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Entre Massa y el masismo

Las elecciones argentinas son este domingo. Y por lo que se ve en nuestra política, sus resultados tendrán repercusiones aquí. Los libertarios locales siguen a Milei y, mientras, García Linera adivina nuestro futuro a través del prisma argentino. Este nos influye más, no solo por cercanía sino por las tradiciones similares. De la Rúa dejó el poder en Buenos Aires en un escenario casi tan accidentado como el que le tocaría a Sánchez de Lozada dos años después. El kirchnerismo se ha adueñado de la política argentina por un poco más del tiempo que el MAS lo ha hecho aquí.

Lo que resulta sorprendente de la Argentina no es tanto cómo les ha surgido un Milei, sino cómo el peronismo ha podido sacar de la chistera a un candidato como Massa, “ministro de noche, candidato de día”, como le dicen sus compatriotas. Al grado que, a días de la elección, las encuestas lo dan como segundo de la contienda.

Massa fue la década pasada un símbolo del antikirchnerismo peronista, un centrista. Si las opiniones que he oído lo perfilan bien, Massa tiene buenas relaciones con la embajada estadounidense y no es para nada un candidato enemigo del capital argentino. El otro día, con Mirtha Legrand, pudo hasta darse el gusto de decir que a muchos ministros del actual gobierno de Alberto Fernández, él no los tendría en su gabinete.

Y uno piensa en el pasado, en ese Kirchner contendor de Menem. Néstor era apenas un gobernador prohijado por Duhalde, el nuevo emperador de las masas peronistas que habían hecho caer a De la Rúa, pero Kirchner pudo desembarazarse de su padrino y aparecer como abanderado de la izquierda peronista: un aggiornamento heredero del montonerismo.

De Alberto Fernández pensé algo parecido: que quizás podía ser él mismo y sobreponerse en el pulso asegurado con su poderosa vicepresidenta. Pero Alberto reveló debilidades, así como Néstor había exhibido colmillos en su momento. La pregunta es si Massa no es un creador de un nuevo peronismo —esta vez hacia la derecha porque toca— que mantenga las banderas y permita a la Argentina cambios, transando con los poderes sindicales que son parte de los factores reales de poder allí. ¿Será eso siquiera posible?

Pero ¿quién habla de Massa?, podrá impugnar algún lector con todo derecho, cuando Milei está a las puertas de un triunfo. Lo que pasa, diría yo, es que la capacidad proteica del peronismo es proverbial. Me interesa cómo Massa ha podido levantar una candidatura siendo ministro de noche, corresponsable del despiole económico porteño, y candidato de día, capaz de preservar un tercio del electorado.

Mientras, Cristina K se mantiene muda, sin hablar quizá porque eso solo alienta el voto anti-K. Y lo más llamativo es que Milei no le roba voto a Bullrich solamente, sino que ha penetrado en bolsones de voto del peronismo. Hay quien dice que el peronismo está tomando de su propia medicina, porque tras bambalinas alimentó a Milei, con la esperanza de que le arrebatara votos a Bullrich y a la derecha argentina. Su sorpresa no fue poca al advertir que el votante de Milei puede también ser pobre y estar entre los planeros (beneficiarios de los programas estatales de ayuda social N. del E.) del gran Buenos Aires que han vivido de la asistencia kirchnerista.

En Bolivia hay muchos que quieren ser Milei, ninguno Massa. No hay una figura del masismo aquí capaz de encarar las reformas económicas que se van haciendo urgentes. Pensamos que eso sería Luis Arce, pero o no se animó o meramente no quiso. O quizás es simplemente un hombre de izquierda tradicional por cómo habla y cómo se relaciona con Díaz-Canel y Maduro.

La izquierda boliviana no tiene una facción de derecha. Quién sabe eso le cueste en el mediano plazo. Eso, si la derecha boliviana acierta en qué hacer en los siguientes años. A las distintas facciones de la derecha boliviana les hace falta, por ejemplo, indianizarse. Mientras solo representen a las clases medias urbanas —sobre todo a las de raigambre tradicional—, no disputarán el voto mayoritario del país. Porque Milei no ha construido ganando en Recoleta, sino metiéndose en el electorado peronista.

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