriores y de Himmler y de los diferentes servicios que dependían de él. Pero el gobierno español no autorizó su entrada en España y Ribbentrop tampoco dio su visto bueno; y, finalmente, Martínez Campos, en una decisión consultada, con toda seguridad, con Franco, se negó a reunirse con él en secreto en el sur de Francia46.

El mensaje de Franco a Churchill de octubre de 1944, Potsdam y diez años de espera

El 6 de enero de 1943, durante la celebración de la Pascua Militar que coincidía con la recepción anual al cuerpo diplomático, Franco mantuvo un aparte con el embajador inglés, Sir Samuel Hoare (que también relató en su libro, Misión en España), en el que, después de reconocer que el resultado de la guerra, que aún podía prolongarse un tiempo, sería probablemente la derrota del Eje, le preguntó al embajador algo así como: «¿No considera preferible el gobierno de S. M. británica una paz honorable, mediante negociaciones, salvando a Alemania para Europa en lugar de entregarla a los sóviets?» El embajador le habría contestado que consideraba la conversación «interesante»47

Al parecer, Franco se hizo algunas ilusiones sobre su «propuesta»48 y le sugirió al embajador que hablase con el ministro de Asuntos Exteriores, Jordana, lo que dio lugar a un intercambio de memorándums «personales» entre ambos49. Además, el ministerio hizo consultas con dos países neutrales, Suecia y Suiza, que manifestaron no estar interesados en tomar iniciativa alguna, y también con el Vaticano. Hoare, por su parte, descartó poco después la propuesta, diciendo que los temores de Franco sobre las intenciones de Stalin y la futura expansión soviética en Europa occidental eran injustificados, recalcando la solidez de la unidad de los aliados con Rusia. 

Serrano Suñer y Himmler, junto a otros oficiales, en la sede de la división «Adolf Hitler» en Berlín (1940). Imagen: Wikimedia

Pero el año que acababa de empezar cambió muchas cosas. Después de esta conversación de Franco con Hoare en los primeros días de 1943 vinieron la Conferencia de Casablanca (enero 1943), en la que se acordó una decisión crucial de los aliados, exigir la rendición incondicional de Alemania, lo que hacía aún más difíciles los planes de Canaris de una paz separada entre Alemania e Inglaterra y de «encargar» a Alemania la resistencia occidental frente al comunismo soviético; la batalla de Stalingrado (que terminó en febrero 1943), la primera gran derrota de Alemania; el derrocamiento de Mussolini (julio 1943) y el abandono por Italia de su alianza con Alemania (septiembre 1943); y, finalmente, en junio de 1944, el desembarco de los aliados en Normandía. Franco dio entonces, en octubre de 1944, un paso en la dirección de su propuesta de enero de 1943 con la carta que envió al embajador de España en Londres, el duque de Alba, para que transmitiese su contenido a Churchill50

Franco le pedía a Churchill que los vencedores tuviesen en cuenta el papel que España podía desempeñar en la contención del comunismo que iba a surgir en Europa después de la guerra51. Fracasado en el mes de julio el último intento de eliminar a Hitler y en marcha una oleada de terror que acabó con la vida de varios miles de participantes o posibles simpatizantes con el complot, era ya del todo irreal el proyecto de una paz separada entre Alemania y los aliados ―EEUU y Reino Unido―, una idea que Canaris había estado explorando, sin resultados, desde antes de la guerra.

Un año después, en Potsdam52, se acordó la posición respecto a España de las tres potencias vencedoras. Aun siendo hostil, se distanció de la propuesta inicial de la Unión Soviética que incluía la ruptura de todas las relaciones con el Gobierno de Franco y se detenía al borde de una intervención directa para derrocarlo, recomendando a Naciones Unidas prestar apoyo a las fuerzas políticas españolas que buscasen la instauración de un régimen democrático.

La posición de EE.UU. había quedado plasmada en una carta de Roosevelt, fechada en marzo de 1945, semanas antes de su muerte, al nuevo embajador norteamericano en Madrid, Norman Armour, en la que le explicaba sus puntos de vista sobre las relaciones con España y, entre otras cosas, decía: «no podemos olvidar la posición oficial española, ni las ayudas prestadas a nuestros enemigos del Eje… no veo que haya un sitio en la comunidad de naciones para gobiernos fundados sobre principios fascistas»53

Aun con muchas precauciones, Churchill se enfrentó a las posiciones que defendió Stalin y se resistió a las dudas y tibieza de Truman de modo que, finalmente, se aceptó, respecto a España, que no habría ninguna recomendación para que los aliados pudieran usar la fuerza, o la amenaza de la fuerza, para intervenir en asuntos internos españoles, forzar un cambio de régimen o la salida de Franco del poder.

El comunicado final de la Conferencia de Potsdam del 2 de agosto de 1945 se limitó a incluir un párrafo que recogía el acuerdo de los gobiernos de EE.UU., la URSS y el Reino Unido, contrarios al ingreso de España en Naciones Unidas, lo que no hacía, como indica Moradiellos en el epílogo de su Franco frente a Churchill, sino reiterar lo ya acordado en junio de 1945 en la Conferencia fundacional de la Organización de Naciones Unidas54. Como el tiempo demostró, y Churchill reconoció en la Cámara de los Comunes y en la Conferencia de Potsdam, la negativa de Franco a colaborar o participar con Alemania en la conquista de Gibraltar y la «tolerancia» del gobierno español ante la construcción, invadiendo aguas españolas, de una nueva pista del aeropuerto de Gibraltar, así como el uso de este aeropuerto y del istmo neutral para albergar centenares de aviones en los preparativos de la operación Torch, fueron decisivos para la posición relativamente conciliadora y paciente, adoptada por el gobierno británico en relación con España al acabar la guerra.

En diciembre de 1946 se aprobaron por la recién creada Organización de las Naciones Unidas los acuerdos contra el régimen de Franco, ya precisados, en parte, en Potsdam: exclusión de la ONU, aislamiento diplomático (retirada de embajadores) y no participación en las agencias internacionales vinculadas a la ONU. La guerra fría, que Franco había anticipado desde 1943, terminó con el aislamiento de España, que no terminó hasta los primeros acuerdos con EE.UU. en 1953 y el ingreso en Naciones Unidas en 1955.

Y una noticia censurada en España

En la madrugada del 9 de abril de 1945, en el campo de concentración de Flossenbürg, Canaris fue ahorcado dos veces, un refinamiento particularmente cruel de las SS para que, según declaró uno de sus verdugos ante un tribunal de crímenes de guerra, pudiera probar «el sabor de la muerte»55

En 1951 se publicó en Londres el libro del periodista e historiador británico Ian G. Colvin, Chief of Intelligence, la primera biografía de Canaris aparecida fuera de Alemania. Este libro se tradujo al español y se publicó en Barcelona, en 1956, con el título Canaris, jefe del Servicio Secreto Alemán. Pero en la traducción al español y publicación en España se censuraron varios pasajes del último capítulo del original en inglés, titulado, tanto en la versión original56 como en la versión española57Post-Mortem. El más interesante de esos pasajes censurados en la edición española decía, traducido al español, lo siguiente:

«Un día en 1948 llegaron a Múnich dos diplomáticos españoles y organizaron en el mayor secreto el desplazamiento a Suiza de la señora Canaris. A su llegada a Suiza fue invitada por el general Franco a trasladarse a España como invitada del Estado, recibiendo una casa en Barcelona. El caudillo recordaba una promesa y pagaba una deuda de gratitud».

En la larga lista de libros sobre Canaris, la mayoría biografías, publicadas en los últimos setenta años, pocos mencionan lo que Colvin desveló en 1951. Léon Papeleux, en El Almirante Canaris, entre Franco y Hitler58, en 1977, y Richard Basset en El enigma del almirante Canaris, Historia del jefe de los espías de Hitler, en 2005, hicieron referencia a la decisión de Franco de acoger en España a la viuda y a las dos hijas de Canaris59. Aunque, a juzgar por la edición española, lo que hizo Basset en 2005 fue solo reproducir en una «nota del autor»,a pie de página, las noticias que aportó Colvin en 1951, sin citar a Colvin, ni ninguna otra fuente60.

Luis M. Linde es Técnico Comercial y Economista del Estado. Gobernador del Banco de España 2012-2018.

Referencias

1. El 10 de junio de 1940 Franco, contestando a una carta de Mussolini en la que le anticipaba la entrada de Italia en la guerra, le informó de que, en atención a esa nueva situación, había decidido «sustituir la declaración de neutralidad de septiembre de 1939, por la de no beligerancia»: Enrique Moradiellos, Franco frente a Churchill, Península, Barcelona 2005, pp. 116-117 

2. Luis Suárez, España, Franco y la Segunda Guerra Mundial. Desde 1939 hasta 1945, Actas Editorial, Madrid 1997, p. 193. 

3. Víctor Morales Lezcano, Las causas de la no beligerancia de España reconsideradas, Simposio organizado por el Comité español para la historia de la segunda guerra mundial, Fundación Ortega, 1983, pp. 609-631. La «estricta neutralidad», cuyo cumplimiento se ordenaba “«a los súbditos españoles», fue declarada mediante Decreto de 4 de septiembre de 1939. La no beligerancia lo fue mediante Decreto del 12 de junio de 1940; la vuelta a la neutralidad, sin el adjetivo de «estricta», fue objeto de una Declaración Oficial del gobierno de 1 de octubre de 1943 y, ese mismo día, en un discurso ante el Cuerpo Diplomático acreditado en Madrid, Franco dijo que la orientación española en la guerra era de neutralidad vigilante. 

4. Franco no estimuló esas ilusiones, pero, según su forma habitual de proceder, dejó hacer al ministro de Asuntos Exteriores, Beigbeder en su breve mandato (agosto 1939-octubre 1940), con el argumento de que la situación era tan confusa que había que estar preparados, «debe tenerse estudiada la ofensiva sobre la zona vecina pues pudiera ocurrir que la situación de debilidad y desmoralización francesa nos obligara a la ocupación» [se entiende, del Marruecos bajo control francés]: nota manuscrita de Franco de mayo-junio de 1940, citada por Manuel Ros Agudo, La Gran Tentación, Styria, Madrid 2008, p. 148, y Bertram M. Gordon, «El papel de España en la derrota de la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial», Stud. Hist., Hª Cont. 18, 2000, pp.249-282. Las ilusiones imperiales españolas tuvieron una formulación muy llamativa («dos millones de soldados están preparados para crear una nación y un imperio») en el discurso de Franco conmemorativo del IV aniversario del 18 de julio de 1940, pero se esfumaron rápidamente, en el viaje de Serrano Suñer a Berlín, en septiembre de 1940 para entrevistarse con Hitler, cuando declaró que España «rechazaba las aspiraciones territoriales»: Luis Suárez, España, Franco y la Segunda Guerra Mundial, Actas, Madrid 1997, pp. 204-205 y 240-241. 

5. La posibilidad de una negociación de Inglaterra con Alemania, con Mussolini como mediador, fue planteada en el War Cabinet por Halifax, secretario del Foreign Office, a finales de mayo de 1940. Churchill, que estaba en minoría en el War Cabinet, explicó su rechazo a esa propuesta en una reunión con todos los ministros del gobierno británico y el gobierno aceptó la propuesta de Churchill ―aunque no hubo en aquella reunión ninguna discrepancia, ni votación formal―, rechazando dar señal alguna de que se estaba dispuesto a iniciar una negociación con Alemania. Este momento realmente decisivo de la II GM, se contó y explicó por primera vez por John Lukacs en Five Days in London May 1940, Yale University Press, 2001 (la primera edición es de 1999). 

6. La Introducción de Fernando Paz, La neutralidad de Franco, Edit. Encuentro, Madrid 2017, pp. 9-34, es un buen resumen. 

7. El libro ya citado de M. Ros Agudo, La Gran Tentación (2008) es una guía en esta materia. 

8. Nos referimos, entre otras cosas, a la documentación conservada en la Fundación Francisco Franco, estudiada por Luis Suárez en los cinco volúmenes publicados entre 1997 y 2007 de Franco. Crónica de un Tiempo, por lo que se refiere a la IIGM en el tomo 2.º, España, Franco y la Segunda Guerra Mundial 1939-1945, Actas Editorial, Madrid 1997; y por Luis E. Togores, Franco frente a Hitler La historia no contada de España durante la segunda guerra mundial, La esfera de los libros, Madrid 2020. Los libros de Enrique Moradiellos (2005) y Fernando Paz (2017), han supuesto, también, un avance notable en la toma en consideración de documentos no conocidos, o no disponibles o, simplemente, no utilizados antes. 

9. La primera y una de las pocas excepciones a las explicaciones convencionalmente antifranquistas sobre los objetivos de Franco durante la guerra mundial, fue la del embajador de EE.UU. en Madrid entre 1942 y 1945, Carlton J.H. Hayes, tanto en su libro de memorias, Misión de guerra en España, publicado en inglés en 1945 y en español en 1946, como en su ensayo Los Estados Unidos y España, EPESA, Madrid 1952, pp.179-180 y sgs. 

10. De hecho, Hitler se lo dijo a Mussolini en marzo de 1940: consideraba muy conveniente la neutralidad española: Luis Suárez, Franco y el III Reich, Las relaciones de España con la Alemania de Hitler, La Esfera de los Libros, Madrid 2015, p. 170. Pero esto cambió radicalmente cuando, después del armisticio con Francia y la renuncia o aplazamiento sin fecha de la invasión de Inglaterra, Hitler decidió que la nueva estrategia alemana debía pasar por el control del Mediterráneo, lo que exigía la conquista de Gibraltar y la entrada de España en la guerra. 

11. Luis Suárez cree que se falseó la fecha -3 de junio- de la famosa carta de Franco que Vigón entregó a Hitler el 16 de junio, puede suponerse, para atenuar la cruda manifestación de oportunismo y desmesurada celebración que se desprendía de su contenido, que empieza diciendo: «En los momentos en que bajo vuestra dirección los ejércitos alemanes dan cima a la más grande batalla de la Historia, con el glorioso triunfo de vuestras armas…». Luis E Togores, Franco frente a Hitler, La historia no contada de España durante la Segunda Guerra Mundial, La Esfera de los libros, Madrid 2020, pp. 53-54. 

12. Jesús Villar Salinas, Repercusiones demográficas de la última guerra civil española, Premio Conde de Toreno 1937-38, Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, Madrid, 1942, pp. 81, 89-93. En 1940 la población española era en torno a 1,2 millones de habitantes inferior a la que podía estimarse a partir de la población de 1935 y estimando la población de 1940 a partir de las tasas de crecimiento (nacimientos y defunciones) del período 1930-35. 

13. En 1940 solo existía en España una refinería de petróleo en Canarias, en Tenerife. Es decir, España tenía que importar los combustibles ya elaborados, salvo los que pudieran producirse en Tenerife y enviarse a la Península. 

14. La operación León Marino, la invasión de Inglaterra, quedó aplazada, aunque no definitivamente descartada, a comienzos de septiembre de 1940: Luis E. Togores, Franco frente a Hitler, La Esfera de los Libros, Madrid 2020, p. 59. Todavía en noviembre de 1940 Hitler firma una Directiva en la que se ordena «mantener en un nivel general los preparativos» para la operación León Marino: Luis Pascual Sánchez -Gijón, La planificación militar británica y España 1940-1942, Instituto de Cuestiones Internacionales, Madrid 1984 p. 22. 

15. En un informe que Canaris entregó a Keitel, jefe del Estado Mayor de las fuerzas armadas alemanas, cuando, a comienzos de agosto de 1940, se estaba empezando a planear el asalto a Gibraltar, defendió la idea de que la autorización para el paso de las tropas alemanas por el territorio español para participar en la conquista de Gibraltar no implicaría la entrada de España en la guerra; pero ni las autoridades alemanas, ni las españolas, ni, seguramente, el propio Canaris, creyeron que eso era realista: David Jato, Gibraltar decidió la guerra, Ediciones Acervo, Barcelona 1978, p. 32, citado por Luis E Togores, Franco frente a Hitler, La historia no contada de España durante la Segunda Guerra Mundial, La Esfera de los Libros, Madrid, 2020, p. 158. 

16. La advertencia formal al gobierno español de que los aliados, Inglaterra y EE.UU., considerarían que España entraba en la guerra junto a Alemania si permitía o no se oponía militarmente al paso de las tropas alemanas por territorio español camino de Gibraltar o en relación con la operación Torch, se reiteró en una reunión, el 8 de noviembre de 1942, del embajador de EE.UU., Hayes, con el ministro español de Asuntos Exteriores, Jordana: carta de Roosevelt a Churchill de 8/11(1942, Churchill Archive, CHAR 20/82/62-65. 

17. Juan Vigón, militar del Arma de Ingenieros, ayudante de Alfonso XIII, se había retirado del Ejército en 1931, acogido a la ley Azaña con rango de teniente coronel; actuó en la guerra civil como jefe informal de Estado Mayor en el Ejército del Norte. Nombrado jefe del recién creado Alto Estado Mayor entre agosto de 1939 y junio de 1940, fue también ministro del Aire hasta 1945 y presidió la delegación española que negoció en 1953 el primer Pacto con EE.UU., que significaba el abandono de la posición mantenida por EE.UU .frente a Franco y su régimen desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Juan Vigón era, probablemente, el militar más respetado por Franco en cuestiones de política exterior, política de defensa y estrategia. 

18. En junio de 1940 habían llegado a la frontera española tres divisiones alemanas, con 50.000 hombres: Luis Suárez, España, Franco y la Segunda Guerra Mundial. Ed. Actas, Madrid 1997, p. 219. El total de fuerzas alemanas estacionadas cerca de la frontera española llegó a ser de 8-10 divisiones: Luis E. Togores, Franco frente a Hitler, La Esfera de los Libros, Madrid 2020, p. 55 

19. Heinz Höhne, Canaris, Balland, Double Day &Company, Nerw-York, 1979-1981, p. 419; Luis Suárez, España, Franco y la Segunda Guerra Mundial, Actas, Madrid 1997, pp. 265-266; 

20. Churchill temió siempre la entrada del ejército alemán en España, peligro que él creía se iba a hacer más agudo -y no estaba equivocado- en la primavera de 1941; y lo seguía temiendo, incluso, después de la invasión de la Unión Soviética por Alemania: Robert E. Sherwood, Roosevelt and Hopkins, An Intimate History, Harper & Brothers, New York, 1948, pp. 239 y 317. 

21. Robert E. Sherwood, op. cit., p. 343. 

22. Este apartado sigue el Apéndice K, «Stalin libró de la guerra a la Península Ibérica», en Gibraltar decidió la guerra, David Jato, Ediciones Acervo, Barcelona 1978, pp. 231-235. 

23. Robert E. Sherwood, op. cit., Capítulo XXV, The decision is changed, pp. 580-591. 

24. David Jato, op. cit., p. 232 

25. Id. Id., pp. 233-234 

26. Id. Id., pp. 234-235. 

27. En su libro, Misión en España (edición en español, Editorial Losada, Buenos Aires, 1946), el embajador británico, Hoare, incluyó una relación de «facilidades no neutrales» favorables al Eje, que la embajada del Reino Unido había denunciado, en un Memorándum entregado al Ministerio de AA.EE. en julio de 1943, op.cit., Capítulo XVIII, pp. 246-254. 

28. La influencia de Canaris sobre Franco durante los años 1940-42 para que España no entrase en la guerra se fue conociendo en el entorno militar y político más cercano a Franco y en el entorno de colaboradores de Canaris. En enero de 1943, el general Muñoz Grandes, jefe de la División Azul hasta diciembre de 1942, pensaba que la neutralidad de España favorecía a los aliados, y que el desembarco de tropas norteamericanas y británicas en Marruecos, Argelia y Túnez (la operación Torch) no habría sido posible sin esa neutralidad. El 7 de enero de 1943, el jefe de los servicios de información del ministerio alemán de Asuntos Exteriores escribió a las autoridades de su ministerio que Muñoz Grandes había dicho: «Canaris no debe volver a España», porque creía que Canaris influía en Franco para mantener la neutralidad, y que Franco, salvo que sufriese una agresión de uno de los dos bandos, no entraría en la guerra, cualesquiera que fuesen sus promesas: Luis Suárez, España, Franco y la Segunda Guerra Mundial 1939-1945, Actas, Madrid 1997, pp. 451-452. 

29. German Bravo Valdivieso, El Almirante Wilhelm Canaris, La fuga de Chile, los complots contra Hitler, su ejecución, Ediciones Altazor, Viña del Mar, 2007, pp. 19-39 

30. Karl H. Abshagen, El Almirante Canaris, Espasa Calpe, Buenos Aires, 1952, capítulo Cuarto. 

31. Karl H. Abshagen, op cit., pp. 31-36, 53-65, 71-79 y nota 1, p. 74 

32. Luis Suárez, Franco y el Tercer Reich, La Esfera de los Libros, Madrid 2015, pp. 31 y sgs. Canaris, que, al parecer, había conocido a Franco en Madrid, en 1935, se reunió con él en cuatro ocasiones durante la guerra civil: octubre de 1936 (Salamanca), enero de 1937 (Teruel), abril de 1937 (lugar indeterminado, durante la ofensiva para llegar al Mediterráneo) y diciembre de 1938 (San Sebastián): David Jato, op. cit., p. 197 

33. En la Nochevieja de 1942, el jefe del MI5 británico, Stewart Menzies, abortó un secuestro de Canaris en Algeciras: Ian Colvin, op. cit., pp, 232-233; más avanzada la guerra, Menzies prohibió a sus servicios atentar contra Canaris, un objetivo en el que, quizá, estaba trabajando Kim Philby, hay que suponer que siguiendo instrucciones de sus jefes soviéticos: Fernando Paz, La neutralidad de Franco, n. 110, p. 87 

34. Sobre los contactos entre Canaris y los servicios secretos del Reino Unido puede consultarse Richard Basset, El enigma del almirante Canaris, Critica, Barcelona, 2006, pp. 18-19, 24, 28-29 entre otras. 

35. Robert Sidelsky, John Maynard Keynes, vol. III: Fighting for Britain, 1937-1946, Macmillan, Londres, 1991, p. 51, citado en Richard Basset, El enigma del Almirante Canaris, Crítica, Barcelona, pp. 321-322 

36. La descripción del entonces ministro de Asuntos Exteriores, Beigbeder, cuando le explicó al embajador de Portugal, Teotonio Pereira, el 30 de agosto de 1939, horas antes del comienzo de la guerra, que la neutralidad española con Alemania sería «benevolente»: Luis Suárez, Franco y el III Reich, La Esfera de los Libros, Madrid 2015, p. 155. 

37. Luis Suárez, España, Franco y la Segunda Guerra Mundial, Desde 1939 hasta 1945, Actas, Madrid 1997, pp 216-219. 

38. La reacción de Inglaterra después del anuncio del envío a Rusia de la División Azul y del discurso de Franco ante el Consejo Nacional de Falange del 17 de julio de 1941, distanciándose, como nunca antes, de Inglaterra, la declaración más imprudente que hizo nunca Franco en favor del Eje, fue recortar sustancialmente los envíos de petróleo a España, poniendo en graves dificultades a la economía española en el último trimestre de 1941, una muestra de lo que podría ocurrir, incluso sin entrar formalmente en la guerra, si España persistía en ese acercamiento a Alemania. Esto, sin contar con los planes británicos de ocupación preventiva de las Islas Canarias, que fueron revisados y actualizados para su aplicación «ante la contingencia de hallarse en vísperas de una intervención militar de España en la guerra mundial»: Enrique Moradiellos, op. cit., pp.236-242 

39. Foreign Relations of the US, Diplomatic Papers, Potsdam Conference, 1945, Vol. II, no. 1178, July 31 [1945] 

40. El total de voluntarios alistados en la División Azul entre julio de 1941 y julio de 1943 superó los 45.000; el número de combatientes activos se mantuvo en unos 22.000 hasta el comienzo de la retirada, decidida en julio de 1943 y hecha efectiva a partir de noviembre. La División Azul fue la fuerza de voluntarios (no alemanes, bálticos o rumanos) más importante de las que combatieron al lado de Alemania en la IIGM. Sir Samuel Hoare, embajador del Reino Unido en España entre 1940 y 1944, sostuvo en sus memorias, Misión en España (1946), que la División Azul no fue una fuerza de voluntarios, sino de “unidades enteras de las tropas en servicio”, una completa falsedad con la que adornó su libro que, por otra parte, incluso con falsedades y omisiones, es muy interesante. 

41. The Sir Winston Churchill Archive, 20/82/62-65 

42. Carlton J. H. Hayes, Misión de guerra en España, EPESA, Madrid 1946, pp. 118-119; Sir Samuel Hoare, Misión en España, Editorial Losada, Buenos Aires 1946, pp. 219-222 

43. Léon Papeleux, El almirante Canaris, Entre Franco e Hitler, Editorial Juventud, Barcelona 1980 (Edición original en francés 1977), pp.168-175 

44. En diciembre de 1942 el ministro de AAEE, Jordana, le había dicho al embajador de EE.UU. «que Franco y su gobierno estaban resueltos a resistir por la fuerza toda tentativa de invasión»; y el 29 de enero de 1943 Franco le dijo algo parecido al nuevo embajador de Alemania, von Moltke: Leon Papeleux, op. cit., p. 171, nota 40. 

45. Heinz Höhne, Canaris, La véritable histoire du chef des reinseignements militaires du III Reich, traducción francesa Balland, 1981, p. 517. La edición alemana se publicó en 1976 y la norteamericana en 1979. 

46. Heinz Höhne, op. cit., p. 535 

47. Luis Suárez, op. cit., pp. 459-460 

48. En realidad, esta propuesta de Franco del 6 de enero de 1943 planteaba la misma cuestión central de su discurso del 8 de diciembre de 1942: los aliados se engañaban si creían que la URSS iba a permitir establecer regímenes «demoliberales» en una Europa de la que habría desaparecido la única potencia capaz de hacerle frente: Alemania: Luis Suárez, op. cit., p.458 

49. Sir Samuel Hoare, el embajador inglés, relató este episodio en su Misión en España, pp- 231-245, aunque, como ocurre en diversas ocasiones en este libro de memorias, con variantes que lo dejan a él en mejor lugar que el que le atribuye Luis Suárez en España, Franco y la Segunda Guerra Mundial. 

50. La carta, de fecha 8 de octubre de 1944, estaba dirigida por Franco al embajador de España en Londres, Jacobo Fitz-James Stuart, duque de Alba, para que este hiciese llegar su contenido a Churchill, un procedimiento poco usual que seguramente trataba de aprovechar las buenas relaciones del embajador con el Premier británico. 

51. Fundación Nacional Francisco Franco, «Histórico mensaje de Franco a Churchill (8 de octubre de 1944)». La respuesta de Churchill se fechó el 15 de enero de 1945 y salvo reconocer que el Régimen español no se había opuesto al Reino Unido «en dos momentos críticos de la guerra» (se refería a Gibraltar), rechazaba todos los argumentos de Franco para que España e Inglaterra cooperasen en la reconstrucción del escenario europeo, defendiendo los valores de la cultura occidental. 

52. La conferencia de Potsdam (Berlín), que tuvo lugar entre el 17 de julio y el 1 de agosto de 1945, se desarrolló en once sesiones plenarias, Truman y Stalin asistieron a todas ellas; Churchill asistió a las primeras nueve sesiones y el nuevo primer ministro británico, Attlee, a las tres últimas. Francia no participó en Potsdam. 

53. Foreign Relations of the United States: Diplomatic Papers, 1945, Europe, Volume V, President Roosevelt to the Ambassador in Spain (Armour) 

54. Enrique Moradiellos, op. cit, Epílogo y pp. 434-436. 

55. En la primera biografía de Canaris, publicada en 1948, en Alemania, Canaris, Patriot und Weltbürger, de Karl H. Abshagen, se afirmaba que las ejecuciones de Canaris, su segundo en el mando de la Abwehr, Oster y otros tres condenados fueron rápidas y silenciosas. Otras versiones dicen que fue ahorcado con una cuerda de piano para hacer más duro y largo el sufrimiento. Richard Basset, El Enigma del Almirante Canaris, Crítica, Barcelona, 2006, p 319, da una versión diferente, de acuerdo con declaraciones ante un tribunal de crímenes de guerra de uno de los verdugos, publicadas en octubre de 1950 (nota 31, p. 347 de Basset, op.cit.). 

56. La cita a continuación se hace según la edición de Chief of Intelligence por Read Books Ltd., 2013, p. 217. En la edición española de 1956 desaparecieron, además, varios párrafos de las páginas 221-222 de la edición inglesa de 2013 citada en esta nota. 

57. Editorial AHR, Barcelona, 1956. 

58. Léon Papeleux, op. cit, n.32, pág. 146 y p. 201 

59. Erika, la viuda de Canaris, cuyo apellido de soltera era Waag, falleció en Madrid en 1970; las hijas de Canaris, Eva (n. en 1923) y Brigitte (n. en 1926) volvieron a Alemania. Si, realmente, acompañaron a su madre a España en 1948, tenían ya 25 y 22 años, respectivamente. 

60. Richard Basset, op. citada, versión española, nota del autor en p. 319. Colvin no aclaró en 1950, ni, que sepamos, después, cual o cuales fueron sus fuentes para conocer el traslado en 1948 de la familia de Canaris a Suiza y, después, a España. Basset, que no cita, ni menciona a Ian Colvin, ni tampoco revela otras fuentes, sólo añade el compromiso, aceptado supuestamente por la esposa e hijas de Canaris, «de no hablar nunca ni del almirante, ni de la Abwehr, durante toda su vida». 

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