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Érase el campo

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

En Trojes, tarde que huele a flor de paraíso, casi extinto ya, a retama entonces. Mantos de retama que han retrocedido hacia la falda hasta perderse. Juegos de memoria, deseos permanentes no inútiles. Se puede traer en palabras el flujo de aquellas brisas, hoy y en el final dormitorio con resina de olíbano ardiendo.

Trojes, pueblito antesala de la otrora plácida Tiquipaya. Algún año de mi juventud se encaramó en el poder el MIR, Movimiento de Izquierda Revolucionario. Allí pavimentaron una callecita que subía al cerro y la llenaron de mansiones revolucionarias. Hoy existen mayor número de ellas, pertenecientes a gringos, ex militares de extrema derecha, indigenistas ávidos de dólar, radicales dirigentes mineros, cocaleros, pachamámicos y pachamamistas y una amplia gama de falsarios en la tierra de la gran mamada.

Ahogué en ron las horas de pesadilla del karaoke, con mínimas excepciones. Una mujer mayor cantó El Pañuelito, tango de 1920 de Juan de Dios Filiberto. Lo tengo en antigua versión de Roberto Firpo y su orquesta. Valió. A lo lejos sonaba la diablada, fiesta de San Miguel Arcángel. Medioevo y Mad Max en extraña y real conjunción que desafía toda lógica. Frenesí del waka toqori, digno de Goya, hombre sobre toro, dentro de toro, abarcas y pies cuarteados de labranza pero también tenis Converse de la lujuria norteamericana; borrachera, resaca, muerte y resurrección…

Por poco no robé a mi hermana un libro de Juan Perucho; incluso lo separé pero no tuve tiempo de regresar. Los maravillosos cantantes ¿de dónde son los cantantes? (del país del karaoke) destrozaban a Nino Bravo y a Sandro. El fundamental gitano argentino perdía su tragedia a manos de un mínimo y tembloroso habitante del Ande, de piel blanca y calvicie no usual entre indios. Otros, en esta multigama de tonos local, discutían de política o peroraban con altivez de sabios de opereta de cualquier cosa porque las saben todas. El ron cubano de Varadero, una de ellas, y la grandeza del Castro barbado con voz de falsete que parece según decían había influenciado incluso en el sabor del licor.

En el mercado pregunté por tamarindo y la frutera respondió que debido a los bloqueos no habían traído. Y pomelo tampoco. Imperio de narco y perversión, muy cerca del génesis de la humanidad donde un ser único domina el total, es dueño de forma y discurso, maestro de escondrijos y hechizos, cabello de paja brava pintado a brocha, sentenciosos deditos índice de puta enana. Pobre Bolivia, tan cerca de sí misma. Difícil eludir tal circunstancia. Pues, salud, y ahora, para ustedes, bolero. Bienvenido Granda se habrá puesto de cabeza en su tumba.

Loma negra, tiznada a raíz, otra marrón con vitiligos gualdos. Chicho Sánchez Ferlosio, al menos en este rincón, esa lucha de gallos bicolores ha perdido asidero. Ninguna trascendencia en la nueva Gomorra. Hablar de Durruti se equipara a leer versos de Bécquer, hermosos con aroma de cedrón. Los de abajo, los más de abajo, nunca saldrán a flote. El verbo, así sea en castellano a medias, no sirve de salvavidas. Bordados, portaligas con arabescos, medias negras con lunares según llevaba Francine en la noche cochabambina que vendía llauchas en la avenida San Martín. Ay, el pañuelito blanco que te ofrecí, lamento borincano…

Recuesto en una acequia seca a V., pequeña que era, en la subida norte de la encrucijada antes del río de piedra. G. corre libre sin ropa alguna cerca de un escondido estanque en el camino del sur. Olían a joven eucalipto, hojas grises, ambas, y el reloj las tenía descansando al mismo tiempo porque a la memoria le pinta. Creced y multiplicaos, vaya si lo hicieron, y helados de canela, guanábana, mango y durazno llenaron la panza de la novel colectividad popular. Donde había árboles hay niños. El lecho incómodo de los amores, más árido que nunca, sirve de guarida excremental.

No que vaya tontamente a recitar a Manrique. Imparable dinámica futura. Hablábamos de génesis, en un tris apocalipsis. Amo las grandes ciudades, el ruido, el neón, la intimidad individual en el centro de la muchedumbre. Solo comento, ni sé ni diré de planes de desarrollo, de política no comento más, que se jodan todos. Para mí, recuerdos que hubieran sido serenos con música de fondo. Me tuve que aguantar seis horas de divos de la intemperie. Lo dicho, salud ron y venga otro.

Sin embargo, el peceto en olla, que en Bolivia se llama wit’u, estaba suave y delicioso, bien sellado, cocido a fuego lento, entremezclados ajo, tomillo, locoto y vinagre perdiendo su identidad personal. Uno de mis platos preferidos, con puré de papas y bañado en llajwa en esta ocasión verde, apenas perceptible la quilquiña que en lo posible prefiero obviar. Borra el plato el castigo de los canarios de turno, opaca su jugo marrón la silueta de las caderas firmes ayer, piezas de tango presentes.

Para descargo del espíritu musical he reservado en este momento una extensa compilación de The Kinks. Muy personal, de cuando Inglaterra y Leeds, y la vieja York, formaron parte de algún proyecto largamente detenido. Primero daré unas cuchilladas extras al texto y luego me sentaré flotando en el crepúsculo del Tunari a escuchar lo que quisieron extinguir ayer los soldados del karaoke.

Yo con el wit’u, sabor de dioses apátridas sin Olimpo, notando que la noche va horadando el último brillo para dar cabida a fantasmas. Una sandía en exceso madura brilla carmesí en la ventana desafiando el silencioso domingo.

Amaba ir al campo en bicicleta, en la Hércules aro 28 color guindo de mi padre. Del canal de la Angostura descender a Cuatro Esquinas a beber chicha. Cuatro Esquinas forma parte de lo urbano sucio, en la glotonería de la urbe que no respeta tierras cultivables. Me pregunto cuánto va a durar, siento el polvo que se mete en mis zapatos, huelo desechos humanos en aire de molles y alfalfa. Aroma de pollo frito. No he de ver la debacle pero bien que la calo. El fraude de la madre tierra no es otro que el del capitalismo más brutal. Gaza sin bombas pero que viva la fiesta.

Me despido de las mujeres del norte y sur, agradezco pleno de lágrimas momias su delirio. El desastre alrededor supera el de la vejez. Con un objeto mezclo en el oscuro ron con Coca Cola las líneas del jugo de limón sutil. Cubro el trozo de asado en olla de amarillo puré; lo recubro de verdor picante y cierro los ojos que al abrir seguirán mirando el cielo como si nada hubiera pasado. Bolivia del imposible posible.


Imagen: Henri Rousseau, 1908

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